5 de marzo de 1921. La base naval de Kronstadt está sitiada por el Ejército Rojo. En ella resisten los marineros de Kronstadt, la última amenaza contra la dictadura del Partido Comunista tras la revolución de 1917.
Kronstad no era el último reducto del ejercito blanco, que había sido vencido meses antes. Los marineros de Kronstadt habían sido, hasta ese momento, puntal y orgullo de la revolución. Sus filas estaban formadas por anarquistas, socialistas revolucionarios, e incluso bolcheviques del partido comunista. Pero sus ideas sobre cómo debía ser el gobierno de Rusia diferían considerablemente de las de Lenin y los cabecillas del partido. Kronstadt defendía la autogestión, la libertad, la igualdad. No habían hecho la revolución para cambiar la dictadura zarista por la dictadura de un partido.
Pero la diferencia de fuerzas era abrumadora. Era cuestión de días que cayera Kronstadt.
En ese contexto, me llamó mucho la atención que algunos reconocidos intelectuales del anarquismo ruso remitieran una carta al gobierno exponiendo el daño que estaban haciendo «a la revolución» e instándoles a detener la agresión y a buscar un acuerdo negociado con Kronstadt. Una carta difícilmente explicable que denota una candidez impropia de personas con pleno uso de sus facultades mentales.
Por aquel entonces, las cárceles rusas llevaban tiempo rebosantes de anarquistas. Hacía escasos meses que el ejército rojo había arrasado la Ucrania majnovista, que, al igual que Kronstadt, había tenido la osadía de pretender auto-organizarse sin someterse al partido. La represión era ya una realidad patente y consolidada, y era absurdo seguir asumiendo que al gobierno le importaba lo más mínimo la libertad, el socialismo o la revolución, tal y como la entendían los anarquistas.
Pero sin embargo ahí estaban unos pocos todavía proponiendo -a los tiranos- pactos pacíficos y negociación.
Increíble. Impensable. Irracional.
Sin embargo, la ingenuidad de ese sector del anarquismo no es algo extraño. Al contrario, es, por desgracia, lo normal.
Al igual que, unos años antes, todavía muchos campesinos rusos pensaban que el Zar les amaba y que la tiranía a la que estaban sometidos era culpa de sus ministros y funcionarios corruptos -y que el Zar no sabía nada-, de igual manera, durante la revolución, al hacerse patente la represión, muchos revolucionarios todavía confiaban en el camarada Lenin, al que creían inocente e ignorante de todas las agresiones que venían sufriendo por parte de los cabecillas del partido.
Incluso mientras el gobierno difundía un discurso en el que se les acusaba literalmente de traidores y contrarrevolucionarios, se les encerraba, se les atacaba, se les fusilaba… todavía había muchos dentro del majnovismo, del anarquismo, del socialismo revolucionario, que pensaban que era posible la negociación o incluso, en el caso de los majnovistas, la coexistencia de una Ucrania autogestionada con una Rusia dictatorial.
Y qué decir de la ingenuidad posterior de los anarquistas en la guerra civil española, cuya consecuencia fue la traición, represión y aniquilación por parte del gobierno republicano.
Al pensar en estos hechos, me viene a la mente la imagen de los alienígenas de «¡Mars Attacks!», que, mientras van exterminando a los humanos, emiten con altavoces el mensaje ese de que «¡No temáis, somos vuestros amigos!».
Como si fuéramos tan ignorantes como para picar ante una mentira tan obvia.
Pues parece que lo somos.
Este «buenismo» de la izquierda es fatal.
Y hoy en día, por desgracia, sigue presente y plenamente vigente en nuestra sociedad.
Proceso electoral tras proceso electoral, podemos ver como los embaucadores de turno prometen y prometen parabienes para la gente, incumplen sus promesas una y otra vez, y la gente les sigue votando.
El deterioro social es evidente, y la gente les sigue votando.
Se vive cada vez peor, y la gente les sigue votando.
La represión ha dejado de hacerse soterradamente, se ejecuta visiblemente con impunidad, y la gente les sigue votando.
La Historia nos enseña lecciones, una y otra vez.
Pero no aprendemos.
Gonzalo Plaza
Ciudadano en blanco
Representativa también fue la actualización de los bolcheviques en la Asamblea Constituyente de 1917. Con una representación tras elecciones de 168 sobre 703 diputados, consiguieron disolver por la fuerza la Asamblea desde su posición minoritaria.
Lo que está pasando en Venezuela es una copia a la hora de entender cómo el bolchevismo entiende su relación con la democracia.
Si no gano porque no convenzo, me impongo.
A estas alturas, convencer, no convence nadie. El que tiene el control de los grandes medios de comunicación los usa para vender su versión de la historia, mentiras que se vuelven «verdades» a fuerza de repetirlas una y otra vez.
No es convencer, es lavar el cerebro.
Y lo hacen unos y otros.
Y bueno, completando la comparación, lo que está pasando en Venezuela también es un ejemplo de cómo el capitalismo entiende su relación con la democracia. Primero se da un golpe de estado, luego se impone un sistema político parlamentario donde todos los diputados sirven al poder económico.
Desde la distancia y la ignorancia que ello conlleva, para mí en Venezuela está ocurriendo lo mismo que en tantos otros sitios: psicópatas peleándose por el poder -todos arrogándose la bondad y la defensa de la democracia- y el pueblo sufriendo las consecuencias.
Ya pero la situación para los venezolanos es aún mucho peor que antes con un narco-régimen que quiere perpetuarse a través de una dictadura.
Lo esencial nunca puede faltar.
No pueden faltar desde el respeto a la voluntad popular tras las elecciones, la inviolabilidad parlamentaria, el respeto a los derechos y libertades de las personas,…hasta no pueden faltar los alimentos ni el papel higiénico. Con estas carencias el único psicópata es el que quiere perpetuarse en el poder.
Sin legitimidad, es decir, sin garantizar estas cosas elementales, nadie está en condiciones de poder servir a su país, sencillamente porque no lo quieren.
Y la dictadura es esencialmente el régimen de los psicópatas, sin control y sin conciencia.
Y yo voto en la demanda de que estas cosas esenciales no falten.
No es fácil, pero o está eso tirándose a la plaza, o ver la corrida sin torear.
Ni apruebo la corrupción (que también es social) ni el populismo totalitario (que no es demócrata de ninguna de las maneras).
Confío en los mecanismos de control más que en el sistema representativo y me basta por ahora.
Sin el imperio de la Ley, ni el diablo está seguro.
Y conviene que el diablo esté seguro, para poder controlarle.
Y la ley no es la de Dios, la del Rey o la del partido único o del dictador.
La ley, como un logro histórico, es la medida imperfecta pero necesaria de la voluntad de la comunidad política sometida a los valores esenciales de libertad, igualdad, fraternidad y justicia.
Cuanto más se acerquen a estos valores más perfectas serán.
No es una cuestión de tecnicismo electoral, sino de cumplimiento de esos valores que son su objetivo y causa primera y última.
El imperio de la ley, es la única institución política, verdaderamente revolucionaria. Nadie por encima de ella para que nadie pisotee a su semejante sin control y sin impunidad. Para que esto no sea la selva.
Para que no rijan la convivencia los bajos instintos de la naturaleza humana.
Porque se trata de eso esencialmente. Y es que la naturaleza humana puede volverse perversa.
Liberales y anarquistas flaquean precisamente en su bondadosa concepción de la naturaleza humana. La comunista no es que desconfíe solo de ella, es que la ignora.
Y por ello se requiere de una teoría política realista que se construya desde la experiencia histórica que ni ignore la condición humana ni la absuelva o condene de forma simplista.
Hoy de Kronstadt sólo se acuerdan los anarquistas, pero es que los demás han desaparecido. Ya no hay mencheviques, ni eseristas, ni zaristas, ni kadetes, ni guardias blancos.
La leyenda de Kronstadt, como todas las demás leyendas antisoviéticas, se hundió. Los documentos confirman, sin ningún género de dudas, la naturaleza contrarrevolucionaria del alzamiento de Kronstadt.
Stepan Petrichenko fue el marino de Kronstadt más destacado en la dirección de la revuelta y, previamente a ella, ya había intentado unirse a los zaristas. Tras su fracaso, huyó a Finlandia y se alió con los guardias blancos emigrados para imponer en la URSS una dictadura militar temporal que reemplazara al gobierno soviético.
En fin, el motín de Kronstadt sigue siendo el centro de una polémica histórica en la que chocan tesis diametralmente opuestas.
Por otro lado, dejando a un lado los apuntes históricos, es interesante preguntarse por qué el contribuyente, pese a tanta podredumbre a la vista, sigue votando a los políticos corruptos.
Hay un clamor popular contra la corrupción que no parece refrendarse en las urnas.
Creo que predomina la visión pragmática de que si el país, la comunidad o el ayuntamiento marchan, la corrupción resulta aceptable.
La terrible idea de que ‘todos los políticos son iguales’, nos conduce al inmovilismo y la condescendencia hacia el corrupto.
Tal vez desidia, pereza y vagancia….
Claro, Charles, la versión del partido comunista debe ser esa, supongo. La versión de la dictadura. Muy de fiar.
Por otra parte, en España, no debe haber tanto clamor popular contra la corrupción, cuando más de 25 millones de personas siguen votando a los partidos políticos, corruptos por naturaleza, respaldando un sistema político igualmente corrupto desde su nacimiento.
Y son esos 25 millones de votantes, los que siguen manteniendo la maquinaria del sistema en marcha, los que piensan que no todos los partidos son iguales. Por eso votan.
Y votando, mantienen todo como está (inmovilismo) y son condescendientes con la corrupción (votan a corruptos).
Los que votáis sois parte del problema, Charles. La corrupción la mantenéis vosotros.
Mi voto blanco o nulo podrá ser inútil, pero al menos no es colaboracionista.
D. Gonzalo, mi intención ha sido sólo exponer otra perspectiva del controvertido motín de los marinos de Kronstadt que, durante años, ha sido un episodio oscuro de la Historia, con el fin de enriquecer el debate.
En 1994, el presidente Boris Yeltsin rehabilitó a los amotinados de Kronstadt y abrió archivos del Estado, desclasificando documentos secretos.
En mi opinión, la derrota de Kronstadt sigue siendo el fracaso de todo un modelo de transición al socialismo.
Y es que, como usted sabe, la Historia es, desde luego, exactamente, lo que se escribió, pero ignoramos si es lo que sucedió….
Con lo del buenismo de la izquierda, te has pasado de bueno, Gonzalo,escrito con todo mi respeto; te referirás al de algunos de izquierdas, como en todas las ideologías hay buenistas y buenas personas…¿o es que Lenin, un ejemplo de carnicero, no era de izquierdas?¿o sólo consideramos de tal ideología a los que nos interesa porque son buenistas? muy propio del Podemos actual, por cierto.Un saludo y siempre gracias por tus escritos, y si ofrecen poder discrepar sanamente, mejor.
No, Remigio, Lenin no era de izquierdas. Su discurso en un primer momento podía serlo, pero una cosa son las palabras y otra los hechos. Y al final, una vez alcanzó el Poder, ni su discurso era de izquierdas.
Entonces, Gonzalo, nadie es de izquierdas, porque sus hechos son siempre los de la derecha liberal( que palabras huecas y demagogas, como los de «izquierdas» tenemos todos), al menos en sistemas democráticos(por eso triunfa siempre el sistema acorde con nuestra pobre naturaleza humana de idiosincrasia insolidaria: el capitalismo y consumismo), porque en los no democráticos son unos lenines, castristas o chavistas de cuidado.