José González Ortiz, técnico conservador de Museos, Archivo y Patrimonio Municipales.- Uno de los cuadros más significativos y delatadores de la cosmogonía de Manuel López-Villaseñor (1924/1996) y que a mí me emociona cuando lo contemplo, es el titulado “El Corredor” (1976). En él se refleja un cadáver envuelto en un sudario que levita sobre el suelo en un tenebroso corredor de algún lúgubre Hospital. En el techo aparecen cuatro focos distanciados y en la pared un voluminoso reloj y éste, sin agujas que marquen las horas. Para mí, esta obra es una radiografía del anhelo de un artista herido por la vida y que representa el sueño de renovación o transformación que seguramente en numerosas ocasiones sintió y que plasmó con 52 años de edad. Mi justificación es la siguiente: el cadáver que levita envuelto en un sudario es la metáfora de una “crisálida” y que al flotar -sustentarse- en el aire nos remite a un “sueño”. Una crisálida de un gusano que espera la hora de transformarse en una bella mariposa de colores que rompe el caparazón que lo ata a una vida no deseada, truncada por la poliomielitis (¡Villaseñor tenía una notoria discapacidad desde niño que le afectaba en su movilidad!), para buscar la libertad, la vida, las flores… UN NUEVO SER sin las ataduras de la parálisis que lo limitan y zahieren. El corredor es un TRÁNSITO, los cuatros focos luminosos que hay en el techo es la ESPERANZA y el reloj sin agujas es la INTEMPORALIDAD ¡puede ocurrir en cualquier momento! Es una obra de madurez del pintor, la radiografía como dije de un artista enfermo, la de un hombre lacerado por la vida…, pero secuestrado por un anhelo y que un día representó en un lienzo para mirarse en él, para interrogarse en su desdicha y, observarse esperanzado, ilusionado y optimista. ¡Quizás una mirada harta y reiterativa en un huidizo espejo!
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Qué mejor colofón!!! Gracias Pepe!!!
Un cuadro embriagador.