Hace años, un responsable del Urbanismo local, de cuyo nombre no quiero acordarme y me olvido, hablaba de ‘La ciudad amable’ como proyecto ¿político?, ¿ciudadano? o ¿propagandístico? Hace meses otro responsable municipal de la cosa cultura, de cuyo nombre si me acuerdo, fijaba el enunciado programático de 2016 como ‘La ciudad museable’. ¿Museo Civil?, ¿Museo Militar?, ¿Museo Etnográfico?, o ¿Museo Sacro? Pero frente a tanta amabilidad y a tanta museificación versificada y en rima, yo propongo hablar de ‘La ciudad dura’ o si se quiere de ‘La dureza de las ciudades’.
Bien cierto es que por dureza nos referimos a un atributo de la materia que habla de la resistencia de los cuerpos a ser rayados, y que por extensión se aplicaba, equivocadamente, a características de resistencia de esos materiales: la piedra es dura como blando es el algodón. Incluso contamos con la conocida escala Mohs, que viaja de la endeblez del talco a la superior dureza del diamante. Por ello, y desde el enunciado de ‘La dureza de las ciudades’: ¿Ciudades como el talco? o ¿ciudades como el diamante? ¿Ciudades de polvo, invisibles a la manera de Calvino, o ciudades de brillo como las Booble towns? De esa dureza urbana, ya hablaba en 1974 Fernando Chueca, quien establecía su propia escala Mohs de destrucción de las ciudades españolas. Y Ciudad Real obtenía una elevada nota en la consideración de su dureza urbana o de su blandura patrimonial, vaya usted a saber. Que ambas cosas podrían serlo desde el polvo y desde el brillo desplegado por el vendaval de la historia.
Aplicada la dureza al carácter humano o a sus obras, lo que pudiera ser virtud, carácter moral o firmeza espiritual, se tornaba en inconveniente superior o en atributo inapropiado y negativo. Como ocurre con los atributos de la dureza aplicados al pan o a la psicología humana, valores que aplicados a otros ámbitos, no tanto como atributo positivo de la belicosidad y de la marcialidad militar, dan resultados paradójicos. Como ocurre con las ciudades que habitamos, con dureza y con blandura, con saledizos y con hondones, con muchas espinas y con pocas rosas. Pese a todo.
No es, por ello, que las ciudades deban practicar el movimiento inverso y pegajoso hacia la blandura universal, como ocurre en esas mini-ciudades infantilizadas, recreativas y coloristas, desplegadas por el universo moral y formal de la Walt Disney Corporation, como ocurre paradigmáticamente y en prolongación, en tantos Parques Temáticos, recreativos y tematizados. La definición de la dureza de las ciudades, podrá versar tanto sobre atributos del carácter roqueño de sus habitantes, como sobre su valor caedizo como forma construida; tanto sobre su pérdida de valor patrimonial, como sobre sus características físicas y paisajísticas mutantes y mutables.
Llamó la atención que en determinado momento histórico, como fueran los finales de los años ochenta tuviera su eclosión y su momento de gloria el llamado descriptivamente como ‘Urbanismo duro’. Que en buena lógica serían las propuestas técnicas y políticas para una ciudad dura o en proceso de endurecimiento. Planteada tal visión del ‘Urbanismo duro’, desde el escepticismo más arraigado sobre los atributos urbanos posibles e imposibles, como desde cierto cinismo conceptual y desde de una crisis política coincidente con el hundimiento del muro de Berlín, donde tanta dureza urbana se había congregado desde 1964.
Producido fundamentalmente ese despegue formal desde los resultados visuales y urbanos de la publicitada y refrenciada Plaza de la Estación de Sants o Plaza de los Paisos Catalans, en Barcelona, obra de Helio Piñón y Albert Viaplana de 1983. Con esa denominación se quiso caracterizar a las actuaciones urbanas, a caballo del Minimalismo en boga en esos años, y con cierta carga conceptual de procedencias plurales y sentidamente abstractas; pero que no escondían la frustración intelectual sobre los resultados formales de la ciudad contemporánea: desde Barcelona a Madrid, desde Londres a Buenos Aires.
La dureza aludida estaba a referida a cierta renuncia a la habitabilidad y al confort de los espacios diseñados, en aras de cierta ‘pureza expresiva’ de la idea madre del proyecto. Lo que se llamaba, tontamente, desnudez esencial. Reivindicándose imágenes de la pintura Metafísica italiana, tan cara al Fascismo mussoliniano por otra parte, particularmente imágenes De Chirico y de Mario Sironi. Plazas vacías, perspectivas prolongadas en sombras, dureza expresiva lunar, telones oníricos y delirios de grandeza. Pureza expresiva, en suma, de explanadas continuas que, queriendo reinventar el carácter civil del nuevo Urbanismo, no dejaban de conferirle un inequívoco aroma militar, válido para desfiles y para celebraciones, cuál Plaza de Armas tradicional o cual Campo de Marte de toda la vida. Pura melancolía de la firmeza y de la formación perdida. Y de aquí el aire marcial y duro de esa especialidad espacial en formación victoriosa. Y uniformada.
Una de las características usuales del ‘Urbanismo duro’ era su renuncia al arbolado y a la jardinería, su renuncia a los pequeños atributos del humanismo urbano predicado por Jane Jacobs. Dejando todo reducido al piano terra doloroso y a la banda del cielo etérea y abstracta. Circunstancia esta que dejaba en libertad de ejercicio y de movimientos el diseño de pavimentos y la elección de mobiliario urbano muy geometrizado y purificado; ámbitos estos en los que se concentraban todos los esfuerzos de los arquitectos, diseñadores y proyectistas. Y que contaba, en algunos casos, con la justificación añadida y fundada de que tales espacios duros eran las superficies resultantes sobre rasante de zonas subterráneas de aparcamientos. Circunstancia esta que limitaban el desarrollo de otras alternativas arboladas y sombreadas. Eso se formulaba en su descargo y no como clave conceptual de su proceso de diseño.
Entre nosotros son recordables los casos de la Plaza Mayor y de la Plaza de la Constitución, de distintos momentos temporales pero de ese entorno de finales de los 80 y principios de los 90, que han venido a configurar una explanada intransitable a pleno sol, por la falta de sombras reparadoras. Justificación del erial desde el alojamiento inferior de autos aparcados. Pero que no impide formular, en el largo estío mesetario, una imagen de ara azteca sacrificial, o de explana expiatoria de un santuario del Dios Sol.
No contentos con esa identidad seca y algo bárbara de los espacios finalmente resultantes en ambas actuaciones, asistimos ahora al colofón, o a la última etapa del llamado ‘Urbanismo duro’ local, ducho en estas estrategias una vez muerta la tendencia militarizada. Aunque la Ópera de Oslo de Tarald Lundevall, de 2002, prolongue esa dureza en sus pliegues anónimos y ello pese a su reconocimiento de la espacialidad interior y de la acústica, los planos exteriores generosos en su dimensionamiento, carecen de utilidad en el prolongado invierno noruego y componen imágenes más próximas a universos de glaciales helados que a los jardines boreales.
Asistimos pues al ejercicio duro, en el entorno de la Puerta de Toledo, y en el espacio formado por la confluencia de las calles Altagracia y Toledo. Que sin ser un tridente a la romana, de la Piazza del Popolo; sí que retoma ese ejercicio de ejes encontrados y de ejes desviados, lo que fuera señalado por Miguel Fisac a propósito de la excentricidad de las Torres Kio de Plaza de Castilla, respecto al eje del Paseo de la Castellana. Aunque ello, ese protagonismo del Monumento, respecto a los ejes generadores de las visiones y de las aproximaciones urbanas, no se haya tenido en cuenta en el presente caso.
Pretendiendo dotar de continuidad urbana al Monumento de la citada Puerta, se ha procedido al artificio de una exaltación de la visibilidad, desde un pavimento continuo y universal, salteado y salpimentado por accidentes menores de varios bancos prismáticos, una fuente aislada como un object-trouvé, y una escasa población de árboles (‘6 olivos 6’ al final del recorrido del pavimento y dos acacias en formación). Se ha creado, consecuentemente con el relato de la dureza urbana, un enorme tapiz pétreo y soleado al máximo, sin que esta vez haya existido condicionante de aparcamiento alguno. Solo el juego metafórico de la desnudez de la piedra histórica y la demanda de su visibilidad, puede explicar lo que será llamado a ser otro espacio inhabitable e intransitable. Válido para partidas gigantes de ajedrez, para desfiles para-militares, pero inválido para paseantes ociosos y solitarios. Como si Rousseau no se leyera en el Ayuntamiento. Aunque el rifirrafe ya ha comenzado en redes sociales y en comunicados diversos.
Periferia sentimental
José Rivero
Resuma usted,hable claro para TODO el mundo.
Que vaya dinero tirado en las tres fases de la Puerta, la última ya se lleva la palma.
A mí tampoco me gusta el urbanismo duro y deshumanizado. Lo que han hecho con la Puerta de Toledo es un horror.
La restauración bastante cuestionada sobre todo por el «alero» de la cúpula y la «bañera» que la rodea.
En cuando a la Plaza de la ExplaNADA…ya está todo dicho.
Extraordinario, le he podido entender pese a la complejidad de la materia urbanística.
Lo ha descrito muy bien. El urbanismo duro por deshumanizado. Caracterizado también por su inutilidad para la rutina callejera de los vecinos.
Para mí también es un horror. Es un llena espacios fascistoide o comunistoide impersonal que pone de manifiesto el poco espacio en el pensamiento que ocupan los vecinos en el diseño de los espacios publicos.
Servidumbre vecinal.
Que es lo que realmente esconde el término obsceno de ciudadanía.
En resumen una mierda,por un lado un helicóptero en una glorieta q sino eres de aquí crees q pasa algo serio, en otra una infraestructura q imita o pretende ser una fuente o un grifo o a saber,en otra unas tinajas, en otras arboles,puertas restauradas que parecen el paseo de las estrellas xq hay baldosas para poner el nombre de todos los ciudadanos ,miles de parques sin niños ni luz ni nada,un ayuntamiento de lo mas manchego x los cojines,vamos todo muy relacionado con dios sabe q,xq en esta ecuación que seria ciudad real no resuelvo la x q seria el urbanismo q posee.A todo esto añadido lo sucia que esta y lo anticuada,y esos locales hundidos en pleno centro vamos para hacer turismo
Qué cantidad de paja para decir lo que todos sabemos. Lo de la puerta de Toledo es una jodida mierda y una falta total de imaginación. Es un acerado de 20 metros de ancho por 70 de largo, con unas lapidas como adorno que nos anuncian la cercanía del cementerio, y por donde ni los perros quieren transitar.
Pero si es un espacio guay para desfiles y…Asambleas, jejejeje.
Pero MU feo. Y, sobre todo en una ciudad de clima extremo, donde el verde, las fuentes o la tierra deberían tener mucho más protagonismo.
Hay un urbanismo muy culipardo que solo busca embaldosar, y no piensa en ser más «agradable al ciudadano». Al final hay que buscar otros sitios para las asambleas…esas que tanto miedo os dan a los «pakitos». Como ejemplo El Prado…horror y asesinato de los olmos…
Hay algunos responsables de urbanismo que piensan que lo moderno es meter hormigón y baldosa, que un jardín es algo decimonónico, o que no pueden ver una fuente…joder UNA FUENTE EN CIUDAD REAL, si no hay nada más agradable para el verano. O unos bancos de madera, que los de hierro o se pegan en invierno o te quemas en verano…unos paseos de albero, unas plantas que NO estén en una maceta, que estén en el suelo.
Estamos haciendo cosas muy absurdas dentro de rondas. Muy absurdas.
Cuando me junto con los amigos y salgo con la bici también constituimos una asamblea, para cambiar el país? No, para estar juntos, hacer ejercicio y pasarlo bien, que es algo más realista.
Y sí, me gusta bailar pakito chocolatero.
A ti te encantaría decidir lo que necesita la gente, y llamarla ciudadanía para que no se de cuenta de su servidumbre. Un neopakismo.
Hubiera bastado con consultar a los vecinos o que quien tomara el diseño y sobretodo la decisión fuera normal y hubiera sido educado en ponerse en el lugar de los demás. Las explanadas sin espacio verde son sartenes en nuestra tierra.
A lo sumo acabarán siendo espacio para el BOTELLON. Pobres vecinos, que se jodan.