Parece que la clasificación de Ciudades más feas de España, entre las que se sitúa Ciudad Real, realizadas por la revista de viajes Excit, no acaba de sentar del todo bien, como mostraba el pasado domingo el diario local La Tribuna. Y es que a nadie gusta que le nombren a la madre o al padre para insultarlos. Y mucho menos, que le nombren la limpieza del patio de su casa.
Como probaba el concejal de Promoción Económica José Luís Herrera, que lo es conjuntamente concejal de Promoción Turística y Cultura, quien no daba crédito al suspenso y lo contraponía con otros aprobados, incluso con notables de rigor; para demostrar lo relativo de algunas clasificaciones y puntuaciones.
Aunque ese desdén súbito de algunos responsables municipales no sea nuevo ni sea responsable. Y no es responsable porque, obviamente, un concejal de Turismo, Cultura y Economía, o de Urbanismo si hubiera salido a la palestra, que lleva dos años y medio al frente de sus responsabilidades concejiles no puede ser responsable de años de galerna urbanística y de décadas de vendaval destructor. Y, por otra parte, desde esa debida continuidad institucional, tendría que solidarizarse con las trapacerías anteriores de muchas corporaciones consentidoras o tendría que denunciarlas abiertamente, por ese acomodo institucional con la desidia primero, y con la connivencia después.
Y no es nuevo este debate sobre las Gracias y desgracias de una ciudad central y centrada, porque ese fantasma sobre los valores urbanos de la ciudad es recurrente, como decía en la misma información, el Cronista oficial, Manuel López Camarena. Quien en una sentencia salomónica, dividía las responsabilidades entre “la negación artística de distintas corporaciones” y “los arquitectos sin brillo artístico”. Aunque, no está de más decirlo, no todo en la construcción de las ciudades sean problemas artísticos, sino problemas derivados de la cultura de las clases rectoras, como dijera Fernando Chueca en su trabajo de 1977 “La destrucción del legado urbanístico español”, junto a problemas derivados de la propiedad del suelo y sus afanes económicos. Baste recordar que en el preámbulo de la primera Ley del suelo de ¡1956!, ley producida en la plenitud política del franquismo, ya se habla de ese segundo fantasma de la producción inmobiliaria y del parasitismo de las plusvalías del suelo.
Y aquí viene la segunda de las consideraciones a nuestro cronista, si el asunto es recurrente, es que el problema sobre la destrucción patrimonial es estructural, y escapa, por ello, de una coyuntura concreta. Uno de sus antecesores en el cargo de Cronista oficial, como fuera Julián Alonso, ya luchó contra estos gigantes de la voracidad urbana. Como reflejaba en su texto de 1962 “¿Qué queda ya?”, que daba cuenta de su formidable pelea en pro de la defensa de los restos quebradizos del Torreón del Alcázar y a favor de la Casa de la Torrecilla. Incluso el profesor Carlos López Bustos, años antes se interrogaba por la súbita desaparición del convento de las dominicas de Altagracia.
De tal suerte que ya en 1979, Nino Velasco daba salida a un opúsculo crítico llamado “Ciudad Real mi amor. Boceto para una memoria sobre el estado cultural de Ciudad Real”. Donde parte de ese estado cultural, tenía que ver con el proceso de destrucción y deterioro formal de la ciudad, llegando a conclusiones claramente pesimistas, que tendrían otras prolongaciones de sopor y luto. Pero esos cantos críticos y esos panfletos civiles, se ubicaban en la cara opuesta al panegírico que ya inaugurara en 1577 Juan de Vadillo, humanista local recuperado por Luis de Cañigral, con su ‘Discurso en alabanza a Ciudad Real patria queridísima’ un género de enorme fortuna y de largo futuro.
Y es que, sobre esa literatura de los afectos ocultos y de las emociones básicas, pude escribir en 1995, en el trabajo de la revista Añil en la serie Perfiles de una ciudad, un responso que llamé ‘Rien ne va plus’. “Sus efectos se perpetuán en el tiempo con aportaciones diversas, pero con una identidad común: la exaltación patria. Exaltación sin contrapartidas, sin mesura, sin autocrítica, plena de complacencia y de gazmoñería. En la rapsodia triunfal, en la loa floral, en el canto vibrante del pregón, lo que triunfa, lo que florece y lo que vibra es el verbo, el pensamiento y el ser del apologeta de turno; no la ciudad estática y quieta, muda y sorprendida, extraña y silenciosa. Y esos textos acerados, construidos minuciosamente para ocasiones excepcionales los hemos confundido con la ciudad, con el ser de la ciudad, con su identidad. ‘La ciudad fronteriza en lunas’ o “la esencia delgada y vertical” de José Antonio de Ochaita; “la metrópolis del espíritu” y “la ciudad progresiva y moderna” de José María Martínez Val; “la ciudad clara, limpia, plena de armonía y luminosidad” de José María del Moral o el arrebato de Julián Alonso y su “quiero a mi ciudad y nadie la toque” componen parte de esa secuencia inflada de imágenes vacías que aún circulan por los supermercados de la sensibilidad banal. Cronistas oficiales, mantenedores de juegos florales, políticos en ejercicio, pregoneros del Festival de la Seguidilla, Pandorgos en activo, concejales de Festejos y de Urbanismo y promotores culturales componen parte de la grey que sigue utilizando las baratijas del sentimentalismo urbano”.
Y en esa onda del rayo que no cesa, en 1981, se convocaba el Año del Renacimiento de la ciudad, promovido por el Consejo de Europa. Mientras que en Ciudad Real se proseguía el ritmo febril de demoliciones, ritmo ya apuntado por Fernando Chueca en su trabajo citado de 1977 “La destrucción del legado urbanístico español”, en el que Ciudad Real aparecía con una calificación de grado 10, como máxima gravedad en el deterioro urbanístico. Por ello, en el debate de ese año, sobre la reforma de la Plaza de José Antonio (aún José Antonio y con la UCD gobernando en el Ayuntamiento), se pudieron contabilizar algunas de las demoliciones más sentidas. “Casas solariegas y palacetes burgueses –del Marqués de Villaster, de Ibarrola en Toledo, de Navas en Lanza, de Barrenegoa y de Messía de la Cerda en la plaza del Pilar, casa Ayala en Alarcos–, Cines y Teatros –liceo de la Amistad, teatro Cervantes, cine Olimpia, cine Proyecciones–, edificios públicos –Academia General de Enseñanza, Circulo de la Unión, Audiencia Provincial, Ayuntamiento y Seminario decimonónicos, Correos–, elementos racionalistas de Arias –-Casa de Socorro, Garaje Ford–, componen algunas secuencias urbanas de ese proceso de extinción sin pausa y mesura”. Como complemento de Año del Renacimiento de la ciudad, en el Colegio de Arquitectos se produjo la exposición y la mesa redonda sobre “La destrucción de la ciudad”.
Lo demás son historias de antes de ayer, y no se si historias de amor o de odio, como “la fealdad deseada de una ciudad que nos define y que sólo definimos para maltratarla primero y luego llevarnos a las visitas a Almagro” cantada por José Luís Loarce en su anti-panegírico de 1993 ‘Te quiero fea’. Pues eso.
Periferia sentimental
José Rivero
Un premio más merecido. Ciudad Real es feísima, sobre todo en su núcleo arcaico y cerril. El último atentado, esa tienda de BERSHKA con letras gordas en ese mastodóntico edificio delante de San Pedro. Para echarse a llorar.
Totalmente de acuerdo. No se debió permitir una fachada así de fea.
Quién movería hilos en el Ayuntamiento, y si no, inexplicable que la normativa municipal no afectara el entorno de San Pedro a la subordinación estética de este monumento, como se hace en el entorno de la catedral.
Aún así, se ha exigido desigualmente a los promotores.
Fea es la ciudad. Mal cuidada, mal diseñada, mal ejecutada, mal mantenida, mal reformada, mal actualizada, mal limpiada, mal protegida, mal autorizada para seguir haciendo el mal…
Pero…y lo guapos/as que salen siempre nuestros alcaldes y alcaldesas en las fotos?
No me negarás eso…
Eso se llama, Hobbes, el iman de la sonrisa. Una rara identidad magnética que se propaga como un eco infinito.
Amén.
Más que fea Ciudad Real es caótica, o es caótica y por eso es fea.
Y es caótica porque la dirección municipal ha estado históricamente unida al caciquismo municipal.
El entorno de la catedral teóricamente debe respetarse arquitectónicamente.
Mientras que ha habido promotores que han guardado sintonía con su entorno (Ambrosio o García Asensio), ha habido otros que han obtenido licencias por proyectos que rompían ese entorno.
Otro ejemplo es el entorno de San Pedro. Bien el Ayuntamiento obligó a la propiedad a mantener la fachada del Hotel Alfonso X (era BIC) pero ha permitido construir una aberración que rompe su entorno en el nuevo edificio junto a la Delegación de Hacienda (otra aberración).
Otro ejemplo, Plaza Mayor. Proyecto idóneo el de Eusebio Garcia y José Luis Alia, frente al Ayuntamiento y sobre la fuente, y la aberración del edificio del lado del Reloj, de Progesco creo (el de C&A).
En fin que HAY y ha habido CACIQUISMO PROMOTOR Y MUNICIPAL. Y unos arquitectos que se han plegado o han doblegado a unos u otros.
Y por eso tenemos la ciudad fea que tenemos.
Porque HAY QUE HABLAR DE CACIQUISMO URBANÍSTICO para entender por qué Ciudad Real es así.
De aquellos polvos vienen estos lodos.
Aunque se dice que ‘ni bonita que admire, ni fea que espante’…
Difícil de encajar una bofetada así, aunque razones haberlas haylas. La desaparición de gran parte del patrimonio existente en décadas anteriores – por la culpabilidad de unos y otros, pues no sólo debe mirarse en una dirección – ha llevado a tal calificativo, aunque no debe sorprendernos pues hace décadas Fernando Chueca Goitia ya ponía a Ciudad Real en esta tesitura.
Este flagelo sólo debe servir para encarar a una ciudad en su conjunto, con toda su historia, no sólo la de unos u otros. Ejemplos de ausencias no son necesarios su comentario. Cada uno que aporte su granito de arena para mejorar dicha clasificación, nada más… Aunque el mal está hecho desde hace mucho tiempo.
Gracias Pepe por una nueva lección.
Se trata de un hecho objetivo e incuestionable, la ciudad es fea. Buscar culpables del desaguisado no deja de ser un mero ejercicio de melancolía si no nos sirve para detectar dónde está el cáncer que ha destruido y sigue corroyendo las entrañas de esta ciudad, la desidia, la indiferencia y el abandono, ese «que lo hagan otros» que ha dejado las decisiones importantes en manos de codiciosos, especuladores, aventureros y oportunistas sin escrúpulos. Eso sí, todos ellos celosos custodios de las tradiciones seculares y la pureza de sangre.
El mal de nuestra tierra es el caciquismo político, la mediocridad y ventajismo de una parte de nuestros empresarios que trata de hacer negocio haciendo migas con caciques bipartidistas, el peterpanismo de la izquierda activista, y la autocomplacencia de unos manchegos a los que si los sacas de su terruño que sea sólo para ir a bañarse a Alicante o a hacer unas compras en Madrid (la capitaleja cosmopolita).
Tenemos una apreciable calidad de vida que da de sí lo que da el rentista, poco a medio y a largo.
Para tener futuro hay que ser ambicioso, apreciar lo que de fuera se hace bien y puede aprehenderse, y dejar de ser un mezquino envidioso más pendiente en lo que hace el vecino que en buscar la propia excelencia.
Nuestra universidad va a entrar en una fase crítica. Todo cacique es inmovilista y anti-reformista.
Es hora de plantear qué hacer con tanto edificio y personal al servicio de tan pocos alumnos.
Somos una capital cervantina, fea, pero próxima a Madrid. Salamanca y Alcalá de Henares se llenan de miles y miles de estudiantes de español provenientes de todo el mundo. Nosotros podemos competir con ellas.
Pero aquí se habla de cómo mantener privilegios y estatus, porque somos una ciudad clasista y funcionarial. Pero acomodaticia y tendente a la mezquindad.
Amo a mi ciudad, su Semana Santa, su religiosidad, su amor a las tradiciones, su mucha buena gente, su calidad de vida, su accesibilidad, su capacidad formativa y su potencial no explotado.
Pero los culipardos deben cambiar de patrón mental. Deben romper con su caciquismo político y constituirse como vecindad autónoma políticamente.
Allí se queja todo el mundo, pero espera siempre que sean los caciques de siempre o los nuevos los que les arreglen los problemas porque nadie quiere complicarse (muy funcionarial ese pensamiento).
Cuando haya una Plataforma vecinal que se presente a las elecciones y cuando sepamos pensar sin tener en cuenta a las Administraciones, saldremos de la decadencia y crisis en la que estamos surgidos desde que se frenó en seco la locura inmobiliaria.
Cuándo un funcionario podía permitirse acceder a una vivienda que costaba 40 años de hipoteca y una cuota de más de 800 euros que era prácticamente un sueldo si es que llegaban dos casa y de forma permanente.
De aquellos barros…
La crisis de nuestra universidad rematará definitivamente la decadencia de Ciudad Real si no se le pone remedio.
Aprovecho para hacerle un guiño al concejal del PSOE que en época de Clavero decidió llenar la ciudad de árboles. Lamento no recordar su nombre, aunque lo veo de vez en cuando paseando por la calle.
El mejor maquillaje que se le pudo a hacer la ciudad. Al menos, las ramas nos impiden ver «el bosque». Por suerte.
Ciudad Real es una de las ciudades con más arboles por metro cuadrado del país, y eso se agradece a la hora de evitar ver cómo, esta ciudad, con sus casonas familiares, se convirtió en un Pinto, Valdemoro, Getafe…etc de turno. Porque mira que son feos los edificios que se han hecho desde los 60 hasta ahora.
Si esas casas se hubiesen protegido y reconstruido, la ciudad tendría un aire muy diferente. Sí que merecería la pena visitarla.
Pues todavía mucho más fea es Vigo (en la provincia de Pontevedra) que han colocado de segunda más fea de españa y que suele estar la primera en todas las listas. Ciudad puramente industrial con bloques y bloques de hormigón y sin ningún monumento (su única iglesia antigua es del siglo XIX y era una iglesia de pueblo antes de que a Vigo lo industrializara el gobierno franquista y creciera desaforadamente: todo cuestas, huertas por el medio de los edificios callejones y calles con edificios horrorosos y así un largo etcetera).
En Vigo,las calles Policarpo Sanz, García Barbón y Urzaiz tienen una colección de edificios impresionantes con esculturas muy logradas que ya quisieran ciudades con fama de «bonitas». Y no es amor patrio porque soy de Valencia. Conozco todas las capitales de provincia de España y grandes ciudades que no lo son, como Vigo, Gijón, Cartagena, etc. y reivindico Vigo como una ciudad donde me gustaría vivir. Hay que mirar hacia arriba cuando se camina por las calles.