Rocío Martín Sánchez.- En estos días siempre hay un trasfondo de tristeza recordando a los que nos han dejado, en el caso de mi familia este año ha sido mucho más duro. El pasado mes de junio perdimos a mi abuela y cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que teníamos que enterrarla prácticamente en un descampado.
Lo cierto es que no conocía la situación del cementerio de Albaladejo y el día del funeral se nos cayó el alma a los pies aún más si cabe, cuando vimos que teníamos que enterrarla en unas “instalaciones” qué más bien se pueden llamar descampado, sin asfaltado, luz, ni tan siquiera cuatro paredes que delimiten el recinto, eso sí, con una placa inaugural.
Tras multitud de quejas al ayuntamiento sólo recibimos cómo respuesta que ha habido un error de nivelación del terreno y están trabajando para solucionarlo, pero de eso hace ya cuatro meses y no hemos visto ni un obrero en la zona. En esta situación ni siquiera podemos poner una lápida en la tumba, que sólo se distingue de las obras paralizadas por las flores que intentamos que siempre le acompañen, y ahora que se acerca el invierno no queremos pensar en el lodazal que supondrá llegar hasta allí. Si ya es duro enterrar a un ser querido, imagínense lo que supone hacerlo en estas circunstancias.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? ¿De verdad nadie fue capaz de ver a tiempo que el cementerio se quedaba pequeño? No quiero entrar en temas políticos, ¿para qué pedir responsabilidades políticas en un país donde no existen? Sólo queremos que se nos escuche, sólo buscamos soluciones.
Desde la impotencia que se siente ante la dejadez de una institución que se toma las cosas con tanta calma, quiero pensar que están trabajando en ello, sólo queda quejarse y sacar un poco de la rabia que siente mi familia por no poder dar a mi abuela lo que todo el mundo debería tener, un lugar digno para descansar en paz.