Estampas estivales: veedor

joseRivero2Al salir del sombreado aparcamiento, creí apreciar muchas manchas de lluvia, dispersas en el suelo.

Cuando aquellas coloraciones oscuras entrevistas, sólo eran sombras dormidas de los plátanos vigilantes.
Y sombras de la nostalgia por el agua llovediza.

Otra vez, bien lejos de esa confusión del claroscuro, advertí en del solazo el cuerpo quieto de un lagarto.

Que me confundía y que sólo era otra sombra retorcida contra el murete encalado.

Igual ocurre, cuando madrugas y miras al fondo del playazo y a la bruma blanda y azul del océano Atlántico.

Unas horas tempranas de brumas lejanas y de turbios amaneceres.

Creí observar, por prolongación de la ensoñación, un carro blindado sobre la arena.

Cuando revisé la mirada y mi propia perplejidad, sólo atisbé el techo de una caseta y el remolque verde grisáceo de la limpieza de la playa.

Sentado en el chiringuito ‘La Luna’, en Zahara de los Atunes, un día de fuerte levante, mientras me tomaba una cerveza, me sentí transportado a un libro. O quise ser un libro.

Y no por la fuerza del viento, sino por la persistencia de los recuerdos y por la compañía de una música pegadiza y pegada al pasado.

El sol blanco, la arena empujada desde la Sierra del Retín, el calor de mediodía y los sudorosos vendedores negros de baratijas y bisuterías, me llevaron al África que retratara Patrick Modiano en su inolvidable ‘Ropero de la infancia’.

Después de todo, el posible Tánger modianesco del ‘Ropero de la infancia’, estaba clavado en el  paisaje que tenía enfrente de mí, tan clavado como yo permanecía a esos recuerdos leídos, que ya eran recuerdos propios.

Horas más tardes, uno de esos negros vendedores de las ilusiones vanas y de los artículos falsificados, se acompañaba en el menudeo de la venta, tarareando contento ‘Feliz Navidad’ de José Feliciano.

Feliciano el ciego y el negro despierto.

Cantar ‘Feliz Navidad’ en pleno mes de agosto, no deja de ser otra suerte de perplejidad o de ilusión de vendedor que comercializa su venta anticipada.

Cuando lo tuve a mano y le pude preguntar el porqué de esa incoherencia, me respondió sonriente “Ya falta menos”.

De ilusión también se vive’, dice un viejo dicho, que no dice gran cosa. Sólo una repetición y un deseo: el de vivir ilusionadamente.

Pero ¿hay más ilusión en verano o en invierno?

Tomo un café negro, en el Hostal ‘La Ilusión’ de la playa larga y dorada de El Palmar, junto a Zahora y lindando con Conil.

Aunque El Palmar pertenezca al municipio de Vejer de la Frontera, ese lugar soleado y rubio no deja de expresar el contraste entre los adentros y las afueras.

Entre la piedra y el agua. Entre la historia y el olvido.

Enhiesto en el roquedal, las sombras blancas de Vejer, otean y vigilan los cuerpos morenos de los lejanos bañistas ilusionados y despreocupados.

Ignoro las razones del nombre del establecimiento. ¿Ilusión del verano, ilusión de la playa, ilusión del sueño?

Y recuerdo el título de la película de 1937, de Jean Renoir, ‘La gran ilusión’, sobre los desastres de la Primera Guerra Mundial, y sobre los anticipos bélicos venideros, ¡ay!

También el nombre del libro de 1927, de Sigmund Freud, ‘El porvenir de una ilusión’ sobre el papel de la religión en la cultura contemporánea.

Incluso el nombre del libro de François Furet, ‘El Pasado de una ilusión’, sobre la transformación del esperanzado movimiento comunista en una dictadura desesperanzada.

El café ‘La vaca atada’ en la gaditana calle Nueva, quiere poner un pie o una mano, en Buenos Aires.

Cuando bien cierto es, que Cádiz se enlaza más y mejor con La Habana, como cantara Carlos Cano, con letra de Antonio Burgos. “La Habana es Cádiz, con más negritos”.

En ese Cádiz colonial y americanista, tomarse una cerveza con tortilla, en la ‘Casa Veedor’ junto a la Plaza de San Antonio, es un gesto que también te transporta al pasado colonial e indiano. Sabe la sal, huele la mar.

Ya se sabe que el veedor, es el que “observa con detenimiento o el que controla lo que hacen otras personas”.

Un veedor como inspector y como controlador.

Aunque sea del tiempo que pasa y ya no vuelve.

Ni mirándolo, ni rememorándolo.

José Rivero
Divagario

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