Onomatopeya perruna

Manuel Valero.- Por primera vez en mucho tiempo trato de controlar mis dedos sobre el  teclado para que de ellos escapen sólo palabras. Acabo de leer que la impresentable clase política española (sálvese quien en conciencia pueda ), es decir,  que los mismos que andan dando una torpe imagen de pueblo adolescente que no sabe qué hacer con la bendita pluralidad, han estado sueltos y raudos para acordar que si hay elecciones no sea en Navidad.

Hay que tener la cara más dura que el cimbel de Polifemo puesto a ello. No vaya  a ser que se nos enfríe el pavo, que no son fechas de votar sino de estar con la familia y los amigos, que no es jornada de decidir el futuro de un país (o de ratificar que la anhelada pluralidad era esto, ni pa ti, ni pa mí que sería lo más probable), que no es el día adecuado para volver a las urnas precisamente por el desacuerdo ancestral, arcano, primigenio, cainita y odioso de este pueblo, país, nación, Estado o lo que demonios seamos. Pero eso sí, para que las Navidades sean de holganza religiosa o laica, nada de hacer coincidir el día D, hora H con el mismo día que Jesús montó el Cristo. ¿Por qué no se ha de votar el 25 de diciembre si toca ese día por la indignante incompetencia negociadora de la clase política que ha tenido oportunidad para evitarlo, máxime cuando sería por tercera vez? ¿Eh? ¿Por qué?

Ya es un horror estéticamente democrático que sus señorías (suyas no mías) recurran de nuevo al pueblo,  o a la gente como gusta decir a la new gauche cursi y diabólica, para que vuelva a votar mejor y corrija el voto para desanudar el nudo, y si es posible que se vote en masa a dos partidos  y viva el viejo o nuevo bipartidismo, o mejor aún, a un sólo partido, el mío, y Santas Pascuas nunca mejor dicho, con mi sabrosona mayoría absoluta, que es por la que beben los vientos todos los lideres, los de ayer, los de hoy, y los de mañana, aunque parezcan los de ayer.

Si hay temor a una abstención suicida que acabe “dando la victoria al enemigo”, no será por la coincidencia de tan magna convocatoria cívica con el nacimiento de Belén sino por hartazgo. Que exista una posibilidad real de unas terceras elecciones porque el PSOE se niega a abstenerse (hace bien) pero sin alternativa (hace muy mal) después de las decembrinas de antaño y todos vayan de la manita Pepeluí para no votar el 25 produce escaras. Tan diligentes para la fiestuqui y tan incompetentes para el asunto menor de dar un Gobierno al país.

Votar es cuestión de horas, existe el voto por Correo, además la izquierda española es laica o muy laica o anticlerical o atea,  por lo que se supone que le debe importar un bledo la susodicha fecha. Y al personal de las mesas se le da un buen aguinaldo con cargo al contribuyente, que en gastos democráticos no hacemos ascos… y a por uvas, fíjate.

Somos un país raro, tanto que da para estos presentes históricos inconjugables. Si estuviera en la mano de uno, decretaría al estilo del mismísimo don Hugo que el 25 de diciembre fuera día laborable, más negro en el almanaque que el sobaco un grillo. De ese modo seríamos más modernos, más laicos y más demócratas.

Verdaderos esfuerzos para contener los dedos sobre el teclado. Si después de tanta vaina uno lee que sus señorías (de ellas), creyentes, católicos, meapilas, agnósticos de salón, matacuras de taberna o mitreros del power-flower, que de todo hay en la corrala de San Jerónimo han tardado un suspiro en hacer prevalecer el turrón o la holganza sobre el santo voto, no le sale a uno del mismo colodrillo sino la onomatopeya con la que nos quitamos de encima a un perro callejero. Sí, esa. Pero cuando uno se detiene a pensar que sus señorías y señoríos están cobrando desde enero y cotizando y computando pensión sin haber hecho su trabajo, le sale otra palabra. Pero no la escribo, que por algo uno se educó uno en los Salesianos.