Manuel Cabezas Velasco.- Varias jornadas habían transcurrido en la precipitada huida hacia el Levante en pos de la búsqueda de la tierra que les acogiese como fieles a la Ley mosaica, lejos de esconderse del yugo que ejercían los Hombres de la Cruz. Eran los comienzos del mes de septiembre de 1483.
Sancho de Ciudad había tenido que alejarse de su población de origen tratando de ocultar su condición que heresiarca que había consolidado a lo largo de los años, no ya sólo a su rigurosa fidelidad a la Ley de Moisés sino también por la preeminente posición económica y social que le situaba entre los hombres más importantes de su comunidad.
Su posición social, como converso que residía en una ciudad como Ciudad Real que recientemente había perdido su judería a finales del siglo anterior, estaba basada en el ejercicio profesional que llevaba a cabo. De él no sólo cabía destacarse su actividad económica – algo común a muchos judíos y conversos de la época -, sino que como uno más de los “judíos del Rey” estaba vinculada al sector fiscal, siendo recaudador de impuestos ya en el reinado de Juan II de Castilla, cobrando diversas rentas, las tasas de alcabala y otros gravámenes. Este entramado recaudatorio tenía como cabeza en todo el reino castellano al rab mayor Abraham Benveniste.
El papel de recaudador de Sancho – al igual que en el resto de sus correligionarios – generaría a lo largo de los años no pocos descontentos entre la población cristiana vieja, y a pesar de la relativa calma que el reino tenía durante esta etapa del reinado de Juan II, la cuestión fiscal sería un motivo de descontento que los cristianos viejos aprovecharían para reivindicar un mayor protagonismo social y económico, a costa de frenar – e incluso eliminar – el poder que había adquirido la población conversa.
Abraham Benveniste y Yuçaf Nasçi había satisfecho los gastos militares de Castilla, de ahí que su protección por parte del Rey era una consecuencia directa de aquella financiación.
El primero de ellos, además, al comienzo de la década de 1430, dirigirá una asamblea de judíos en Valladolid – en 1432 – en las que se establecerán unas disposiciones de las comunidades judías, regulando su vida interna en las aljamas. La fórmula que se siguió fue la aprobación de unos estatutos o takkanoth, que constituyen el símbolo de recuperación del judaísmo castellano.
Sin embargo, esta aparente mejora de la situación de los judíos y conversos en Castilla generaría un descontento que provocó una ola de antisemitismo que propiciaría, allá por 1443 y mediante el no rechazo de la bula de Benedicto XIII, el retorno en la aplicación de medidas segregativas de principios del siglo XV, concretadas en el aislamiento del judío, en la prohibición de administrar de forma directa medicinas a los cristianos, la obligación de portar señales distintivas – prohibición que estaba sin suprimir de manera oficial desde las leyes de 1405, 1412 y 1415 –, y tendrían que vivir apartados en lugares reservados para ello, aunque pudieran salir a lugares públicos.
La política llevada a cabo por Juan II en esta cuestión tenía como objeto evitar conductas violentas, y al poner freno a las disposiciones de la citada bula que se extraen del Ordenamiento de Arévalo de 1443 y que tienen como fin muy claro y definido alejar a los judíos de cualquier preeminencia social, limitando su acceso a cargos y ocupaciones, sólo sería congruente con el antisemitismo que ya se había establecido, puesto que su pragmática suprimirá las medidas antisemitas maximalistas y de violencia y desórdenes, aceptando las líneas generales del modelo, por lo que acabará con la prohibición de las ordenanzas antijudías que hicieran las ciudades.
La relativa tranquilidad de la que gozó la primera mitad del siglo XV comenzaría a tornar en sentido contrario a final de la misma. La chispa saltó en Toledo, aunque también ardió en Ciudad Real.
La mecha que se prendió en la ciudad regada por el río Tajo vino como consecuencia de sufragar unos gastos para la defensa de las fronteras solicitados por el monarca, y que el condestable don Álvaro de Luna lo sufragó mediante la imposición de un servicio de sesenta cuentos de maravedís, encargando su recaudación al tesorero converso Alonso de Cota, cuando este pasó por Toledo a comienzos de 1449.
La oposición no se hizo esperar. Los toledanos personalizaron la revuelta arremetiendo contra los conversos de Toledo. Su cabecilla sería el repostero mayor que tenía confiada la tenencia del Alcázar, Pedro Sarmiento, el cual presionará al propio rey para que destituya al condestable.
La condición de Sarmiento como caudillo de la revuelta y opositor a la política real y de su condestable, era consecuencia lógica por su pertenencia a la familia de los Condes de Santa María, su origen aristocrático del que hacía gala, y el haber sido sustituido en 1446 por el propio condestable como alcalde de las alzadas en Toledo, teniendo pues un gran resentimiento hacia el monarca y su privado. Aunque seguía ocupando un cargo de cierta relevancia, quedará alejado de la corte, lo que le empujará a alinearse del bando del príncipe Enrique.
Sarmiento encabezó la revuelta que comenzó con el saqueo e incendio del barrio que habitaban judíos y conversos: La Magdalena.
Como aliados en la revuelta tuvo a los canónigos Juan Alfonso y Pedro López Gálvez, y el bachiller Marcos García de Mora – apodado Marquillos de Mazarambroz, –, llegando a procesar y condenar a su enemigo el arcediano catedralicio Fernando de Cerezuela.
Teniendo en cuenta la prohibición de ocupar cargos basada en un antiguo privilegio real, Sarmiento redactaría una Sentencia – Estatuto en junio de 1449 que prohibiría el acceso a cargos a los conversos. Esta sentencia, aunque pronto quedó anulada, constituiría el germen de los estatutos de limpieza de sangre, hecho que constituirá el comienzo de la prohibición a los conversos a acceder a diversas instituciones como los cabildos, las órdenes religiosas, los cargos municipales, etc.
Su validez quedó anulada igualmente por la bula del Papa Nicolás V en septiembre puesto que dicho papa pondrá en cuestión la división entre cristianos viejos y nuevos, además de condenar el acceso a cargos públicos por parte de los conversos. A partir de dicha fecha, el bachiller Marcos, como apologeta de la revuelta, escribirá su Memorial, justificando así la doctrina, los motivos y las metas que propiciaron la misma, que junto al tema hebraico tendría componentes fiscales y políticos.
La rebelión que había propiciado el levantamiento popular tendría los días contados, puesto que el príncipe Enrique tendría conocimiento de los tratos que quería llevar a cabo Sarmiento con el rey, lo cual provocó que perdiera su apoyo y dejase que los sublevados cayeran.
Tras su caída, la normalidad fue restituida en noviembre. La vida volvía a tomar su rumbo, aunque el recuerdo de lo ocurrido no sería tan fácil de olvidar. La endeblez de los vínculos clientelares había sido puesta de manifiesto por la plebe y su líder al frente, Sarmiento. El intento de echar abajo la burocracia de la administración real para dar el poder al pueblo mostraría la inoperancia de la propia oligarquía, algo a lo que no escapó ni el poderoso Pedro López de Ayala ni linajes como los Silva.
La revuelta ocurrida en Toledo tuvo su continuación en Ciudad Real, aunque los acontecimientos no fueran iguales. Sin embargo, los conversos seguían en el punto de mira al ocupar posiciones preeminentes en el gobierno municipal y diversas actividades económicas.
En Ciudad Real, los conversos se agruparían en torno a la figura del bachiller Rodrigo, alcalde de la ciudad, y el recaudador real Juan González Pintado, que también ejercía funciones en el concejo municipal. El corregidor por entonces era Pedro Barba. Constituirían un grupo que se armaría con objeto de evitar los robos que había acaecido a sus correligionarios en la vecina Toledo. Era un 18 de junio cuando sucedían estos acontecimientos, y el grupo llegó a albergar la cantidad de unos trescientos hombres que mostrarían cierto grado de intimidación si se veían claramente amenazados.
Las autoridades de la ciudad llamarían al bachiller para aplacar los ánimos, pero el 7 de julio el grupo de conversos amenazaría a los que trataran de perjudicarles llegando incluso a la plaza de la ciudad. En estos avatares un cristiano viejo conocido como Alvar García resultaría muerto.
La intervención de los calatravos no se hizo esperar, y la Orden enviaría a un destacamento de soldados liderado por uno de sus comendadores, Fray Gonzalo Manuento, para aplacar tan tristes sucesos.
La ciudadanía plantó cara. Los calatravos tomaron las puertas de la ciudad en respuesta. En una de las escaramuzas el comendador tendría un triste final a ser asaeteado de tal forma que la flecha le atravesó la boca. Los motines se sucedieron, y la ciudad se dividiría en dos bandos que vendrían definidos por el ansia de poder y de control de los cargos públicos, además de quedar diferenciados por religiones irreconciliables.
Los otrora oponentes de la realeza, los calatravos, corrieron con Alvar García de Villaquirán y Antón Martínez al centro de la judería y así el odio degeneró de tal manera que arrastrarían los cuerpos de los principales conversos por las cales, entre los que se encontraban los perecidos cuerpos del bachiller Rodrigo y su hermano. Los encarcelados bachiller Arias Díaz y Gonzalo Alonso de Siles y otros como Juan García, Pedro Díaz Trapero o Fernando Colmenero, acusados de matar al comendador, serían ahorcados por las piernas en el centro de la ciudad tras haber sido sacados forzadamente de la cárcel.
La ola de histeria llegó a la quema de propiedades y el hurto de bienes, entre los que se vieron afectados los conversos Diego Rodríguez de Santa Cruz, licenciado, y el drapero Alonso González.
La casa del notario Juan García sería testigo de la quema de documentos y propiedades, al igual que la casa de Gonzalo Sánchez y otros conversos de cierta preeminencia.
Los motines, del 7 a 20 de julio de 1449, trajeron como consecuencia la muerte de algo más de veinte personas, conversos de toda condición.
En esta época ya se encontraba soportando la ola de antisemitismo en Ciudad Real el recaudador Juan González, junto a otros parientes como Fernando de Ciudad, Sancho de Ciudad, hermanos y parientes del Bachiller Rodrigo, y algunos otros, que fueron testigos de los desmanes que provocó la revuelta de 1449.
La Ciudad Real que soportó la revuelta de 1449 provocó el abandono de la mayoría de los conversos ante la amenaza que cernía sobre sus vidas.
Dicha situación de despoblamiento propiciaría la necesaria petición al rey por parte de los representantes de los distintos bandos – representados por el converso Regidor Juan González, el calatravo Dr. Frey Andrés y el Contador cristiano viejo Juan Fernández Treviño – de pedir el perdón a los que aún sobrevivieron. Sucedía un quince de septiembre, y el corazón del rey mostró su perdón el ocho de noviembre, autorizando a los que antes ostentaban cargos públicos, títulos y beneficios que les fuesen retornados.
La situación de los conversos parecía que había salvado un duro trance en las comunidades tanto de Toledo como de Ciudad Real, aunque su suerte aún no les sería tan propicia. De ello Sancho de Ciudad fue un testigo excepcional.