Manuel Cabezas Velasco.- La privilegiada posición en que se hallaba la localidad de Ixar, le había servido, en aquellos tiempos de intestinas luchas de frontera, para convertirse en una de las centinelas de la ribera del río Martín ante las más que probables incursiones musulmanas.
Para el territorio en el que se sitúa Ixar, la zona del Bajo Martín, en tiempos pasados, la repoblación sería una labor que llevarían a cabo tanto señores laicos como eclesiásticos. El barón en Ixar se haría cargo de tal cometido, aunque su población estuviese constituida no sólo por la comunidad cristiana, sino también por cristianos y musulmanes.
La disposición de cada uno de los barrios que se distribuían por la ladera circundante en cuyo centro se encontraba el castillo de los ya duques, mostraría la judería al norte en torno a una plaza que acabaría llamándose de San Antón, al sur el barrio morisco que tendría por centro la plaza de la parroquia, y en su lado oeste se encontraría el cristiano que giraba en torno a la plaza de la Villa.
La forma triangular que dibujaba la plaza en torno a la cual se articulaba la judería hijarana, mostraba cómo quedaban más aprovechados los espacios al estructurarse mediante un amasijo de calles angostas que eran flanqueadas por casas bajas y ciertamente estrechas. Este conjunto a los pies de la plaza del castillo se hallaba, estando debajo de la iglesia.
En aquel castillo, protegidos por el propio Duque, se hallaban aquellos que día tras día trabajaban en la imprenta. Alantansi era uno de los tres socios principales.
El joven Ismael, siendo tan sólo un aprendiz, en tan corto lapso de tiempo había asumido ciertas responsabilidades cuando las ausencias de Eliezer lo requerían. Además, tenía una deuda con él. No le fallaría jamás, por lo que el gran anhelo de Eliezer se había convertido en su propio deseo, al igual que rememorar la vida de los conversos que Ismael conoció camino de Valencia, Alantansi también los había hecho suyos.
– Volviendo a tus aventuras antes de llegar aquí, ¿cómo se os ocurrió ir hacia el norte y no hacia el sur? – preguntó el impresor al joven.
– ¡La verdad es que nos pusimos en marcha sencillamente sin pensarlo! ¡Quizás lo que más influyó en la elección hacia el norte sería la de alejarnos de cualquier zona en la que nos encontrásemos por el camino a soldados procedentes de las guerras del sur! – comentó el joven.
– ¿Por qué huíais de los soldados? – inquirió el médico – impresor.
– ¡Deduzco que ya la señora Mariam te puso al corriente de que estábamos enamorados aunque no somos matrimonio bendecido por la Iglesia! – precisó el muchacho.
– ¡De eso estoy al tanto, ciertamente, mas no sé qué os ocurriría si os encontraseis con soldados! – reincidía en las dudas Eliezer.
– ¡El esposo de Cinta es un soldado, conocido por ser bravucón y pendenciero y era celosamente protector con mi amada!
– ¡Cierto es que vuestra elección fue la más acertada, aunque tuvisteis algo de fortuna al coincidir en la travesía con aquel grupo de conversos! ¡Gracias por aclarármelo, cuenta conmigo para lo que necesites! ¡Ahora, prosigamos con la preparación de los tipos, ya sé que nuestra grafía no la conoces bien, pero te iré enseñando y poco a poco te harás con ello!
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La visita de la Cerera a casa del heresiarca había traído muchos recuerdos a Sancho. La corajuda dama que había abandonado poco tiempo atrás las dependencias de la torre, había llevado al De Ciudad a rememorar la bravura de aquella mujer que, incluso por encima de él, había declarado sin miedo a nadie que quería encontrar un lugar donde profesar su fe con total libertad. Esa tierra, al igual que también le ocurría a Sancho, era Constantinopla y lo había intentado pocos años después de que los turcos la tomaran. Era el año de mil cuatrocientos sesenta. Sin embargo, no sólo era conocida por haber intentado emigrar a tan lejanas tierras, sino por la devoción que profesaba en la observancia de los miswot, llegando incluso a ocupar la cabecera de cualquier mesa del Seder en las vísperas de la Pascua.
Mientras Sancho recordaba ensoñadamente la visita de tan valerosa mujer, no se percató que junto a él había llegado su amada María.
– Sancho, ¿en qué piensas? – le interrogó al verlo tan distraído. ¿María te ha dejado con alguna preocupación que sea difícil de resolver?
– ¡Ay, mi corazón! ¡Qué bien me conoces! ¡La verdad es que la situación no me sorprende, aunque creí que podríamos tener algún respiro! – respondió preocupado el esposo.
– ¡Dime si puedo hacer algo que alivie tu pesar! – ofreciósele animosa.
– ¡Aunque no te quiero preocupar porque es pronto para plantear cualquier viaje, debemos estar pendientes de las noticias que se escuchen en los mentideros para saber si debemos marcharnos o no! – respondió pesaroso el heresiarca a su amada esposa.
– ¡Tenías razón al preocuparte, vayamos a descansar!