Un último ejemplo para terminar: el caso del votante-cigarra.Un minuto antes de conocer los resultados electorales: seguidores de un partido indignados ante una situación de injusticia inaceptable. Los cambios no pueden esperar.
Un minuto después de conocer los resultados electorales, si su partido no ha ganado: esos mismos seguidores resignados a continuar cuatro años más en la misma o peor situación. Los cambios tendrán que esperar.
Lo que era intolerable, ha pasado a ser, de repente, tolerable por lo menos cuatro años más.
El votante-cigarra no concibe cambiar las cosas fuera de las instituciones. Sólo ve un camino: ganar las elecciones. Por ello, como las cigarras, se activa en periodo electoral, brama con todas sus fuerzas, con pasión, procrea… y después, pasada la efervescencia electoral, sea cual sea el resultado, vuelve a su estado habitual de letargo.
Si algo es importante para una persona, no espera cuatro años para empezar a trabajar en ello. Se trabaja desde ya. Se trabaja cada día.
Para el votante-cigarra, la importancia de las cosas varía radicalmente dependiendo del tempo electoral. En periodo de elecciones, se magnifican. Fuera de esos días, lo que era tan importante pasa automáticamente a la categoría de “esa triste realidad que nos ha tocado vivir y que no podemos cambiar”.
Reajuste mental instantáneo.
Conclusión
Vivimos en una continua incoherencia:
Por un lado, la versión oficial, la creencia: “tenemos democracia con sus super-importantes procesos electorales; las cosas se cambian desde las instituciones”.
Por otro lado, la realidad: oligarquía económica y una farsa electoral irrelevante cada cuatro años.
Esa divergencia absoluta entre realidad física y creencia mental produce contradicciones continuadas, las cuales hay que reparar para seguir creyendo, parcheándolas, creando un esquema mental temporal, que dura hasta que la siguiente contradicción nos lo rompe y tenemos que parchearlo de nuevo.
Para ello, damos bandazos mentales bipolares, creamos enemigos imaginarios, olvidamos la Historia -incluso la que hemos vivido nosotros-, y repetimos una y otra vez dogmas absurdos hasta convertirlos en verdades indiscutibles.
Orwell entendió perfectamente este fenómeno, llevándolo al extremo en “1984”. Un extremo en principio exagerado e irreal, pero al cual nos estamos acercando cada vez más.
A medida que aumenta el deterioro social, la divergencia entre el cuento de hadas oficial y la cruda realidad es cada vez mayor. Y ello obliga a reajustes mentales cada vez más frecuentes, cada vez más extremos.
Y así estamos. Así nos va.
Gonzalo Plaza
Ciudadano en blanco