Una observación momentánea no basta para deducir si una planta es inerte o no, porque su evolución, su cambio de apariencia, se aprecia con el paso del tiempo. Los seres vivos nacen-crecen-se reproducen-mueren según su propia forma de ser. En general, cabría decir que cualquier cosa que responda a tales características está “viva”, ya sea una discusión, un proceso creativo, … o una ciudad.
Las ciudades se asemejan más a jardines que a plantas. La ciudad arraiga en una localización geográfica concreta; y sus calles, que nacieron según las necesidades o costumbres de cada época – algunas en plena Edad Media – se siguen manteniendo, delimitando sus edificios y viviendas. Más allá de toda obviedad, los seres minúsculos que la recorremos no somos parásitos, sino su savia, su razón de ser: la ciudad no son sus manzanas, sino el espacio en el que se reúne una población para vivir y convivir.
Como en las plantas, también las podas sirven para controlar el crecimiento de las ciudades: edificios que van quedando en abandono, o en condiciones poco habitables, van dejando el solar para nuevas edificaciones. De un modo u otro, la ciudad renace de sus propias cenizas y se expande. Como sucede con los árboles, una mala poda puede estropear el árbol: alentados por la especulación inmobiliaria y haciendo mal uso del término “progreso, hoy lamentamos el descuido o la demolición de ciertos edificios de nuestra ciudad cuya pérdida es irreparable para el bien común y el patrimonio histórico-artístico. Como sucede con las malas hierbas, el rápido crecimiento de la periferia urbana no es necesariamente un síntoma de ciudad saludable, emergente, viva, bien articulada. Los nuevos barrios presentan una concepción urbanística más amplia y moderna, a menudo insuficientemente autónoma, por cuyos vasos de aspecto asfaltado discurre la savia bruta con aspecto de coche. Obviamente, no se puede hablar del estado de una ciudad sin hacer mención a su crecimiento, pero no es mi propósito fijarme en su dimensión espacial, sino en su evolución temporal y su calidad de vida.
Me parece que el valor de una ciudad depende de la calidad de vida sus habitantes, la cual no solo se determina por factores de la vida privada (la comodidad de la vivienda propia, el poder adquisitivo, las condiciones laborales o las relaciones familiares) sino por el modo en que está afectada por su entorno urbano. En el ámbito de las relaciones privadas, la oferta de abastecimientos y servicios,y la proximidad de dichos espacios, son síntomas de un buen estado vital de la ciudad, mientras que el alto número de locales comerciales cerrados muestra todo lo contrario.
En el terreno de la “res publica”, la calidad de vida depende también de cómo se concibe y se ordena la ciudad, cómo se regulan sus servicios públicos. Si la ciudad es un jardín, su ayuntamiento es el servicio de jardinería: aceras y vías para vehículos, tráfico, aparcamientos, iluminación, ajardinamientos, seguridad, oferta cultural para todos los sectores de la población, ocio y descanso compatibles, limpieza, recogidas de basuras, instalaciones deportivas, accesibilidad…. son competencias municipales.
Una buena gestión debe basarse en un modelo, en un plan, cuya consecución sirva de guía para la actividad cotidiana. La duración de estos planes se corresponde con las citas electorales, o se prorrogan según los resultados. Sin embargo, los programas electorales incluyen los objetivos “máximos”que pretenden alcanzar los partidos aspirantes a gobernar la ciudad,sin entrar demasiado en el detalle de la gestión (como es lógico hasta cierto punto). Estos programas, se aderezan con una buena campaña de imagen, con propuestas “estrella” (como los anuncios de fichajes galácticos cada inicio de campeonato de liga), y con promesas de gestión económica eficiente, transparencia e incentivo a la participación ciudadana, con un margen de cuatro años para llevarlo a cabo, que a la postre, si no se ha cumplido, es porque se han hecho tantísimas cosas que ha sido imposible hacerlo todo. Aunque sospecho que da lo mismo lo que pongan, porque la inmensa mayoría de los ciudadanos no decide su voto leyendo estos programas (imprescindibles por otra parte), sino simplemente por la confianza que le dan las siglas o los nombres de los candidatos.
La continuidad de un partido en el gobierno municipal, normalmente implica la continuidad de un modelo de ciudad y su gestión. Raro sería que en este caso hubiera cambios radicales, que contradijeran la gestión del periodo anterior. A lo sumo, se acomete lo no acometido, se rectifican errores, se inician las gestiones para llevar a cabo las vagas promesas electorales (mejorar la seguridad, la limpieza, el empleo, etc.). No obstante, se corre el riesgo de que los árboles no dejen ver el bosque: si la gestión no valora los cambios que aporta el crecimiento de la ciudad en todos los sentidos, sin esa observación sobre la ciudad a medio-largo plazo que apuntaba al inicio de este artículo; si la gestión es continuista y no tiene en cuenta en toda su dimensión las nuevas necesidades surgidas de nuevas situaciones, la gestión será deficiente, porque afectará negativamente a la calidad de vida de muchos de sus ciudadanos.
Supongo que aplicar el programa electoral, gestionar en detalle cada materia, cada concejalía, es una tarea ingente. Pero cuando se produce un cambio de equipo de gobierno, si lo que prevalece en la gestión es la urgencia, sin valorar el impacto de las medidas en el logro de un modelo nuevo, distinto; si no se establecen alternativas que afecten a las decisiones; si no se aportan soluciones a nuevos y viejos problemas; si no se introduce de forma efectiva la utopía y se replantea de cabo a rabo el modelo de ciudad y el trabajo de las concejalías, el resultado será “el mismo perro con distinto collar” – lo cual resulta enormemente frustrante para aquellos votantes que apostaron por la opción de cambiar de perro, no de dueño.
Creo que – con independencia de que haya o no renovación de los equipos de gobierno – no se trata de gestionar, sino de estar permanentemente atentos para repensar el modelo de ciudad. Las calles van a seguir en el mismo sitio, el centro seguirá siendo lugar de encuentro y las periferias los lugares menos transitados. Los recursos económicos seguirán siendo limitados, provenientes del Estado o de los impuestos, pero su carencia no es excusa en muchos casos; su administración responde a un concepto. El dinero es uno de los medios, y no el único, para dar soluciones a las cuestiones que surgen. Lo principal en el gasto, en la gestión, es la idea – el impacto en el modelo último de ciudad y en la calidad de vida de los vecinos – y el compromiso por hacerla posible y realmente participativa para todos sus habitantes.
Pares y nones
Antonio Fernández Reymonde
Muy interesante. Aunque también se trata de gestionar, por supuesto, se debería elegir un modelo de gestión que sirva al objetivo principal que, creo, debe consistir en dar respuesta a la pregunta de cómo queremos vivir en la ciudad. Esta pregunta debe preceder a cualquier pregunta económica. Primero el qué (queremos hacer) y después el cómo (lo queremos hacer).
El qué es la cuestión. El qué en cada tema. Ahora y mañana.
En los 80 (hablo a nivel general) queríamos servicios y buenos. Hoy los tenemos y funcionan (aunque esto habría que discutirlo mejor). A nivel de cada ciudad se trasladaban esos anhelos y, sin embargo, hoy observamos que unas ciudades han tenido recorridos mucho más largos que otras, la diferencia está en que unos dirigentes y unos ciudadanos entendieron lo que estaba en juego y otros no.
Hoy vivimos, de nuevo, un momento clave. Las organizaciones de gobierno público se tienen que reinventar obligadas por la crisis y hay menos excusas que nunca para que los ciudadanos nos impliquemos. La insistencia debe ser nuestra si no queremos apostarlo todo a unos políticos que, como en Ciudad Real, siguen a piñón fijo (lo vemos en cada pleno, en cada actuación).
Nos hablan de participación, de presupuestos participativos, organizan reuniones, etc. etc. Y qué resulta de ello en claro: muy poco, si algo. Confunden la difusión de actividades con la comunicación. En escasas ocasiones se establece la complicidad con los ciudadanos. No digo que sea fácil, pero es que resulta increíble su empeño en olvidar la premisa básica: La presentación de una ciudad común para ciudadanos pluralísimos. Luego ya vendrá el plan (que habrá que tenerlo, por cierto)
¿Qué es Ciudad Real? Ésto. ¿Qué queremos que sea Ciudad Real? Aquéllo.
Y ahora defíname, sra. Zamora, que es ésto y aquéllo. Y busque entusiasmarnos a todos: a los ciudadanos, trabajadores, al exterior.
Y con realidad no con fantasías. Me viene a la memoria uno de los proyectos estrella del sr. Barreda presidente. Con motivo del aniversario de la primera edición del Quijote en 2005, se desarrollaron varias rutas señalizadas con estacas de punta verde (os acordaréis) hasta la extenuación. Pero, ¿y papeleras?, ¿cuántas pusieron por esos caminos? Por tanto, menos fantasía y póngannos más papeleras.
En las ciudades hay que contar con los ciudadanos comprometidos y se puede encontrar el compromiso con imaginación y trabajo (estudio), no desde la desacreditada pose retórica de la izquierda aposentada en el cargo y no desde el individualismo extremo y la política de libre mercado de la derecha.
Empiecen por algo, por algún valor incuestionable: La calidad de uno o varios servicios, la modernización de su administración, lo que sea. Y monten un plan estratégico para conseguirlo, y lidérenlo y comuníquenlo e implíquennos. Y lo demás. Sí, lo demás puede ser rutina, pero si aprueban un remanente de tesorería y deciden inversión en lugar de amortización, convénzanos de que las obras van a ser excelentes. Que una obra de asfaltado no tenga plazo definido, los vecinos no sepan nada, que se observen tiempos muertos en la obra (calle Tetuán, en la actualidad).
Hay mucho por hacer y se debe hacer desde lo público, desde la confianza entre equipos de gobierno y corporaciones completas y ciudadanos, todos pluralísimos.
Póngámonos de acuerdo en la ciudad que queremos, luego seguro que encontramos a los mejores gestores. Y seguro que con mayor grado de implicación y entusiasmo.