José Antonio Casado.- “El papel da categoría, da clase, da marca”. Lo dice un quiosquero. Es una de las pocas frases que he subrayado mientras leía la pasada semana las informaciones que “El País” ha dedicado a su cuarenta aniversario; al aniversario de un periódico cuya historia se ha escrito en papel y que, tal vez, ha entrado en crisis al mismo tiempo que el bipartidismo, de cuyo entramado forma parte sustancial; y que, además, ha optado por dejar el quiosco en segundo plano para echarse en brazos de internet.
Me ha llamado la atención la frase del quiosquero madrileño porque tiene la misma música de fondo que la que entonara Julia Cagé, experta francesa en medios de comunicación que presentó hace unos meses su último libro: “Es innegable que el dinero ha vuelto a la prensa tradicional… Poseer un diario se sigue percibiendo como una forma de tener influencia política. Además, existe un efecto de contagio, un tipo moda y posicionamiento. Si Xavier Niel no hubiera comprado Le Monde en 2010, Patrick Drahi no habría adquirido Libération en 2014 y Bernard Arnault tampoco se habría interesado por Le Parisien el año pasado”.
La frase del quiosquero, una profesión que está en franca decadencia porque los jóvenes cada vez se acercan menos a esta pequeña construcción instalada en la calle o en la plaza para comprar la prensa puesto que la leen y consultan en el móvil, ha reverdecido en mí el recuerdo del quiosco de Justo, al lado del rectorado, donde el periódico era el rey, sin mezcla alguna ni contaminación posible con flores, panes, tomates o plantones de verduras varias; o la remembranza de un quiosco en el centro de Malagón, hecho de forja y arabescos varios que veías mientras atravesabas el pueblo cuando no existía la circunvalación, y que probablemente ya no exista.
A algunos les parecerá que esos recuerdos son puro romanticismo que no va a ninguna parte, pero hay toda una generación de ciudadanos que, llegada la democracia, cuando se acercaban por la mañana al quiosco, tenían la sensación de ir a beber a una fuente de agua pura, a un venero de libertad que en tiempos de la dictadura no existía porque las cabeceras históricas eran monocordes, insistentes y sin variaciones. El periódico, ese artefacto que se inventó para romper el discurso lineal y limpio del libro, nos permitió tener una mente más flexible – sin llegar a desestructurarla como hace internet -, capaz de alimentar el discurso con cuatro o cinco termas diferentes desde la primera, y nos educó a prolongarlos con fruición páginas adentro.
El quiosquero para el que “el papel da categoría, da clase, da marca”, me hizo recordar por una asociación de ideas un tanto extraña, al camarero portugués de Tavira que el pasado verano me citaba de corrido trozos de Unamuno y Ortega y Gasset y que, sin que él lo adivinara, me remitía a camareros españoles, casi todos con título universitario, que trabajaban en “Tapas y cañas” en Lincoln, Inglaterra, donde estuve veinte días hace un par de otoños.
“El papel da categoría” porque los que tenemos el vicio de acercarnos todavía al quiosco somos adictos a un producto costoso y cada vez más raro; pero también porque quienes los regentan – caballeros de la cultura- pueden tener tanta clase como el quiosquero madrileño que acudió a la fiesta de “El País”, el portugués de Tavira o los cientos o miles de jóvenes españoles que andan por el mundo con un título bajo el brazo y un periódico de papel en la mano.
Ya puestos, tampoco convendría olvidar que un jubilado con el que me encuentro por la mañana cuando vuelvo de comprar la prensa, dice que le echa un vistazo todos los días porque leyendo los titulares –la vista no le da para más- no se olvida de leer. Pequeñas anécdotas en tono menor que no son capaces de competir con los discursos alambicados en defensa de lo digital que nos endilgan cada día los grandes próceres del periodismo; pero que tienen su importancia.
Los analógicos no nos damos por vencidos. Lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Es una situación transitoria que no tiene solución a corto plazo, digan lo que digan ciertos magnates de la comunicación. Además, los analógicos tenemos a los quiosqueros de nuestra parte.
Asi es