Miguel Ángel Jiménez Salinas, delegado Diocesano de Medios de Comunicación Social.- No te quedes en la puerta, no te conformes con decirle un «hola María» (Ave María) desde fuera del Camarín, en la calle. No consientas que tu amor por Ella se quede encerrado, prisionero, en tu corazón. No permitas que el amor de todo un pueblo por la Virgen del Prado quede ahogado en puro sentimiento con solo olor a limoná. Es la Virgen del Prado, en el día en el celebramos su Asunción a los Cielos en cuerpo y alma, la victoria de Dios sobre todo mal y sobre todo pecado, la que nos mira con amor entrañable de Madre. Por eso, las primeras líneas, ¡se le quedan tan pequeñas! Y tú, que la quieres, que así lo sientes, ¿vas a dejar que la Virgen se queda pequeña en ti?
La Virgen María, la morena del Prado, habla de fe, de pueblo, de esperanza, de dolor, de silencio, de vida, de resurrección.
Habla de fe en Dios que es Padre, que la elige para que sea la Madre de su Hijo, de Jesucristo, y Ella se entrega en cuerpo y alma: Virgen y Madre. La actitud de cualquier cristiano ante Dios porque ella es modelo de todo cristiano. Entrega, confianza… A pesar de no saber cómo. Es Dios, a quien quiero y en quien confío. De Él me fio. Por eso la confianza, la fe, deriva en esperanza. Eso es lo que hay en el fondo del corazón de todo hombre: la fe es esperanza porque aspiramos al bien, a la plenitud. Es vida y resurrección. La gran promesa de Dios cumplida. Primero en la Virgen María, después, en todos nosotros.
También hay en la vida dolor, sufrimiento, enfermedad, muerte. También Ella supo de todo eso: en la huida a Egipto, cuando Jesús, en el Templo, le dice que Él tiene que ocuparse de las cosas de su Padre, al pie de la cruz, en el silencio del Viernes Santo… Ella sabe también de todos nuestros sufrimientos, los que llevamos todos los días a la Catedral. Siempre, unos y otros, hablándole, contándole lo que nos sucede, pidiéndole que nos proteja, que nos cuide, que acompañe nuestra vida, que nos dé fuerza para seguir, un día más. Y cada dolor, cada enfermedad, también cada muerte, nos habla de vida y de resurrección.
Habla, en definitiva, de pueblo porque la fe, la esperanza, se muestran en la caridad que es la mayor de las virtudes. Cada día «los hijos nos encontramos con nuestra Madre y entre nosotros recordamos que somos hermanos».
Por eso, ante la Virgen María, ante la Morena del Prado, renovamos juntos un año más nuestra fe, nuestro querer vivir el Evangelio como Jesucristo nos enseña y como la Iglesia ha transmitido año a año, generación tras generación. Somos, cada uno, como la Virgen María, los que le decimos a Dios “sí”. Con nuestras limitaciones, con nuestros pecados pero, también, con nuestras ganas renovadas de decirle, una vez más, sí a Dios con toda nuestra vida. Hoy, «como el Pueblo de Dios, a los pies de nuestra Madre a darle nuestro amor y fe».
Es hora de renovación en el Obispado y señores como este deberían desaparecer, es hora que D. Gerardo cambie a los que están sujetos en sus sillones como un clavo. Los cristianos de esta Diócesis esperamos renovación, ya que estas personas representan el pasado obscuro de Antonio Algora