Recuerdo a los cuatro pelagatos que asistimos en el cine Castillo al estreno de Blade runner en 1982. Yo estudiaba entonces Filología Hispánica y era uno de los pocos que habían leído algo de Philip K. Dick a través de las ediciones en rústica negra de la editorial Martínez Roca (Ubik) que se vendían a precio de saldo en lo que entonces era Galeprix. Quedé, es natural, conmocionado. Eran los tiempos de la Movida; miserables, pero mejores que estos. Algunos de mis compañeros (una chica de Sonseca que no me hacía ningún caso) se hicieron copartícipes de mi entusiasmo, fueron a verla también y fliparon en colores. Yo había visto Alien y esperaba entusiasmado la próxima entrega del género, del que era entusiasta desde que me leí todo lo que había de él en la Biblioteca Municipal, entonces llamada Casa de la Cultura, de la que tenía el carnet número 508. Las magníficas antologías de Acervo, sobre todo.
Y hoy fui solo a ver la continuación, a pesar de que los decadentes y abundantes malos años no han pasado en vano. La sala estaba llena de frikis de Manchacómic y Serendipia, ya saben, esa estupenda librería que alberga incluso una zona para jugadores de rol junto a la estatua de un monstruo que parece salido de la tercera versión de DOOM (qué tardes más apocalípticas me pasaba haciendo de genocida). Me sentía como un abuelo entre sus nietos… que se lo quieren cargar. Está en la parte viva de la ciudad, esa zona que rodea a las Terreras, con su fuente donde bebe y chapotea «el dulce pisar de la paloma», que dice Swinburne. Los bares baratos, las terrazas bajo las cuales se puede escuchar el estruendoso gentío de los pájaros disjuntos a las ocho de la tarde; su Living lleno de cinéfilos y amigos, el club de ajedrecistas, el bazar del suicida, su calle Libertad, las aulas anarquistas, los estudiantes mareados por la cerveza, el estudio y el hierbajo malsano y sus guiris de intercambio. Con las maravillosas casitas bajas del Compás y demás, las tenduchas alternativas y de libros de viejo, los yoguis budistas y pasotas y Pachamama. No ese cascote muerto del centro.
No quiero pasarme de costumbrista. El caso es que me tragué la secuela de pe a pa. Una película artística, preciosa hasta el punto que pueden serlo distopías tan frías y terribles como esta; la humanidad. tras la terrible caída de los ecosistemas, ha sufrido un apagón energético que ha exterminado casi toda la memoria informática de la humanidad. Se subsiste sembrando interminables campos de gusanos para obtener proteínas y el gobierno ha sido entregado a las corporaciones biotecnológicas que han salvado al planeta. Hay unas (in)diferencias sociales y humanas casi absolutas. Ya no se distinguen apenas las personas de las cosas o productos, lo imaginado de lo real: incluso se yuxtaponen o superponen o recrean o falsean las visiones o recuerdos de un ser humano que puede convertirse en cosa o viceversa. Los paisajes de arte moderno lucen (o se oscurecen) con evocaciones expresionistas y fascistoides; los interiores exhiben reminiscencias de pintores como Edward Hopper; abundan las citas y alusiones a otros filmes (no ya del original de Ridley Scott, sino también de Cronenberg (no en vano es canadiense Denis Villeneuve) y autocitas del autor, por ejemplo de La llegada)… Es una ilustración que impresiona, de contenido muy existencial y que ofrece visiones de Los Ángeles, San Diego y Las Vegas como uno nunca esperaría; pero la suma de factores no resulta, no va más allá. No tiene el estado de gracia del original, aunque se aproxima mucho. Eso sí: la visión que ofrece del futuro es muy posible, a excepción de esos progresos técnicos que me parecen sencillamente demasiado pedir: la desaparición de los gobiernos absorbidos por las corporaciones (de hecho, ya controlan gran parte de ellos, bajo una ridícula apariencia democrática) y el aumento sideral de la distancia entre ricos y pobres. Pero para ser una segunda parte, merece verse; no es una película desdeñable, aunque haya al precer algunas que hay que ver también, como Detroit: un retrato de los famosos disturbios provocados en esa ciudad por el racismo en el verano de 1967.
Contornos
Ángel Romera
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Todos esos momentos se perderan en el tiempo… como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.
No hay palabras finales en la ciencia ficción como las que pronuncia Batty ,y yo que pensaba que la ciencia ficción era solo cosa de frikis como yo. No hay más de tres que escriban como el colega Romera. Mola.
Angel, no sé si tienes algo escrito más extenso a modo de ensayo o novela, pero te animaría a hacerlo.
Ayer tuve la oportunidad de ver la película ‘Blade Runner 2049’ y permanecí pegado a la butaca durante sus 152 minutos de duración.
Recordé aquel 21 de agosto de 1982, contemplando a Harrison Ford con 40 años.
Aunque la verdad es que, en aquel momento, la película quedó algo eclipsada por el también estreno de ‘E.T.: El Extraterrestre’, cuatro meses después.
‘Blade Runner’ es una pieza de coleccionista. Las implicaciones filosóficas y existencialistas que se sembraron en 1982 se desarrollan ahora con maestría.
Te hace que reflexiones sobre cosas que hoy en día conciernen más.
Al final, la memoria es como un cuento, un invento, que utilizamos para dar sentido a nuestra vida. Nos pasamos la vida construyendo nuestra memoria y nuestra identidad. Y España es un país especialmente desmemoriado.
‘Detroit’ es una película definitiva sobre el racismo en América. Una maravilla. A pesar de que puede resultar algo claustrofóbica, no hay que perdérsela. Una buena recomendación…..
La expansión del uso de la robótica será el futuro e implica inquietantes problemas morales.
O el hombre con la máquina o la máquina sin el hombre. Se estima sólo en Alemania que en los próximos diez años se perderán dieciocho millones de empleos por el uso de los robots.
Soy también muy aficionado al género. Blade Runner me pareció estéticamente una película sublime.
A.I.Inteligencia artificial para mí es la mejor en cuanto contenido. E inquietante una película de claro contenido transhumanista, The Machine (Caradog). Y otra película fascinante Her (spike jonce).
El género también me fascina.
También tuve yo la oportunidad de ver esta película durante este fin de semana: un petardo de dos horas y media interminables, con un irritante 3D que no viene a cuento y es completamente innecesario, un actor protagonista -Ryan Gosling- que bien pudiesen haber sustituido por un muñeco de cera (la expresividad iba a haber sido la misma) y una historia de fondo sosa, aburrida, que da como fruto un final pobre y poco interesante.
Para los nostálgicos bueno va.
Paece que le ponen a cada uno una pinicula distinta..jejeej