Cuando andaba por los treinta empecé a sentir una molestia en la espalda que me impedía dormir. Nada que media aspirina no pudiera borrar. Y así pasaron los años. Pero una noche la molestia se agigantó hasta ser un hachazo cruel y despiadado; tuve que recurrir al tramadol. No solo eso: al poco se sumó de golpe una molesta diabetes entre otros achaques y empecé a olvidar a veces lo que había hecho hacía un momento.
Comprendí que no solo mi cuerpo, mi mente se había vuelto vieja y que esto acaecía de súbito, como caer en una trampa; no es gradual, como se suele pensar. Mis largos y elaborados planes ya no tenían sentido: el futuro era ya escaso y contado. Mi horizonte se había acercado de una manera agobiante. Menos que horizonte era un muro. Que un día me cercará la garganta y me estrangulará con el ahogo de la muerte.
El horizonte se volverá esa caja de zapatos, la tumba. La lengua es muy sabia: dice que hay veinteañeros y treintañeros; pero luego cuarentones y cincuentones y al cabo sexagenarios y septuagenarios. Yo me cuento «solo» cincuenta y cinco años. Estoy a medio pudrir por los achaques. Además, acosa la soledad: la gente de tu signo o a la que aprecias ha desaparecido o no está en condiciones de ir a verte.
Un poeta posromántico español dijo aquello de que quien sabe de dolor, todo lo sabe (no es de Dante, como se suele creer). No especificó si era su propio dolor o el de los demás. Lo peor que puede hacer la empatía es agrandar el dolor. Los posrománticos intentaban resolver la contradicción imposible entre realismo y romanticismo y no pudieron. De sus muy diversas y fracasadas opciones surgieron en 1909 las Vanguardias, reinicializándolo todo. Haciendo tabla rasa pretendían olvidar lo duro que había sido no llegar a ningún sitio, la angustia final.
Fue el momento del mentiroso y feliz interregno eduardiano, en que pudo escribir Wodehouse sus despreocupados relatos de humor inglés antes de Auchwitz y el fracaso definitivo de la optimista Ilustración de Kant, como proclamaron después los de la Escuela de Frankfurt, que para respetar la nueva y discutible ortografía llamaremos escuela de Frankfurt.
Evidentemente, los políticos no saben de dolor y por eso no saben nada. Han olvidado y olvidan el dolor antiguo y les da igual el moderno. Las guerras, civiles o no; la miseria, propia o ajena. De un funcionario se dice que funciona cuando sirve. Su labor es resolver problemas más o menos dolorosos, no crearlos. Pero la vejez va depauperando las instituciones y las va convirtiendo en a su vez en problemas cada vez más dolorosos, es más, crea nuevos problemas, largos, pesados, contenciosos dolores de espalda que empezaron siendo dolorcillos o minucias, como el nacionalismo. Para eso se sirve de los mismos mecanismos que el cáncer, que puede anunciarse a las claras o, más a menudo, ser traidor y silencioso. La Constitución española ahora es un cáncer y Rajoy una recidiva.
La narcisista juventud de ahora es igual que los políticos: se limita a disfrutar y no siente, o evade, el dolor; ni el suyo ni el de los demás. Su umbral de frustración es bajísimo. Estoy seguro de que no podrían soportar una película tan educativa como Johnny cogió su fusil. Es el tipo de cine que un adolescente considera intolerable, porque plantea todo lo que importa y reduce al joven a lo que de ninguna manera quiere ver o saber. Sin embargo, su protagonista es de verdad como ellos solo se creen: no puede hacer nada y solo quiere sentir el sol en la piel.
No hay una cuarta edad. Debemos acostumbrarnos a ser viejos, pero no vegetales. Porque no nos hacemos viejos, sino que se nos hace. No es voz media, sino pasiva: nos es hecho por la fisiología. Pero a pesar de que quizá podamos ralentizar su proceso, no lo es detenerlo: forma parte de nuestra programación genética. A cambio tenemos estos pobres consuelos: tardamos más, pero nos equivocamos menos y vemos la relatividad de las cosas. Desde las alturas de la pirámide de la población se atisba bastante más lejos que en su base. Los viejos solo pueden dar buen ejemplo porque ya no están en condiciones de darlo malo, supongo. Tiene entonces mucha validez ese refrán: «La gente joven dice lo que hace, la gente vieja lo que hizo y los tontos lo que les gustaría hacer».
Pero a nadie le gusta oír batallitas.
Contornos
Ángel Romera
http://diariodelendriago.blogspot.com.es/
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Juraría que Pavese, tal vez Quevedo, no sé si Valéry, quizá John Milton…
Retazos de «esta sala de espera sin esperanza» que es la vida
Nos hacemos mayores TODOS y no podemos perder, y solemos hacerlo, nuestra capacidad de reflexión. La emociones tiranizan y suelen denigrar la dignidad de toda realidad.
En sus circunstancias, cuando me lleguen, me reservo la siguiente breve obra (tengo dos ejemplares), que seguro conoce:
«El hombre en busca de sentido» del psiquiatra judío superviviente al Holocausto, Víktor Frankl.
Un hombre en busca de sentido no es viejo, es sabio.
Léase más bien Si esto es un hombre, de Primo Levi. También salió de un lager sin cerveza. No le diré cómo murió.
Efectivamente hay muchos que no se recuperan de una tragedia.
Unos pocos parece que sí, la convierten en sentido y esperanza.
El tiempo nos envejece a la vez que nos va anulando. Lo mejor es contar y poder contarlo. Vanidad de vanidades desde el Eclesiastés.
Qué gran libro, el Eclesiastés.
Una vez me dijo uno que no me emocionara demasiado con la vida, porque de ella solo se salía muerto…
El Eclesiastés, dice algo parecido, algo como que nada en ella es seguro excepto la muerte.
Así es que, Carpe Diem y que se mueran los feos. Yo ya pinto canas, he enterrado a varios/as y, como el día que me toque, no me voy a a enterar…pues eso, que no me voy a dedicar a «pensar o contar lo que me gustaría hacer».
No sé quién fue el autor de la sabia máxima siguiente :El tiempo es un buen maestro; lo malo es que mata a todos sus discípulos.
Hace algún tiempo escuché decir a una actriz, creo que Lola Herrera, que lo peor de ser añoso es que te lo recuerden constantemente. No hace falta que te recuerden, decía, que no te puedes deslizar por el hielo con unos patines, pero consideraba excesivas las advertencias sobre lo que debe o no debe hacer a su edad.
Somos a veces asquerosamente condescendientes con las personas mayores de 45. Y lo paradójico es que a quien suelo serlo le faltan cinco o seis años para alcanzar la edad del que se supone que consideran viejo.
Yo creo que la vejez no es tan mala. La humanidad se equivoca al temer al envejecimiento. Es solo que tiene mala prensa.
No està tan mal, después de todo, dejar de ser joven. No es una cuestión de edad, sino mental y de actitud ante la vida.
Así es que protejan sus mentes de la vejez….
Ángel, vamos a ponernos unas zapatillas de deporte y salimos a andar, al sol y al fresco. A no ponérselo fácil a la inexorable decrepitud. Te apuntas?
Lo siento, me requieren demasiado por aquí. Papeleos, ajetreos, exámenes…
Venga Ángel…, todo eso es contingente…, la Vida te requiere a ti. Cuando quieras, nos hacemos unas marchas y nos oxigenamos un poco. Saludos.