No sé si es un dicho antiguo o es un aserto moderno.
Pero, pese a ello y sea cual fuere su procedencia y origen, tiene dosis de posibilidad, tiene posibilidad de existencia.
Desde ellos dos, desde lo pasado y desde lo presente, desde Lucio Anneo Séneca a Laurent Binet, desde Protágoras a Michel de Montaigne, se puede decir con justeza: Cambias de opinión tan rápido que no te da tiempo a equivocarte.
Quien no se equivoca, es porque acierta.
Por ello el secreto del éxito y la verdad del que acierta radican en cambiar de opinión.
O en tener más de una.
Como decía Groucho Marx: “Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”.
Antes, a cambiar de opinión se decía de forma coloquial como cambiar de chaqueta o de camisa.
Más raro era decir lo del cambio de piel, que era algo común en la vida natural.
Incluso, cambiar de aire: Irse a otro sitio.
De ello, de esa mutación interesada de la chaqueta, derivaba la voz del chaquetero, como aquella persona que de forma advertida cambiaba de rumbo en beneficio propio.
No hay, pese a todo, esa equivalencia del chaquetero con el camisero. Que alude más al ámbito de la sastrería y del patronaje.
Con esa designación de la indumentaria exterior como forma de identificación, podría haberse introducido el gabán.
Para dar paso al gabanero que ya sería el que se transforma en su exterior.
Aunque la verdad del gabanero es una suerte de armario reducido ubicado en las entradas y recibidores de las viviendas.
Cambiar de chaqueta y cambiar de camisa, y no tanto cambiar de gabán, en el fondo es cambiar de guerrera y de uniforme.
Circunstancia que acontecía en los enfrentamientos de ejércitos uniformados.
Y aquí cobra perfecto sentido lo de cambiar de tercio, de guerrera, de chaqueta o de camisa, para pasarse al enemigo.
Que en el momento del cambio, deja de serlo y se transforma en un compañero.
Aunque haya que hacer la salvedad de los uniformes de camuflaje, que hacen desaparecer las diferencias de origen.
Ahora todos hermanados, merced al uniforme de camuflaje.
Que expresa otro cambio, al confundir las apariencias.
De igual forma que el huido y cambiado de uniforme, deja de ser un compañero para sus antiguos colegas y se transforma en un desertor o en un prófugo.
Mostrando la relatividad de la designaciones.
La gloria para unos es el infierno de otros.
Como el haz y el envés.
La hoja vista en dos posiciones diversas, no deja de ser la misma hoja.
Y la llamamos de forma distinta.
Como el traidor y el héroe.
Aquella persona que de forma inadvertida cambia de rumbo y de ideas, sin beneficio buscado, sólo por su propia inconsistencia, deja de ser lo uno y deja de ser lo otro.
Sin que la ausencia de errores y equivocaciones, tenga otro mérito que la pusilanimidad.
Esto es, carecer de ánimo y valor para tomar decisiones o afrontar compromisos.
Y pasa a ser otra cosa.
Lerdo, badulaque, lelo o veleta.
Donde el primero apunta a la lentitud y a la torpeza.
De igual forma que el badulaque fija un afeite o un aderezo que sirve para maquillarse y esconderse.
Que es otra forma de cambiar de cara y camuflarse.
Cambiar de tercio, cambiar de guerrera, cambiar de chaqueta, cambiar de camisa, cambiar de piel, cambiar de aire, cambiar de guerrera, cambiar de uniforme, y cambiar de cara.
De la misma forma que el veleta señala al inconstante y mudable.
Donde ya se anticipa la inconsistencia del pensamiento del así llamado como el artificio que marca la dirección del viento.
A merced de cualquier viento que llegue y oriente las preferencias.
Esa velocidad en el cambio está prefigurada ya en la veleta.
Pensada para moverse al menor céfiro.
Y con dificultades para permanecer inmóvil.
Pura adivinanza.
Como el polvo que se levanta al menor soplo. Para a continuación desvanecerse y yacer en el terrizo.
Polvareda que pasa, no deja huella.
José Rivero
Divagario
«Vivir es desviarnos incesantemente. De tal manera nos desviamos, que la confusión nos impide saber de qué nos estamos desviando». (Kafka)
Supongo que aplicable al «Prusés».
Creo que si como dicen muchos la posmodernidad fragmentadora de certezas está en las últimas, al espécimen que describes le quedan dos telediarios.
A todos nos gusta la previsibilidad, pero más las certezas y la estabilidad.
En este mundo hay mucho miedo a los cambios por tanto exceso de información y sensación de descontrol, y éstos no son ni buenos ni malos. Nos olvidamos que la naturaleza humana no cambia o lo hace mucho más lentamente.
En el veleta late una deshumanización, muy humana pero en el presente, inoportuna.
Una de mis mayores aficiones consiste en leer libros que me explican cosas que, difícilmente, llegan a los medios de masas y, si lo hacen, es de forma superficial o sesgada. Y, además, lo hacen con bastante retraso.
Y me he dado cuenta lo difícil que resulta para el cerebro humano cambiar de opinión.
Llevar la razón en algo que no acabará por cuajar socialmente hasta pasados unos años es una carga gravosa muy ingrata.
Así, uno se plantea si un debate tiene alguna utilidad. Tal vez, los mejores debates sean aquellos en los que se intercambian ideas afines como los que ocurren flagrantemente en Intereconomía ó 13TV.
A veces, es como más descansado dejarse llevar por las mareas de opinión de la mayoría pero yo me resisto a mimetizarme con el entorno a pesar de que esté de moda eso de ser como un camaleón y cambiar según la ocasión.
Y es que ‘el que no quiera polvo, que no salga a la era’….
O en la Sexta o TV3 no te fastidia.
El problema de la indefinición es la frivolidad que en situaciones como las actuales sin duda pasará factura por la sencilla razón de que se han traspasado los límites porque se han vulnerado flagrantemente las leyes.
Como las sexta anoche con Carmena y Colau…una vez más engordando al delincuente.