Sonia Mª González Martínez, técnico del Museo López Villaseñor.- A finales de la década de los 70 Villaseñor sufre una pequeña enfermedad que le obliga a estar en reposo, en estos momentos descubrirá “un mundo inagotable de belleza”, una belleza que encontrará en las cosas sencillas, en las cosas que están a su alrededor y están impregnadas de la experiencia de toda una vida.
Llevará a cabo la ejecución de una serie de pinturas donde la figura humana adquiere toda la importancia y es vista desde una realidad inmediata, real… no busca la idealización del objeto pintado, lo que pretende es aislar lo esencial del instante que está pintando.
Un ejemplo de todo esto es una de sus obras más humanas que incluso podríamos definirla como “el amor hecho pintura”. Hablamos del cuadro “Historia de una vida”, que se encuadra dentro de lo que se ha dado en llamar obras de testimonios.
En esta obra aparecen representados la madre y el padre del pintor. En ellos, en sus rostros, en sus manos… Villaseñor nos muestra el tiempo que les fue dado vivir.
Nuevamente Villaseñor vigila la emoción y pone todo su énfasis en la luz como uno más de los protagonistas de la pintura, creando una atmósfera que nos acerca a lo entrañable, a lo humano, a una parte tan importante de su vida como son sus padres.
En la pintura podemos observar pequeños detalles que aunque a nosotros nos puedan resultar insignificantes para Villaseñor están cargados de significado, de belleza, de tiempo acumulado… el sofá, el cestillo, el mantel con el que su madre ha trabajado con gran delicadeza, las rosas secas que nos marcar la belleza a través de los años, la pureza del amor y la ternura, así como sus significativos membrillos como símbolo de la perdurabilidad en el tiempo.
En definitiva y como ya hemos dicho, el amor hecho pintura.
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