El bodegón como asunto pictórico, nace y nació para exponer y exaltar una abundancia material, preferentemente.
Y no para verificar una lección de la naturaleza.
Y eso ocurre, fundamentalmente, en la Holanda del siglo XVII, como ha relatado Svetana Alpers, en su memorable trabajo ‘El arte de describir’.
Género pictórico afamado y extendido en los Países Bajos, a lo largo del siglo XVII, y en el que se presenta y se representa la colmatación de la Vida y la dicha de su posesión reflexiva.
Así desfilan en esas telas y composiciones, frutas en sazón, aún de procedencia exótica; viandas diversas y muy coloreadas; afamados pescados y vajillas y ajuares de alto poder simbólico.
Todo amparado en la plenitud de la estancia sombría de una casa gótica, y todo ubicado en la creencia del poder material representado en el Bodegón.
Todo al amparo del Elogio de la Prosperidad cual Cuerno de la Abundancia.
Mejorada la mirada holandesa por el viaje y por la física.
Mejorada la vieja Batavia por el comercio de las Indias, por el desarrollo de la óptica y por el tallado paciente del diamante.
Y es que el Bodegón contrapone lo lleno con lo vacío.
El vacío precedente de la mesa vacía, con la plenitud del festín que se prepara.
Frente a la escasez material precedente, la abundancia gozosa presente.
Y ese es el íntimo placer del bodegón por antonomasia: exponer una posesión y describir un dominio.
Y así, “No moriremos de hambre”.
De aquí que la iconografía navideña, haya cambiado de la austeridad de un paraje agreste del Medio Oriente, al reino de la abundancia difundida desde los Estados Unidos, victoriosos y poderosos de la segunda Guerra Mundial, en 1947 y años siguientes.
Esa iconografía ha pasado de la palmera oriental al abeto canadiense y occidental.
Ha pasado de una esquemática pobreza decente, a un arcoíris saturado de posesión y regodeo.
Y eso ha llegado por estos lares, de modo y manera.
Donde compiten las razones comerciales, por el estómago, por la vanidad de los cuerpos y de las almas, y por otras estupideces muy engrasadas y muy publicitadas.
Frente a la quietud, fría, modesta y austera, del pasado ritual, el presente venial, banal, bacanal y berroqueño de un presente tatuado y acalorado.
El desorden, pese a todo, no es sólo moral y costumbrista.
Es también un desorden visual, por mucho que se esfuercen los creativos publicitarios en darnos gato por liebre y brillo por sombra.
Y, también, darnos olores nuevos por olores viejos.
Y olores viejos en odres nuevos.
Y así, la fusión de caracteres y características de universos visuales separados, opera con una enorme confusión de sentido y de sensibilidad.
Fusión de lo religioso con lo pagano, de lo pueblerino con lo cosmopolita.
Fusión de los Belenes y Nacimientos tradicionales napolitanos, con el árbol del iluminado inaugural del neoyorquino Rockefeller Center.
Incluso aquí, entre nosotros, se inauguran cosas impropias: desde una pista de hielo a un alumbrado inquietante, desde una carrera helada a una guardería provisional de niños e infantes gozosos.
Fusión de los sayales sacerdotales de Adviento con la ropa interior roja y medio transparente de las modelos-anzuelos de Victoria Secret.
Ahora el bodegón holandés ha sido desplazado por los folletos comerciales y gastronómicos de las cadenas de restauración, de los supermercados con pedigrí y de los hipermercados con amplios descuentos.
De igual forma que se componen gadgets ilustrados, como conjuntos de objetos suntuarios (perfumería, relojes, vestuarios y ese vacío operativo que llaman, complementos).
Frente a la vieja Voluntad de Representación, la vana Voluntad de Posesión.
Por eso mismo, el Bodegón Actual y Desnaturalizado, no deja de ser un anticipo excrementicio del orden venidero.
Un orden que presagia el desorden venidero.
Como cantaba y escribía Andrés Calamaro en su álbum Palacio de las flores
Feliz Navidad sangrienta
Te desea mi corazón en venta.
Y no es sólo una ironía porteña, de la sangre y de las ventas de corazones.
Y también, la ironía antigua de hermanar sangre y letras.
Para ayudar a que aquellas letras entren en la cabeza del aprendiz.
La letra con sangre entra, que anticipa a La venta con sangre entra.
Como ahora sucede pues, con el hermanamiento de la sangre del trabajo asalariado con la venta del comercio hipnótico.
También la ironía del viejo género pictórico: Llenar la vida y sus expectativas, con piezas muertas y yertas.
Toda la vida aparente que reposa en las tablas expuestas, no propone sino un paréntesis en el tránsito vital.
Como si esos Bodegones de Batavia de Flandes y de Brabante fueran el anticipo de las lúgubres telas de Valdés Leal y de su ciclo pictórico de las Postrimerías.
Por ello, para indicar ese acabamiento del Bodegón, en alemán se proclama como Stilleben; en inglés como Still-Life y en holandés como Stilleven.
Voces que indican el sueño de la vida o su aplazamiento.
Incluso los franceses lo señalan, en un giro mortuorio, como Nature morte.
Como si todo Bodegón, anidara en el fondo oscuro de la Bodega mineral y fósil de la muerte aplazada.
El Bodegón como anticipo de otro género pictórico y funeral, como fuera las Vanitas.
José Rivero
Divagario