Sugestiones de necios

Reymonde2016 podría ser un buen año para situar una novela de ciencia ficción del siglo XX, donde nuestra vida cotidiana estuviera regida por un tipo de tecnología propio de la era espacial. Aunque estemos lejos de esos entornos imaginarios, lo cierto es que en buena medida dicha tecnología es una realidad, como por ejemplo en la domótica, la tecnología doméstica.
El Número ya forma parte de nuestra actividad y condiciona nuestra manera de entender incluso las cosas más simples: el tiempo, los rendimientos, la temperatura, la alimentación…

Cabría pensar que el progreso, a través de los beneficios de la inteligencia artificial y la racionalidad, hubiera impregnado nuestro modo de ser y de pensar, desterrando todo rastro de superstición e irracionalidad caprichosa. Pero no es así. No me refiero al tipo de reacción sin explicación racional que justifique fobias, gustos o querencias por objetos, seres o situaciones; la belleza es un valor irracional, por mucho que tenga consecuencias hormonales; el arte contiene en sí aspectos racionales e irracionales. Me estoy refiriendo a esa irracionalidad, primitiva y reprobable, signo y valor también de la sociedad de nuestro tiempo.

En 1912, Freud introduce los conceptos de Tótem y Tabú (términos originarios del Pacífico – si se trata de cuestionar temas sagrados, mejor cuanto más lejanos), para estudiar posibles concordancias entre la vida anímica de los salvajes y la de los neuróticos. El Tótem se podría brevemente explicar así: El Tótem es el espíritu protector. Las relaciones entre el hombre y el Tótem son recíprocas: el Tótem protege al hombre y éste manifiesta su respeto hacia el Tótem.  A pesar de ser una amenaza para los demás, el Tótem conoce y respeta a sus hijos. La tribu espera protección y favores de su Tótem, quien socorre a los hombres en las enfermedades y les envía anuncios y advertencias. Los miembros del clan totémico se consideran hermanos y hermanas, estando obligados a socorrerse y protegerse mutuamente. El Tabú se refiere a la prohibición de alguna conducta moralmente inaceptable por una sociedad, y romperlo se considera como una falta grave por dicha sociedad. Los que son del mismo Tótem se someten pues a la obligación sagrada, y su violación trae consigo un castigo divino automático.

Las creencias más extrañas a nuestra identidad pueden llegar a parecernos cómicas. Hay quien ve la paja en el ojo ajeno y no ve la viga en el propio: en el fondo de la cuestión, el Tótem no es más que una superior, sutil forma de autosugestión – inducida por simbiosis por el entorno tribal – capaz de anular la oportunidad de introducir la racionalidad en cualquier asunto de su competencia. Éste es el valor cultural predominante en nuestra tribu en 2016. La creencia en supersticiones es una versión viva más privada de la misma cuestión: la lectura del horóscopo, el oráculo del pulpo Paul, etc.

Dos imágenes verosímiles: en la película “El lado bueno de las cosas” (de David Rusell – 2012), el protagonista (Bradley Cooper) acaba de salir de un centro psiquiátrico, en vigilancia policial; sin embargo, el auténtico neurótico de la familia es el padre (Robert de Niro), un hombre obsesionado con su equipo de fútbol, convencido de que si su hijo no ve junto a él la retransmisión de los partidos de su equipo, éste perderá la Liga. Incluso cree que las derrotas tienen que ver con unos ensayos para una competición de baile a los que su hijo acude. Pero cuando aparece su compañera de baile (Jennifer Lawrence), y les indica que las victorias importantes coincidieron con los días de ensayo, el padre apuesta todo su capital por la victoria simultánea de su equipo en la Liga y de su hijo en la competición de baile. En “Invictus” (de Clint Eastwood – 2009), basada en hechos reales, el personaje de Nelson Mandela (Morgan Freeman) está convencido de que la victoria de su equipo de Rugby en el Campeonato del Mundo que se jugaba en Sudáfrica en 1995 aportaría mucho a la reconciliación nacional. En la Final, un miembro de la guardia personal de Mandela – que odia el rugby, por el simbolismo que tiene para la población blanca – se queda atónito al ser abrazado por un afrikáner en el estadio cuando su equipo venció. El deporte como espectáculo de masas, particularmente el fútbol – religión apócrifa que está por encima de dar respuestas espirituales a la existencia – es el nuevo Tótem, alimentado por una presencia diaria y abundante en los medios. Las Olimpiadas, es este Tótem llevado al paroxismo: no son  competiciones entre deportistas a nivel mundial, sino entre países – por que logremos el mayor número de medallas. Habría mucho que hablar sobre tecnología, ideología e intereses económicos que hay detrás de estos “Juegos”.

La mezcla de Tótem, superstición y religión, me parece el colmo del disparate, rayando en la blasfemia. Antes de una competición son muchos los deportistas que ruegan a Dios por su victoria ¿Es un gesto frecuente del deportista, o se reserva prácticamente a ocasiones singulares como ésta? ¿Acaso la victoria va a depender del poder individual o colectivo de la oración? ¿Si se gana es gracias a Dios, y si se pierde lo aceptamos como voluntad de Dios? ¿Dónde queda en este caso el libre albedrío? Una pelota puede dirigirse a la portería o no; pero si toca un palo y no entra, hay quien ve inmediatamente en ello la voluntad de Dios, o del destino. O de la suerte, o del poder del Fetiche. Para ganar, hay que estar con Dios y con el Diablo.

Creo que la falta de progreso de nuestra sociedad tiene mucho que ver con la extensión de estos vicios ancestrales en su población. En pleno siglo XXI, el Logos sigue sin superar al Mito.

Pares y nones
Antonio Fernández Reymonde

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