Fermín Gassol Peco, director Cáritas Diocesana de Ciudad Real.- Conmemoramos un año más el Día de las Personas Sin Hogar. Son ya veinticuatro, casi un cuarto de siglo, los años que Cáritas lleva trasmitiendo a la sociedad un mensaje en defensa de la dignidad de esas personas que viven sin un techo, sin unas paredes que las acojan, pasando los días y las noches en la más fría soledad, sin una familia en la que estar y unos seres a los que poder amar.
Este año el lema de la campaña es “Hazme visible. Por dignidad, nadie sin hogar”. Una llamada, un clamor que pretende ser un nuevo aldabonazo en la conciencia social hacia el incalificable problema del sinhogarismo, una asignatura ésta, que junto a la pobreza se antoja como una execrable cuestión pendiente para esta sociedad que presume de estar en máximos niveles de desarrollo técnico, industrial, comercial y comunicación, paradójico esto, pero que adolece cada vez más y es lo preocupante, de falta de solidaridad social y no digamos ya, comunitaria, como hijos y hermanos de un mismo Padre.
La campaña invita a hacer visibles a las casi cuarenta mil personas que en nuestro país viven en las calles, donde pueden pero nunca donde ellas quisieran estar. “Hazme visible”, es lo que señala la campaña, pero existen distintos niveles a la hora de materializar, interiorizar, hacer patente esa visualización hacia las personas que nos resultan tan distintas, con quienes nos cruzamos a diario en plazas, parques, calles y aceras.
Tendríamos que visibilizarlos en primer lugar con nuestros ojos. No solo verlos, sino mirarlos y en esa mirada adivinar la cruda realidad y el porqué del penoso aspecto exterior que presentan. Adivinar que son personas con idéntica dignidad a la nuestra, con una bagaje y riqueza interior a veces sorprendente, consecuencia de las implacables experiencias vividas, hombres y mujeres que se encuentran malviviendo en la parte más difícil del tablero de la vida, vete tú a saber porque razones y de las cuales nadie absolutamente nadie se encuentra hoy a salvo de una manera cierta.
Visibilizarlos también con nuestros corazones. Compadecernos de ellos, no en sentido paternalista, sino con talante de cordialidad, de solidaridad. Interiorizar su sufrimiento y poner algo de nuestra parte para que esa situación termine. Convertirnos en agentes activos para la erradicación de este dramático problema personal. Cada uno sabrá cómo hacerlo, hasta donde podrá llegar su grado de involucración, pero seguro que todos, absolutamente todos podemos y debemos aportar nuestro grano de arena para que estas crudas realidades se conviertan para los desprotegidos en desagradables sueños de su pasado y no en unas crueles pesadillas para su futuro inmediato.
Y en tercer lugar visibilizarlos con nuestras almas. Esta es la mirada que resulta a la vez más difícil y gratificante porque quien llega a visibilizarlos así con amor y entrega desinteresada, corre el riesgo de quedar herido en su conciencia más íntima, pero también en la satisfacción de compartir ese dolor con aquellos que no lo han elegido. Para las personas creyentes, para los cristianos, la mirada debe ser, ahora más que nunca, de misericordia, de comunión, que esta virtud no es sino la que nos muestra la delicadeza de la Caridad como bálsamo de las heridas que el sufrimiento provoca en nuestros hermanos más frágiles y desvalidos.
Hazme visible. Por Dignidad, Nadie Sin Hogar.