Emiliano García-Page. Presidente de Castilla-La Mancha.- Zaorejas acoge hoy una nueva edición de la Fiesta Ganchera, recreación de las maderadas que desde el siglo XII –según se tiene noticia- aprovechaban los cauces de los ríos peninsulares, sobre todo el Tajo y el Júcar, para el transporte de la madera cortada en los bosques del interior, y que contaban con reconocimiento y regulación, en sus diferentes episodios, ya en el reinado de Felipe II, cuando el entonces toledano Real Sitio de Aranjuez se convirtió en el centro neurálgico de una rica industria alimentada por el impulso urbanístico y constructor de aquel reinado, que transformaría el centro de Madrid y levantaría palacios, alcázares y, sobre todo, El Escorial.
Del corazón de los montes del Alto Tajo, a través de arterias vitales como el Tajo y el Júcar, el Escabas o el Cabriel, fluiría la madera sobre la que durante siglos se sostendrían la construcción de España y su imperio marítimo, y cada latido del mismo se convertía en una nueva maderada. Un procedimiento que llevó a la creación de oficios altamente especializados, en cuya cúspide está el de ganchero, sin lugar a dudas, pero que habrían quedado sin función de no existir al mismo tiempo los hacheros, arrastradores, arrieros y broceros.
Veinte años después de aquella primera fiesta ganchera, estas recreaciones tienen lugar ya en otros puntos de España, en otros ríos. Veinte años después, especialmente a través de la obra de José Luis Lindo: “Maderadas y Gancheros”, editada en 2008 por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha a través de la entonces Consejería de Turismo, y presentada en el transcurso de la Fiesta Ganchera de aquel año, conocemos mucho más, y mucho mejor, la historia y la realidad de aquel mundo, iluminado en su día por la novela de José Luis Sampedro y recreado por la película de Antonio del Real.
La vigencia, el interés creciente, y la importancia de la Fiesta Ganchera que hoy vuelve a celebrarse, esta vez en Zaorejas, pero también, por turno, en Poveda de la Sierra, Peñalén, Taravilla y Peralejos de las Truchas, demuestra la importancia de un trabajo bien hecho a partir de un planteamiento a la vez realista y ambicioso, innovador y arraigado, sobre la base de la oportunidad.
El tremendo éxito de la película de Antonio del Real, con un inconmensurable Alfredo Landa a la cabeza del reparto, en 1989, no solo devolvía la novela de José Luis Sampedro a los escaparates de las librerías de todo el país, sino que descubría a España y a Europa la belleza de una comarca que obtuvo de la madera y su transporte una forma de vida y, lo más importante, una forma de ser. En el corazón de la España rural, las maderadas exigían una organización compleja y perfecta, que a diferencia de la ganadería que recorría los caminos de mesta, debía domar y doblegar al mismo tiempo a la madera y al río. La búsqueda de escenarios y testimonios, la cercanía y vitalidad del propio José Luis Sampedro, y la iniciativa de este grupo de municipios y sus habitantes, alumbraba siete años después del estreno de la película una recreación imposible: la maderada.
Hoy en día es fiesta de Interés Turístico Regional, y presume con razón de ser guía y ejemplo para otras fiestas, para otras recreaciones, y también para nuevos estudios y actividades por diversos puntos de España, con sus variantes y peculiaridades.
Para nosotros es un ejemplo claro y vivo de la senda que debemos recorrer para recuperar la actividad, la vida y el conocimiento de amplias zonas de extraordinario valor natural y cultural, donde naturaleza y economía se complementaban y necesitaban mutuamente. Aquellos bosques de pinos del Alto Tajo, ya protegidos de la deforestación por Felipe II, pueden y deben ser el corazón que impulse la recuperación económica y social de este territorio. La explotación ordenada y sostenible del bosque, la ordenación de su disfrute y conocimiento, la protección de su variedad y pujanza cinegética y selvícola, su compatibilidad con las nuevas tecnologías para la obtención de energía, son senderos que debemos recorrer con la misma atención, profesionalidad, organización y pujanza con la que los gancheros transitaban nuestros ríos, tan necesitados de protección y justicia como las propias gentes que en su día vivían y bebían de ellos.
Y especialmente el río Tajo, que vertebra Castilla-La Mancha, y queremos y necesitamos limpio, vivo y con el mínimo caudal para que vuelva a ser arteria de vida y de progreso, no solo herida y frontera de insolidaridad y abuso.
Veinte años después, la Fiesta Ganchera sigue siendo una de las mejores llamadas de atención para la protección de nuestros ríos, de nuestros parques naturales, y para la reivindicación de nuestra pequeña gran historia, tan ligada a la naturaleza como al esfuerzo, sobriedad y firmeza de carácter de nuestros padres y abuelos, ya sea en la amplia llanura manchega o en el escarpado curso del Alto Tajo. Una fiesta que nos permite reivindicarnos como pueblo, y fijar la mirada en un río condenado que exige respeto y caudal.