Muchos recordarán aquellos álbumes de cromos de futbolistas, razas africanas, locomotoras y otras materias. Se pegaban según la razón social de cada uno: los pobres con harina y agua; los burgueses con cola y los más modernos con pegamento Imedio, creado por Gregorio Imedio, un manchego de Calzada de Calatrava, en 1944. Completar uno era imposible: hacía falta demasiado dinero o un trapicheo sin límites.
No voy a esbozar ahora la fascinante biografía del gran empresario Gregorio Imedio, químico de secano al que tanto debemos, ni mucho menos haré chistes con su benemérito apellido; tan solo me referiré a la manía de coleccionar, atributo que suele caracterizar a gente interesante. Por eso se está perdiendo en una época como esta, en la que solo se coleccionan efímeros pokemon. Un conocido mío colecciona búhos; los posee de muchas especies: abstractos, funcionales (llaveros, posavasos, abrebotellas con forma de búho…), comestibles, artísticos (cerámicos, pintados, de alambre)… Su hermano, no queriendo parecerse a él y deseando restringirse a una serie limitada, pensó en el proverbio «más vale pájaro en mano que ciento volando» y decidió coleccionar solo cien pájaros vulgares: gorriones y tal. Estos debían cumplir tres condiciones: que cupieran en la mano, que no fueran excesivamente caros y que fueran rigurosamente vulgares (no podían entrar reproducciones del pato Donald, de águilas heráldicas, de Piolín). Su primera adquisición fue una pajarita pisapapeles de acero dorado; luego unos pendientes de pajaritos que anidaban en la oreja; siguieron los funcionales (reclamos de caza en forma de pájaro; bolígrafos con el dios Ibis egipcio, cajas de cerillas con pájaros; monederillos con pico al abrirse y que se refugian en el nido del bolsillo)…
La gente extrañará que se coleccione algo que no tiene en sí valor alguno; pero es que hay coleccionistas desinteresados que no coleccionan cosas cotizables que se pueden cambiar en dinero, como arte, sellos o monedas. Pertenecen a otro nivel; son, en realidad, ávidos perseguidores de metáforas y fantasías. Pablo Neruda coleccionaba mascarones de proa y conchas marinas, estas últimas como otro orillero del Pacífico, el emperador del Japón. Antonio Gala reúne bastones; algunos recortan letras mayúsculas iniciales adornadas de manuscritos y libros antiguos, con sus rosetones y floripondios; otros reúnen llaves o piedras como un Marcel Duchamp cualquiera. Hay gente que compila plumas, servilletas de bar, nudos marineros, chapas y tapones de botella, las botellas mismas, pins, mercandishing, fotografías, gorras, camisetas, mapas, llaveros, postales, pegatinas, muñecos, periódicos antiguos, relojes, tazas, cartas, libros, tarjetas, acciones que ya no valen un duro, carteles, programas de cine… En cuestión de papeles, lo generalmente llamado ephemera. ¿A quién le ha dado por coleccionar tornillos, picaportes, mirillas telescópicas o llamadores de puerta? Seguro que anda alguno por ahí. En el siglo XIX las damas de copete contaban con un álbum en que los artistas y poetas que conocían dejaban siempre un testimonio de su galantería. Otros, más prácticos, recortaban los artículos de prensa que les interesaban, hojas de árbol de días inmarcesibles, anotaciones de diario.
Todos somos en realidad coleccionistas de días; «nos componemos de días», como escribió César Vallejo: unos nos gustan más que otros, pero todos tienen más o menos la misma catadura. Hay algunos que son excepcionales y se valoran más por su rareza o su mala u óptima factura, como los que justificaban la vida del califa andalusí. En una película de Wayne Wang, Smoke (1995), con un excepcional guion del escritor Paul Auster, que no creía en las casualidades, el estanquero que interpreta Harvey Keitel hace siempre la misma fotografía a la misma hora frente a su establecimiento y las colecciona en un álbum en el que su amigo, el escritor, reconoce de pronto a su mujer fallecida. Un fragmento más de algo roto en mil pedazos y una metáfora más. Quién lo iba a decir: el inventor del pegamento Imedio fue un gran coleccionista de trenes eléctricos. ¿Marchar hacia el paraíso perdido de la infancia?
Contornos
Ángel Romera
http://diariodelendriago.blogspot.com.es/
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Asi es. Siempre he pensado que el coleccionismo compensaba un déficit afectivo, ahora psicoanalizo menos y pienso que el que colecciona atrapa y retiene, ni más ni menos.
No soy coleccionista de nada, soy junco sobre las aguas. Lo que no se da se acaba perdiendo.
Bravo por quienes contemplan con deleite lo atrapado y retenido, les envidio.
¿Por qué crece la presión de las colecciones y de los coleccionables con la caída de la hoja? En la clasificación de adhesivos por clases sociales (todos hemos fabricado engrudo) te falta la goma arábiga y la barrita adhesiva de Stick, por no hablar de otras gomas proverbiales.
Un poco de engrudo echo en falta para sellar la boca de algunos impresentables. En este momento, y ante la intervención de Hernando en el Congreso, más que un poco de pegamento… toda la fábrica. Tipo más siniestro y rastrero no he visto en mi vida.
tu mismo…no busques mas lejos