El debate anti turismo de este verano de 2017, tiene muchas implicaciones posibles y una extraña vuelta atrás. La vuelta atrás, al menos hasta 90 años, nos retrotrae al Ortega y Gasset de 1926, año en que comienza a publicar en el diario El Sol sus anotaciones sobre La rebelión de las masas, que aparecerían en formato de libro en 1929. Singularmente, el capítulo primero, El hecho de las aglomeraciones, da pie para las observaciones que preocupan a Ortega: la masificación de las ciudades y sus centros, la imparable velocidad de los cambios sociales que aplican las tecnologías primerizas de esos años, el peso de la primera revolución contemporánea y el declive de los valores de un viejo mundo cerrado tras el tratado de Versalles.
En ese horizonte temporal, finales de los años veinte del siglo XX, el fenómeno de la presencia social de las masas es ya un hecho constatado de forma irremediable e imparable. Incluso la visibilidad de los cafés llenos, de los bulevares atestados y de los teatros atiborrados es captada por otro autores, como Eugenio D`Ors que ven hacia 1914(¡…!) la ciudad de Venecia colmada de veraneantes. En todo caso las posiciones de Ortega y D’ Ors no dejan de esconder un altivo desdén elitista, frente al fenómeno social de las masas.
Esa masificación se ha hecho patente en la segunda mitad del siglo XX en múltiples registros: desde los acontecimientos deportivos a la concentración humana en los centros comerciales. Por no hablar de otras concentraciones masivas en vías de comunicación saturadas o en aeropuertos bloqueados y colmatados. Uno de los movimientos sociales que han hecho visible el ascenso de las masas y de su protagonismo cuantitativo, tiene que ver con el Turismo Social que se desarrolla como secuela del Estado de Bienestar. Lejos de los conceptos tardo románticos del Grand Tour formativo, practicado por las aristocracias, británicas sobre todo.
Las conquistas sociales y laborales del siglo XX han ido abriendo las puertas del ocio remunerado como parte del salario conquistado; al tiempo que la construcción de imaginarios beatíficos de Otros mundos, han jalonado las prácticas de las sociedades desarrolladas hasta extremos considerables, y han impuesto una rara obligación del movimiento estival. De tal suerte que lo que comenzó siendo una extravagancia de las Clases cultivadas, devino en remuneración adquirida por el proletariado en el nuevo reparto del poder social y acabó siendo, desde los años sesenta del siglo pasado, un imponente negocio mercantil, ornamentado de otras puntillas y grutescos: entre lo naif y lo folklórico, entre el Spain is diferent y la cartelería del viejo MIT de Manuel Fraga.
Negocio que mueve ya en España el 12% del Producto Interior Bruto (más de 37.000 millones) y que totaliza a más de 70 millones de visitantes y viajeros anuales, a las glorias nacionales y a otras pasiones turísticas. Pura economía dura, que de un tiempo a esta parte ha hecho saltar algunas alarmas en torno a la considerada Primera Industria Nacional.
¿Se puede seguir creciendo indefinidamente? O ¿los recursos, al ser limitados, hay que ordenarlos y planificarlos? Y este el dilema que hoy han abierto sin matizarlo, grupos como Arran, alineados con la CUP catalana, y otros grupos abertzales vascos, esgrimiendo una nueva fobia anti turismo, con aplicaciones programáticas como Tourist go home, que actualiza la castiza del pasado próximo, Domingueros idos; incluso ahora: Domingueros Iros. ¿Se puede politizar el turismo? O ¿ya es sólo pura ordenación de recursos económicos? ¿Qué sentido tiene la exaltación local, que comporta el rechazo al turismo, en la era de lo global? ¿No eran las formaciones de izquierdas (en el supuesto de que Arran, CUP y socios similares, lo sean) internacionalistas y universalistas? ¿Cómo se articula ideológicamente, el retorno al terruño o, a su pesar, al grupo selecto y seleccionado?
Serían, por otra parte, los debates y los casos sostenidos hace años en Venecia, asediada por enormes cruceros de ocho pisos que amenazan con hacer desaparecer la ciudad que ha visto amenazada su condición de Patrimonio de la Humanidad, si las autoridades no tomaban cartas en el asunto del turismo masivo. Difícil cuestión y difícil equilibrio. De igual forma que las restricciones de visitantes a la Capilla Sixtina, a las Cuevas de Altamira o a la Galería de los Uffici, no esconden sino una imposibilidad física por atender a todo el mundo que demanda la visita. Y por ello se impone un numerus clausus, que legitime la continuidad del Bien Cultural en la época de las Grandes migraciones turísticas. Volver a Ortega y a las minorías selectas y cultivadas.
Algo parecido podríamos decir del debate sostenido en el litoral español, denunciado anualmente por Green Peace como antimodelo de sostenibilidad. No hay, como ya sostuvo en el pasado Michel Bosquet, costa para todos los franceses que aspiren a su parcela litoral. Imaginen el litoral español demandado por los habituales y por buena parte de los millonarios turistas de Sol y playa, como han sido denominados durante años. Con este modelo de desarrollo y con sus implicaciones ambientales y territoriales el futuro está cuestionado.
Hay que hacer constar que ya en los años setenta, se produjo un estudio centrado en el municipio mallorquín de Calviá, evidenciando entonces todos los problemas que años después no se supo (o no se quiso evitar). Evidenciando las dificultades del crecimiento urbano y económico, cuando todo se con fía al turismo como monocultivo. Un turismo que es estacional y caprichoso, y que huye de los desequilibrios políticos y militares, tanto de la antigua Yugoeslavia como de los países árabes del norte de África.
Y de esos polvos llegan estos lodos cálidos, con cierto tufo populista y con tintes de nacionalismo y de xenofobia. Y de antesala de cierto totalitarismo, como el ejemplificado en los años treinta en Alemania, en que se decía Alemania, para los alemanes. Cerrando las puertas a los que no mostraran la pureza racial aria demandada por el fundamentalismo nacionalsocialista. ¿Están repitiendo las CUP y similares, el discurso del miedo al extranjero? Una cosa es el debate sobre la planificación de recursos naturales y económicos y otra distinta el tiro al blanco, que luego resulta ser un negro.
Periferia sentimental
José Rivero
Lo que ocurre es que hasta en esto de la masificación o turismofobia la manipulación mediática es más que evidente. Ya el pasado verano, los medios se hicieron eco de las protestas airadas de los vecinos de determinadas barriadas de Barcelona y Palma. Vecinos de edad avanzada cuya ideología no creo que tuviera mucho que ver con la CUP eran escuchados con atención y aplaudidos en sus quejas por muchos periodistas que les daban la razón. Ahora, cuando determinados grupos extremistas plantean el mismo mantra que los vecinos de la tercera edad, se da un giro copernicano al asunto , despotricando contra » esa gentuza que quiere cargarse hasta el turismo». Como siempre , la polémica esta servida, y la manipulación ideológica a la que tan aficionados somos ,también.
Bien visto.
Lo dicho
Un artículo muy interesante. La actitud de los «catalanes en el mundo» es propiamente la que Ortega denominaba la del aldeano «señoritismo»: un rechazo a la masa propio de la masa misma, que quiere linchar cualquier manifestación de lo distinto. Los idiomas distintos, la distinta cara, cuerpo, piel o sexualidad, la distinta clase social… Según la publicidad, todos «debemos» ser rubios, guapos, vestidos por Gucci, ver telemierda, conducir cochazos y votar al Pepé, que es de toda la vida y de la ultravida también.
Contra el turismo de masas y poco selectivo a lo Magaluf están los que se van no a hacer turismo, sino simplemente a trabajar porque en su país no pueden o a sacarse una carrera. Gente demasiado buena, esforzada y trabajadora para un país demasiado malo, abúlico y vago.
A Europa le está pasando lo que al imperio romano con el proletariado exterior inasimilable; cunden las tendencias al fragmentarismo y a la ruralización y medievalización de todo. Como se hablan muchos idiomas y se siguen muchas costumbres se forman muchas camarillas y recovecos y la gente se siente paranoica porque no puede competir con lo que no puede (ni quiere) entender.
Hagan la prueba de hacer amistad con el chino de su chollo más cercano y verán. Siempre habrá una gran muralla entre ustedes.
Por eso se levantaron las murallas. Para protegerse de los bárbaros y los caminantes blancos.
Los cuatro gatos de la CUP no representan a nadie. Y es terrorismo, porque su finalidad es amedrentar y coaccionar a la hostelería.
Barcelona es una ciudad que depende muchísimo del turismo. Lo hay mayormente civilizado y otro que simplemente ocasiona problemas de orden público que ya sabemos cómo se resuelven.
Sentido común por favor.
Esos cuatro del terrorismo de CUP tienen amparo institucional, y eso sí que es lo grave.
No se puede gobernar para minorías marginales.
Que la gente se quede sin su pan, para que sea el suyo el que le migajas.
Desestabilizar.
Así funciona este tipo de gente.
Que la gente se quede sin su pan para que el régimen les de migajas.
Programado por estos teóricos del fascismo de izquierdas.
Catetos
En los seis primeros meses de este año, el número de turistas extranjeros que decidió pasar sus vacaciones en España superó la cifra de los 36,3 millones de viajeros y, posiblemente, este verano de 2017 supere la marca de los 75,6 millones de visitantes foráneos registrados en 2016. Las perspectivas así parecen indicarlo, pudiendo llegar hasta los 84 millones.
Los militantes y activistas de la ‘turismofobia’ son la prueba tangible de que la verdad absoluta conduce, a veces, a la mentira.
Lo cual, no quita que la ‘turismofobia’ sea comprensible. Cataluña acoge a uno de cada cuatro turistas que visitan nuestro país y, con la mayor intensidad, en Barcelona, a la que pocas urbes europeas la superan ya en número de visitantes.
Es verdad que esto constituye un incordio pero, para bien o para mal, necesitamos a los turistas, que aportan el 11% del PIB y el 13% del empleo de los españoles.
La conducta fóbica es anterior a la masificación del turismo y, por tanto, a la ‘turismofobia’.
En la medida de lo posible, habrá que ordenar sus flujos y actividades.
Pero con llamarles ‘bastards’ no avanzaremos mucho.
Sólo lograremos quedar como unos cocheros y bordear la xenofobia, o desprecio del extranjero, que es conducta fóbica y escasamente civilizada.
Espero que los ‘turismofóbicos’ locales, si son coherentes, no viajen nunca a ningún sitio…..
Nos quedamos en la portada, en el titular, en la foto, en la entradilla del telediario. Decimos todos nuestra frase para la historia y punto pelota.
Ya lo han dicho antes, NO son las CUP quienes llevan años protestando por esta salvajada, son los vecinos, son los que no descansan por la noche, los que bajan a la calle entre anormales en pelotas, los que comparten súper con alcohólicos estivales, los que no duermen por tener un piso de alquiler con el triple de inquilinos legales etc etc.
La banda de ultraderechistas que han salido a insultar en las redes estos días y llamar de todo a los que protestan por el turismo rancio de masas no se han parado a pensar un momento en sus vecinos de Barcelona, Magaluf, el Arenal, Benidorm etc etc. Ellos en su ansia neoliberal de regular el mercado a las ódenes de sus taúres (en eso son peores aún que el Estado) no cejan en el insulto y la descalificación. Claro está, ellos no echan 12 horas trabajando en un puto hotel de mierda para luego descansar en urbanizaciones de renombre como puedan ser las que rodean la Rambla de Barcelona.
De nuevo, al igual que han hecho con venezuela, estos neoliberales con cerebro de burro, con orejeras de burro y actitud de burro han usado a las CUP (otros igual) para joderle la vida aún más -si cabe- a gente mayor que va a pasar los peores años de su vida para que cuatro listos se llenen aún más los bolsillos -si les cabe-.
El turismo en España hay que defenderlo con acciones que deben ir encaminadas a la calidad, no a la cantidad. El turismo inglés o alemán de borrachera no es lo que necesitamos. Y, sobre todo, España no es un parque temático, es un país con gente que quiere vivir tranquila. Lleváoslos vosotros a vuestras casas.
La CUP debería proponer sustituir el turismo de las clases medias europeas por la entrada indiscriminada de emigrantes extranjeros.
La clase media española no lo aprobaría, pero qué es la clase media sino el sector de la población más anti-revolucionario.
La CUP y los turistas borrachos, destructores ambos del mobiliario urbano y causantes de desórdenes públicos, constituyen el mismo problema de desorden público cuya solución es estrictamente policial.
Nada como ser un extremista para cargarse lo que uno afirma y acabar siendo un imbécil.
Hola Manuel Valero (Con permiso de Rivero me he colado en su foro, ya que no pienso poner mi nombre o apellidos), me apena mucho lo que has hecho con los comentarios, aunque te comprendo porque es cierto que desde que aparecieron estos trolls ultras no se debate (mira hacia atrás, cuando no estaban). Espero que no te equivoques y la soledad del corredor de fondo se convierta en el matrimonio con el obseso, mano a mano.
Un saludo y suerte.
Lo que te traes te llevas. Para soledad la tuya.
No podrás hacer un comentario sin referirte a mí, y encima me llamas obseso.
Tú sí que lo eres.
Hala disfruta…JAJAJA…. ya te lo ha dicho Romera bien clarito. Puedes elegir cómo llamarlo, pero se termina denominando obsesión.
Debatimos sin acabar en el insulto?
Difícil para tí.