Manuel Cabezas Velasco.- Habíase puesto al corriente de lasdesventuras que los conversos atravesaban en Ciudad Real, y Sancho aún recordaba la duda que le había planteado María Díaz “la Cerera” respecto a cuál sería su decisión cuando tuviese que abandonar la ciudad y si les acompañaría en la misma travesía buscando como destino las tierras del sur, sobre todo al norte del reino de Sevilla, territorio que bien conocía la familia de la Cerera al ser en parte su lugar de procedencia.
Sin embargo, el heresiarcase vería abocado a encontrar una solución que aunase los intereses de la comunidad conversa con los de su propia familia y sus propias actividades, sin que por ello le apartase de seguir practicando su fe mosaica. Para ello, tendría que ponerse en contacto con sus socios y amigos Diego de Villarreal y Rodrigo de Oviedo, para conocer la situación que afectaba a su sociedad y cómo se encontraban ellos en la vecina Almagro, lugar que gozaba de un importante converso en el que se sentía protegido.
Avisó entonces al fiel Juanillo para que fuese nuevamente a la localidad almagreña y se pusiese en contacto con sus amigos, informándoles de que deseaba reunirse con ellos.
– ¡Juanillo, ya sabes que toda precaución es poca en los tiempos que corren, no te descuides en el recado que de doy y sé cauto a la hora de contactar con los señores don Diego y don Rodrigo! ¡Ya sé de tus desvelos por la hermosa Cristina! ¡Entiendo y no desapruebo que todo hombre necesite de una mujer que le apoye en la travesía de la vida, pero, recuerda, que debes mantenerte siempre alerta! –Sancho, siempre riguroso, trataba de instruir al muchacho de la mejor forma para que no asumiese riesgos en esta nueva empresa.
Mientras tanto, este tipo de decisiones tan trascendentales llevaban al residente de la torre de su mismo nombre, en ciertas ocasiones, a alejarse de la ciudad y a dirigirse a las viñas donde plasmar sus pensamientos, a viva voz, mediante la oración y poder cumplir con otros preceptos judaicos con mayor libertad de la que tenía cuando las miradas estaban puestas sobre él en la propia ciudad.
En esos momentos de soledad recordaba cómo había sido circuncidado, junto a otros muchos, en tiempos en que llegase a la ciudad un mercader judío procedente de Cáceres, reforzando con ello su retorno pleno a la práctica del judaísmo, aunque la fama de Sancho era conocida y su inalterabilidad respecto a sus creencias no ofrecía dudas.
A pesar de su fiel creencia en los preceptos judaicos se había encontrado con dificultades a la hora de cumplir con las leyes dietéticas y poder comer carne kasher, pues la degollación y el despiece de animales debían seguir un ritual según la kashrut. En esas fechas aún le había encargado la compra de dichos alimentos al carnicero Rodrigo de los Olivos, aunque con su marcha a Toledo la situación cambiaría y dejaría de hacerlo. Además, en Ciudad Real se había degollado animales en diversos corrales, como serían los casos de Juan Díaz, Diego Díaz, Juan Falcón el Viejo, Rodrigo Verenjena, el considerado carnicero RabíJuan González Pampán o el sastre García Barbas, entre otros. Algunos de ellos los degollaban personalmente y otros se lo encargaban a otra persona que cumplía tal cometido. Así pues, la posibilidad de obtener tener para degollar procedente de vacas y ovejas, además de gallinas de corral y otras aves, no ofrecía dificultad ante esta tupida red de más de una veintena de corrales.
Este tipo de adquisiciones no quedabanexentas de múltiples negociaciones previas al propio acto de degollar cualquier animal kasher. A posteriori, las carnes que habían sido cuarteadas eran distribuidas entre los asistentes a dicho acontecimiento. Cuando finalizaba el reparto, cada uno de los conversos regresaba discretamente a su casa con la parte de carne correspondiente, ocultándola bajo la capa.
Por aquel entonces la vida transcurría en Ciudad Real entre desvelos y recelos, intrigas y traiciones, aunque no muy lejos de allí la anarquía estaba servida pues el casamiento secreto entre Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, había sido considerado por el rey Enrique como un acto de traición y, como tal, ponía en cuestión el firmado Tratado de los Toros de Guisando en el año anterior en el que se reconocía como heredera a Isabel.
La consecuencia inmediata de esta boda ilegítima había sido la proclamación de Juana como heredera con todos los derechos al trono en Val de Lozoya, asumiendo nuevamente el rango de princesa, teniendo el rey como objetivo la búsqueda de un matrimonio para la elegida.El desconcierto se adueñó de la situación y Enrique apenas gobernaba. Mientras tanto, los nuevos esposos seguían sumando aliados para su causa. En esos momentos la tensión era clara, aunque era necesario algún acuerdo entre ambas partes para que la situación se calmase.Fue por entonces cuando en noviembre de 1473, el mayordomo del rey y alcaide del Alcázar de Segovia trató de mediar en dicha situación.Se trataba de Andrés Cabrera, pariente del segoviano Abraham Senior, rabino mayor de Castilla y recaudador de impuestos, y esposode doña Beatriz de Boadilla, amiga íntima de Isabel de Castilla desde la infancia.La labor de mediación del mayordomo del rey le llevó a organizar un acto de reconciliación entre el rey y su medio hermana Isabel, con el fin de evitar que Juan Pacheco acrecentase su poder al intentar obtener el control del tesoro del Alcázar de Segovia.
En cuanto a las citas pendientes que tenía Sancho con sus socios, Juanillo había cumplido, una vez más, con sus cometidos. Tanto al familiar descendiente de los Cavallería, don Diego, como al conocido como criado del Maestre, don Rodrigo, nuevamente el joven criado se había puesto en contacto con ellos para transmitir el mensaje de su amo. Esta lealtad, para Sancho, siempre había sido crucial a la hora de realizar sus gestiones guardando el mayor sigilo posible.
Pero la crisis sucesoria condicionaría una vez más la vida de los conversos de todo el territorio peninsular, y también maniataría los privilegios de los que los ciudadrealeños habían gozado hasta entonces.
Finalizaba el año de 1473 y comenzaba el siguiente cuando tuvo lugar la deseada entrevista entre los hermanastros. Hubo cordialidad, mas no se llegaría a un acuerdo de paz. A ello se sumaría que don Enrique cayese enfermo. ¡El rey ha sido envenenado!, se decía.
El año de mil cuatrocientos setenta y cuatro transcurrió con el rey convaleciente en Madrid custodiado por don Juan Pacheco y con doña Isabel en Segovia.
Finalizaba el año con el fallecimiento de don Juan Pacheco en octubre, al que seguiría, tras agravarse su estado de salud, el rey en el mes de diciembre. La guerra sucesoria entre los partidarios de Isabel y los de Juana daba comienzo.
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En la villa de Ixar, los acontecimientos se sucedían. El bebé cuyos dichosos padres eran Cinta e Ismael, había comenzado a dar sus primeros pasos. Era el gozo y el deleite tanto de ellos como de la abuela postiza que la señora Mariam representaba. Mientras, la labor en la imprenta hacía estrechar aún más los lazos de confianza entre Alantansi y el joven Ismael. Y en la cocina del palacio del Duque la madre primeriza hacía las delicias de su compañera de guisos y otros menesteres.