Hace muy pocas horas he visto un vídeo. Me lo acababa de mandar un amigo, y ante su mensaje insistiéndome para que lo viera, le obedecí en cuanto me liberé de otras obligaciones.
Mi amigo es roquero de toda la vida. Bueno, de toda la vida es mucho decir. Por supuesto del rock anglosajón. Yo le entiendo. Si optas por un estilo de música ve a las fuentes. Los españoles hemos hecho incursiones tratando de buscar la modernidad de allende las fronteras. La verdad es que los resultados, aunque los hay, son escasos; en cuanto al rock, me refiero.
Mi amigo toca ahora en una “big band”. Hace años decidió cambiar de manía. Mi amigo es muy maniático. Cuando decide que algo le gusta no para hasta conseguir tu aprobación. Si pones caras de dudosa aceptación te volverá loco hasta llevarte al huerto. Y si la cara es de agrado te volverá loco igualmente hablándote y hablándote sobre las excelencias de su nueva manía.
Era un extraordinario bajista. Ahora toca el saxo, y si le sacas del jazz se pierde; y me consta que es un melómano empedernido –al menos lo era cuando tocábamos juntos, hace ya algún tiempito- Pero los fanáticos del jazz tienen esas cosas, se vuelven monotemáticos. A lo sumo, aceptan derivaciones al “blues” o al “ragtime”, a pesar de que las composiciones más famosas de los jazzistas sean más pop que otra cosa.
¡Cuál sería mi sorpresa cuando al abrir el enlace del vídeo me encontré con una actuación de flamenco! Mi amigo y el flamenco han sido siempre incompatibles. No es que rechazara a sus guitarristas……..del todo. Pero si de guitarra hablábamos, donde estuviera un Jimi Hendrix, un Eric Clapton, un Mark Knopfler, un Jimmy Page, un Pete Townshend; a Carlos Santana acabó aceptándolo; a Paco de Lucía……, más o menos, y siempre en una categoría inferior. Miento, al genio gaditano acabó mirándolo con otros ojos después de que tocara junto a Al di Meola. Es muy importante el matiz. Que Lucía tocara con Al di Meola, John McLaughlin y Carlos Santana significaba que había pasado la prueba. Ahora ya sí podía presumir de él como un ídolo de toda la vida.
Mi amigo es un espécimen cultural típico del genero pijoprogre. El concierto de Aranjuez le gustaba y valoraba lo justo hasta que se enteró que Miles Davis había versionado el famoso Adagio en 1960. Desde entonces, el concierto de Aranjuez se convirtió para él en una obra maestra.
Como buen converso se enamoró de la partitura. En 2.015, al celebrarse el 75 aniversario de su estreno, removió cielo y tierra buscando patrocinadores para realizar un documental sobre Joaquín Rodrigo, incorporando una vasta selección de las múltiples versiones de la obra. Aunque parezca mentira no encontró patrocinio. Eso que mi amigo es un fantástico productor de documentales. Quizá no hizo hincapié en la versión de Davis para que otros pijoprogres culturales, pendientes de convertir, se imaginaran la pieza de Rodrigo interpretada en un tugurio de jazz en pleno Brooklyn neoyorquino. Esto sí hubiera sido lo máximo…….
El vídeo duraba unos cinco minutos. Aproveché un corto receso para verlo. La actuación era en Casa Patas, en el centro de Madrid. Sonreí al verlo. Cogí el móvil y llamé a mi amigo.
-¿Lo has visto? –fue lo primero que escuché.
-Claro. Dime una cosa ¿Qué mosca te ha picado? –le pregunté.
-Sabía que te iba a sorprender, conociendo como conoces mis gustos. A partir de ahora considérame un ferviente admirador del flamenco.- Esa afirmación de mi amigo ya sabía lo que significaba: flamenco y más flamenco en nuestras futuras conversaciones.
-Cuéntame, me tienes en ascuas –le dije.
-Mira, he descubierto la expresividad, la naturalidad, la gracia y la fuerza arrolladora del flamenco. Estoy harto de esos concursos televisivos donde los concursantes parecen cortados por el mismo patrón. Donde las chicas cantan todas de nariz imitando a las jovencitas del “Disney Channel”; y ¿bailar? Tengo hartazgo de la sobresexualidad coreográfica sin ton ni son. De que las niñas en vez de mostrar sus habilidades como cantantes parezcan candidatas a trabajar en una agencia de acompañantes.
Yo escuchaba sin emitir palabra. Había sido un pinta toda la vida y me constaba que lo seguía siendo. Me llamaron la atención sus delicadas consideraciones y recordaba las imágines del vídeo. La actuación era de unas niñas de la escuela de flamenco de Casa Patas.
-Está en Madrid una amiga de Los Ángeles -mi amigo no paraba de hablar. -Ha venido a pasar unos días y tenía mucho interés en ver un espectáculo flamenco.- ¡Acabáramos! Mi amigo en estado puro.
-¿No sabía que hubieras puesto una americana en tu vida?
-De momento, dos semanas. Da clases en la universidad, en California. Es ella la que me ha abierto los ojos.
-¿Qué quieres decir? –pregunté intrigado
-Que ha sido ella, en realidad, la autora de las observaciones. Te digo más. Me comentó que en una sociedad tan ñoña, tan carente de tensión vital, donde algunos tratan de meternos la androginia desesperadamente, el flamenco le parece un antídoto. Su opinión es que debería fomentarse entre los niños. Su cante, su baile, sus gestos faciales, sus ademanes corporales, su toque instrumental, te obliga a sacar el arrojo, la fuerza, nuestro huracán profundo, la gracia natural que llevamos dentro
–Estaba claro, mi amigo se había colado por la californiana, y esas cosas tienen consecuencias, pensé.
-El poderío que se decía antaño, ¿no? –le dije, interrumpiendo su encadenamiento argumental.
-¡Efectivamente, querido amigo, así es! La americana dice que es un arte sin imposturas. – Coño con la americana, me dije. He de reconocer que me encantó su definición:
“Un arte sin imposturas”
-En estas escuché una voz hablando en perfecto español, pero con un acento demasiado evidente, susurrándole a mi amigo.
-No cortes que la americana te quiere hablar. Le he contado muchas cosas de ti. Que nos conocemos desde el colegio. Que íbamos de una clase a otra por la fachada saltando por las ventanas
–Cuidado con lo que cuentas, tú…..
-Tranquilo, es esa parte de mi currículum lo que le fascina. Mi rebeldía de siempre
-Entendí que la americana necesitaba un loco en su vida y mi amigo podía ser su demenciado perfecto, al menos para quince días.
-Escucha, pogfavog –la americana buscaba hacerse oír contra viento y marea.- Soy profesora de la universidad y estoy hagta de cancelag presentaciones de pegsonas fuega de seguie pogque molestan la sensibilidad de los alumnos y se van en grupos a una habitación que hemos tenido que habilitag para que se guecuperen del estrés pog oíg cosas que no les gustan ¿Te imaginag? ¡Universitaguios que se ponen de los negvios ante detegminados temas! ¡Son incapaces de debatiglos! ¿Qué clase de univegsitaguios son esos? Voy a tegminag loca. El flamenco es la antítesis. Cuando un hombre baila con una mujer sudan y sienten el sudor el uno del otro. Y el cogazón se albogota, y las hormonas también, y eso es magavilloso porque es natural. Todo eso quiego que lo sientan mis alumnos. Y lo hagan con natugalidad. La gueacción maravillosa de un hombre y una mujer cuando sus cuegpos se juntan en un baile sin condicionamientos, sin melindres.
-Nos hemos apuntado a un curso intensivo de flamenco –me dijo mi amigo.
-Oye, ¿estás seguro que es californiana? Habla como los franchutes.
-Sí, es verdad. Pero no es gabacha, es californiana. Te decía que nos hemos apuntado a un curso intensivo de flamenco –insistió.
-¿De dos semanas? –le respondí.
-No, de 10 días.
-¿Y qué piensas aprender en él?
-En realidad ya he convencido al profe para que nos dé unas horas extras.
A mi amigo siempre se le dio como hongos conseguir de un humano el triple de lo que conseguiría otra persona corriente. Nació con ese don. Estoy seguro que le triplicarán las horas al mismo precio, es un crac en esas lides.
-Y todo esto, ¿para qué? –pregunté a mi amigo loco. Estamos pensando en abrir un centro de estudios de flamenco en California. Mi amiga piensa que el éxito sería arrollador
-Oye, ¿cómo se llama tu amiga?
-Helen- me respondió con rapidez.
-Bueno, loco de la vida. Ahora tengo que dejarte, pero tenme al tanto –me despedí de mi amigo.
Tuvo que ser alguien de otros lares quien, nuevamente, hiciera enfocar la atención de mi amigo sobre algo de su tierra. Nada nuevo bajo el sol. El hecho es que, de paso, también me reenfocó a mí.
Y es que, pensándolo bien, la americana (sic) –para mí que era franchute- tiene mucha razón.
Gracias, Helen.
Sin tapujos
Marcelino Lastra Muñiz
mlastramuniz@hotmail.com
P/D: Os dedico el vídeo que me envió mi amigo del que os acabo de hablar.
Unas niñas alumnas de la escuela de La Truco en Casa Patas. Su nombre artístico: Las Turroneras.
https://www.youtube.com/watch?time_continue=1&v=aqjAYRvT6ZA
El flamenco es la música más dificil que se hace en la actualidad, incluso más que el jazz y que casi la música celta.
Cuanto más lento es el tiempo musical, más difícil es acertar con las palmas.
Pasé, años atrás, mucho tiempo con una famosa ‘big band’ en Barcelona y no me acerqué mucho al flamenco pero siento un gran respeto por este género……
Flamenco, para mí sencillamente, música en vena.
Todos tenemos un amigo cansino de ese tipo. De los que no les basta con obtener tu aprobación y adhesión en lo que a él le mola. El problema es cuando su pasión se vuelve obsesión y busca obsesionarnos. Un ejemplo es Juego de tronos. Mi amigo no se conforma con que tú sigas la serie : te tiene que apasionar tanto como a él, tienes que hablar de ella a todas horas, leer las reseñas que le dedica El País diariamente… Y ocurre que terminas deseando que finiquiten la serie cuanto antes, que se olviden de ella sus devotos y que nos dejen en paz a los demás de una puñetera vez.
Y con la música y el flamenco ocurre otro tanto. Conozco a gente que detestaba la copla hasta que llegó Carlos Cano; que odiaba a Almodóvar hasta que Holliwood no le dió su bendición…
Todo es cuetión de criterio, de falta de criterio.
No sé si el amigo del articulista estará loco, será un tarambana o un inconsistente. Quien tiene toda la razón del mundo es Helen, la californiana con acento franchute. El flamenco es racial (nada que ver con racista, que nadie se confunda) porque provoca que aflore el fuego -la pasión- de la raza humana. Por eso tiene razón Helen. Hace falta recuperar la libertad para que poder sacarlo – el fuego, la pasión- a flote sin que nadie salga corriendo porque le asuste la bravura de un ser humano. Sí, señoras y señores, ¡viva el flamenco! ante tanta ñoñería.
Con el flamenco hemos topado.
El flamenco tiene muchas semejanzas con el jazz, música de origen popular, cuyo valor no reside en la composición, sino en la interpretación personal de los modelos musicales populares (en el caso del flamenco, los palos – en el caso del jazz, sería más complejo, pues es más «urbano» y además hay una amalgama de orígenes culturales). Ambas han evolucionado por la influencia y confluencia de grandes genios (en el caso del jazz, además, porque el tipo de repertorio y armonía permitía implementar innovaciones de la música culta europea – en el caso del flamenco, más difícil: no bastó la obra de Falla para progresar).
Pero ambas músicas, ya no son lo que eran. «It don’t mean a thing if it ain’t got that swing» decía Duke Ellington. Y así, a cualquier cosa se le podría llamar jazz hoy en día. El caso del flamenco, es mucho peor aún. Ya no hay coplas, hay canciones y producciones discográficas. Ya no se busca «el tronco del Faraón», ahora con poner una guitarra, con alguna «armonía frigia», es suficiente para llamarle flamenco. Flamenco chill out, y mucha bulería. La influencia debla música anglosajona ha sido su perdición (por no haber sabido quedarse solo con lo bueno, y haber perdido buena parte de sus esencias).
Pero ambas músicas, si son auténticas, obligan al oyente a escuchar. En el caso del jazz, la capacidad de invención melódica y el virtuosismo instrumental. En el flamenco, no es la invención, sino la ornamentación (de tradición oriental) ¿A quién le gusta escuchar melismas vocales?
La música le gusta a todo el mundo, pero poca gente tiene voluntad de sumergirse en una escucha profunda.
¿A la gringa le gusta el flamenco por la pasión sudorosa? Que se vaya a hacer spinning