Manuel Cabezas Velasco – ¡Buenos días, mi señor! ¡Te noté intranquilo, pues no has parado de moverte en toda la noche! – comentó María a su esposo con un rictus de preocupación. ¿Qué ocurre? ¿En qué pensabas? – seguía inquiriéndole a Sancho, aunque de pronto vio cómo la miraba y su preocupación comenzó a desvanecerse.
– No es nada, mi señora, la memoria a veces me retrotrae a cosas que han ocurrido y me pongo a pensar en ello – en esos momentos recordaba mirando a su hijo que se encontraba unos metros más allá, quien había sido un punto de apoyo en los últimos años. Para él, era un pilar fundamental no sólo en la familia sino también en los negocios en los que participaban como socios, acompañados de Diego de Villa Real y Rodrigo de Oviedo.
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La marcha de Sancho hacia Toledo aún le estaba alejando de su ciudad, y la convulsión de aquellos momentos se estaba dando tanto en Toledo como en Ciudad Real. En el caso de Ciudad Real, la influencia de los acontecimientos que afectaban a toda Castilla – la guerra fratricida entre Enrique e Isabel por el trono de Castilla – venía acompañada por la importancia que la Orden de Calatrava iba adquiriendo en la propia capital fundada por el Rey Sabio. Así, poco a poco había estado adquiriendo propiedades en la propia ciudad, además de constituir una frontera para Ciudad Real, pues los territorios de la Orden eran necesarios, entre otras cosas, para que el ganado de los vecinos de la ciudad pudiese acceder al herbaje y sus pastos.
La guerra entre los hermanastros por el control del reino de Castilla había tenido uno de sus episodios fundamentales en la conocida como <farsa de Ávila>, en la cual tuvo un papel trascendental el marqués de Villena, Juan Pacheco, hermano del maestre calatravo Pedro Téllez Girón.
La custodia del infante Alfonso, hermano de Isabel y Enrique, había recaído en 1464 en las manos del ambicioso marqués, otrora hombre de confianza del rey Juan II y por el cual adquirió tal condición. El marqués al obtener la custodia del joven infante, consiguió el tesoro que necesitaba para mantener una situación de preeminencia dentro del conjunto de nobles castellanos. Su influencia chocaba, por aquel entonces, con cualquier poder monárquico que manifestase una mayor fortaleza que él. El rey Enrique había depositado en él su confianza, aunque necesitaba tener un as en la manga para tenerlo a su merced, no importaría el aliado con el que tuviese que pactar para ello.
El protagonismo de Pedro Girón había puesto de manifiesto la debilidad del monarca Enrique para dirigir los designios de la corona castellana, resquicio que sería aprovechado igualmente para llevar a cabo sus componendas por el marqués de Villena, Juan Pacheco, y su tío el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo de Albornoz.
En la <farsa de Ávila>, los Pacheco y Téllez Girón, acompañados de su tío el arzobispo toledano, habían escenificado el destronamiento y la ridiculización del débil monarca Enrique IV. Para ello, en un tablado que verían los asistentes a gran distancia, los conjurados erigirían una estatua de madera vestida de luto, como representación del monarca en tantas ocasiones cuestionado. Celebróse misa, seguida de la cual se leyó una declaración de los agravios que había cometido el monarca hacia su reino y de los que era acusado. En ello se incluía los defectos y yerros que le eran achacados. Su simpatía por los musulmanes provocaba recelos. Su supuesta homosexualidad venía avalada por sus formas pacíficas y el cuestionamiento de la paternidad de su hija Juana, conocida como la Beltraneja por ser atribuida la paternidad a uno de los favoritos del rey, Beltrán de la Cueva. Los insultos no se hicieron esperar.
– ¡A tierra puto! – profirió despectivamente el conde de Benavente al muñeco que representaba el monarca, derribándolo y pisoteándolo. Anteriormente el pelele que presentaba al rey había sido despojado de los diversos símbolos que mostraban su condición regia: el arzobispo le arrancaría la dignidad real al dejarle sin corona, el marqués de Villena arrebataría su símbolo como administrador de justicia, el cetro, y el símbolo de defensor del reino, la espada, se lo arrancaría el conde de Plasencia.
El público asistente, tras destronar al antiguo monarca, proclamaría a voz en grito al novel sucesor:
– ¡Castilla, Castilla, por el Rey don Alfonso!
La debilidad mostrada por el monarca Enrique y que se había coronado con la entronización de su joven hermanastro Alfonso, obligaría al depuesto rey a atraerse de nuevo a los insurrectos, para lo cual debía de realizar algunas concesiones.
La intermediación del arzobispo de Sevilla Fonseca en la conferencia de Coca se hizo necesaria para atraer de nueva al bando real a don Pedro Girón y al marqués de Villena, aunque las cláusulas del acuerdo pactado serían, una vez más, auspiciadas por las intrigas de don Juan Pacheco.
El monarca entonces firmó como condiciones el abandono de la causa del infante Alfonso y la vuelta a la obediencia real de los insurrectos, la vuelta a la obediencia de los miembros de la Orden de Calatrava seguidores del infante, la pacificación de las propiedades del Maestre, la vuelta a la obediencia real de la ciudades de Córdoba y Sevilla, sublevadas por el Maestre a favor del infante Alfonso, la consecución por parte de don Pedro Girón de la vuelta al servicio del rey del marqués de Villena, el préstamo al rey de 60.000 doblas de oro para la guerra contra el infante, la participación del Maestre en la guerra a favor del rey con 3.000 de sus caballeros, el perdón para el Maestre y sus partidarios, el matrimonio entre don Pedro Girón y la infanta Isabel, hermana del rey.
El acuerdo al que llegaron el monarca y los insurrectos propiciaría el inicio de las gestiones de don Pedro Girón para los preparativos de la boda con la infanta. No obstante, su voto de castidad al profesar en la Orden y su dignidad maestral constituían una traba que había que solucionar. El elegido para ese cometido fue un caballero de la Orden, frey Pedro de Acuña, que sería enviado a Roma con cartas del Maestre para obtener la dispensa del voto de castidad y el permiso para la renuncia del maestrazgo a favor de su hijo Rodrigo.
Las demandas de Pedro Girón obtendrían las bulas necesarias y en 1466 el Maestre renunciaría a su maestrazgo en la persona de su hijo, a pesar de que era menor de edad, quien sería sentado en la silla maestral. Don Pedro quería seguir teniendo el control de la Orden a pesar de todo, de donde obtenía un importante apoyo económico y militar. Sin embargo, sus proyectos de vieron truncados el uno de mayo de ese año, cuando la muerte le llegó en Villarrubia de los Ojos.
Entonces sería Juan Pacheco, marqués de Villena, el que adquiriría la tutela de su sobrino, Rodrigo Téllez, manteniendo con ello el poder de la Orden de Calatrava.
Al año siguiente, el poder de don Juan Pacheco seguía incrementándose: era nombrado maestre de Santiago. Y un año después fallecía la pieza del ajedrez particular del maestre más preciada: el infante Alfonso.
Más tarde, la sucesión del monarca Enrique debía esclarecerse tras el fallecimiento del joven infante. Fue por entonces cuando, con la mediación y estratagemas del marqués, los hermanastros Isabel y Enrique firmaban los acuerdos de Guisando, reconociéndose a Isabel como legítima heredera en detrimento de aquella que ella conocida como la Beltraneja. A esta consecuencia se uniría que el hijo de don Pedro Girón, don Rodrigo, fuese reconocido como maestre de Calatrava tras la muerte del infante. Nuevamente, don Juan Pacheco estaba detrás de todo ello, aunque la sola condición de tutor de don Rodrigo no le inspiraba la confianza suficiente para asegurarse el control de la Orden. Para evitar la existencia de voces adversas que cuestionaban la legitimidad de don Rodrigo, el hábil maestre solicitaría al papa Paulo II la confirmación de las bulas expedidas anteriormente a su hermano Pedro y su sobrino, confirmando el cargo de maestre del joven y para sí el de coadjutor mientras fuese menor. Las bulas serían expedidas al finalizar 1468, convocándose un capítulo de la Orden en el comienzo del mes de abril del año siguiente.
Don Juan Pacheco por aquel entonces acumulaba un enorme poder: ser a la par maestre de Santiago y de Calatrava, este último de hecho hasta la mayoría de edad de su sobrino, aunque su cargo fuese de coadjutor.
Mientras tanto el rey Enrique IV trataba de apaciguar los ánimos rebeldes en tierras de Andalucía, consiguiendo a fines del mes de mayo la sumisión, al menos de palabra, de buena partede los de Córdoba. Recuperóse la villa calatrava de Arjona u otras tierras de la Orden ocupadas por un antiguo aliado del difunto Maestre, Fadrique Manrique. En este tipo de acuerdos siempre aparecía involucrado el instigador Marqués don Juan Pacheco.
Sin embargo, la situación de calma chicha para el recién nombrado maestre, don Rodrigo Téllez, se vería condicionada en el año de nuestro señor Jesucrito de mil novecientos sesenta y nueve por dos acontecimientos: el fallecimiento de su hermano Alfonso, conde de Ureña, y el matrimonio de la nueva heredera al trono castellano, la princesa Isabel, con el príncipe Fernando de Aragón.
En este año sería cuando Sancho había iniciado su marcha de Ciudad Real viéndose apartado del ejercicio del cargo de regidor municipal, que bien sería ocupado por algún cristiano viejo oportunamente favorecido en su ausencia.
La asunción de su liderazgo espiritual en la comunidad conversa le llevaría también a no volver a comprar carne del carnicero Rodrigo de los Olivos, del cual llevaba varios años haciéndolo.
Los tiempos que venían para Sancho y sus correligionarios resultaban hartamente dificultosos, pues las trabas que conllevaban la pertenencia a la estirpe judaica generarían multitud de complicaciones