El próximo miércoles, 20 de abril, en el Museo de la Merced, tendrá lugar la presentación de ‘Geografía personal. Grado superior’ (Serendipia Editorial). Han pasado algo más de dos años desde que tuviera lugar el arranque del ciclo de las ‘Geografías personales’. Así el 12 de febrero de 2012 se produjo la presentación de ‘Geografía personal. Grado elemental’ (BAM; Ojo de pez, 2012); de igual forma que el 24 de septiembre de 2013, se produjo el bautismo de la ‘Geografía personal. Grado medio’ (Almud ediciones, 2013).
Con lo que, a simple vista y a ojo de buen cubero, parece clausurarse un ciclo narrativo ‘personal’ y tan hermético como visible, en esos algo más de dos años. Aunque bien cierto es, que la escritura de ese viaje geográfico, como puede comprobarse en algunas pistas, señuelos y datos dispersos, haya durado más tiempo del aparentado en el libro cerrado y en seco. Y por ello, puede decirse que esa escritura tiene unos antecedentes temporales más lejanos del horizonte comentado etre las fechas citadas, del 2012 al 2016. Es decir, que aunque la visibilidad pública de esa escritura sea datable en ese lapso temporal externo, de algo menos de ochocientos días, los orígenes del primer gesto que se captura en esa escritura, tienen una mayor antigüedad y una superior lejanía que la mostrada en sus presentaciones. Tiene tanta antigüedad como las comentadas en los diversos prólogos publicados, que quieren dar cuenta de la génesis de esa misma extrañeza. Tienen tanta antigüedad como las libretas dormidas de molesquina negra, de las que habla Patrik Modiano en el ‘Ropero de la infancia’, sin saber muy bien su utilidad y su función.
Parte de esa génesis del proyecto escrito del ‘Ciclo de las Geografías’, era un solo impulso, de salvamento y rescate de registros escritos sobre la ternura de las nubes, sobre las notas grafiadas en la piedra de la escritura, sobre los comentarios breves como días pajizos y acerca de las sospechas evidentes del paso inexorable del tiempo. Todo ese material, acoplado en libretas y cuadernos, varados como pecios herrumbrosos, quiso desfilar con velocidad propia en el sueño de la escritura rememorada; cuya crónica y marcha ya se ha cobijado y analizado en los prólogos publicados, y tan protestantes como protestados, con las denominaciones ‘Una explicación media’ y ‘Otra explicación y media’; que ahora se redondea, finalmente, con el prólogo del ‘Grado superior’ cerrado ya con el marbete de ‘Sin argumentos’.
Es decir, que tras las dos explicaciones precedentes de los grados previos, uno acaba por mostrar, como en el juego del ilusionista y en las ocultaciones del mago tramposo, el vacío de los bolsillos donde se depositó la moneda, ahora desaparecida y puede que falsa. Y por ello se acaba por referirse a esos propósitos como un ‘arte de birlí birloque’. También como un trampantojo pictórico, que permite ver una escena y su mirada sin final, pero con principio; como ocurre con las ‘mise en abîme’. O como decía Julia Yepes, a propósito de Julien Gracq, al advertir de su obra ‘Leyendo, escribiendo’ que era como “leer con la pluma en la mano”.
Leer con la pluma en la mano, como un aforismo de la lecto-escritura, que es la primera de las socializaciones sensibles de los humanos, cuando comienzan a reconocer el mundo que los rodea a través de la palabra y de su representación. Leer con la pluma en la mano, en la medida en que,, con Gracq, “escribimos, porque otros antes que nosotros han escrito, y se lee porque otros antes que nosotros han leído”. Un trampantojo pictórico, una ‘mise en abîme, que permiten hilvanar las heces del espacio con las molduras quebradas del tiempo. Tal cual se expusiera anticipadamente en ‘Una explicación media’: “¿qué pasa si se piensa conjuntamente historia y lugar? Pues eso, ¿qué pasa si se trata de conectar lo general de la Geografía con lo particular de los Personal?”.
Nuevamente Tiempo y Espacio, a sabiendas que siempre estamos huyendo del Tiempo, a medida que nos hundimos y desvanecemos en el Espacio. Vaciar uno y llenarse el otro, es como un vértigo de contabilidades, de memorias y de escrituras. Hecho, por otra parte frecuente, este de las temporalidades movedizas en las cronologías datables de los registros escritos. Lo que se ve y lo que se lee, no responde a la temporalidad misma de lo que se escribe y se plasma finalmente en el cuaderno o en la máquina. Tampoco se corresponde, ese tiempo escrito o de la escritura, con la temporalidad de lo vivido, de lo oído o de lo leído como inspiración y fuente de esa escritura sorprendida en el tiempo. De igual forma que lo que se escribe y se anota, cuenta con antecedentes que exceden del mismo gesto de la escritura inicial. Justamente ese es el viaje del pensamiento a la escritura, y de ésta a la lectura; un viaje por un espacio geográfico datable y reconocible, pero con un tiempo partido o prorrogado. Puede que suspendido o quizás, perdido. Incluso puede admitirse que toda escritura exige- como otra suerte de ‘mise en abîme’– lecturas sucesivas, que arrastran a nuevos procesos de reescritura. Procesos de reescritura que no los aplaza, ni siquiera la publicación misma del texto. Y por ello, uno tiende a seguir rectificando –reescribiendo si se quiere- lo ya publicado. Y en las mentes de todos, tenemos nombres obsesionados con ese procedimiento, que parece que no concluye nunca.
Y esta visión del aplazamiento de toda conclusión, aparece revestida como un nuevo material narrativo. Eso era la doble afirmación de Calvino: la primera, “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”; y la segunda, “es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo”. Igual que ocurrió en la Pintura, cuando cualquier papel, madera o cristal, hacia 1907, cambiaba de naturaleza para dar lugar al nacimiento del ‘collage pictórico’ como gesto novedoso. Como si esa circularidad de la Escritura a la Lectura, y de ésta a aquella, describiera un modelo interminable a la manera de ‘Las mil y una noche’, que es un texto que va ensartando otros textos dentro del anterior; y que, por ello, pudiera tener un proceso interminable a la manera de las ‘muñecas rusas’ o a la manera de esa representaciones pictóricas conocidas como ‘Mise en abîme’; caracterizadas por un cuadro dentro del cuadro, que se repite hasta el imposible óptico.
Conclusión y terminación que no dejan de ser convenios pactados sobre determinadas construcciones simbólicas y altamente formalizadas. Una representación pictórica es una convención sobre la representación del espacio y su captura, adoptando un punto de vista determinado que opera una suerte de fraccionamiento de la realidad que cabe en el soporte. Podría haberse desplazado el punto de vista o la realidad que se disecciona y cambiaría el marco de la representación y el cuadro mismo. Aquí podríamos citar como ruptura del convenio consentido, tanto el ‘Autorretrato’ de Murillo de la National Gallery de 1670, como el ‘Cuadro del revés’ de Gijsbrechts, pintado curiosamente el mismo año de 1670.
De igual forma que una película es un ‘fragmento arbitrario de la representación del tiempo’, al que se le dota de un principio y un final, más o menos convencional. Por ello es posible filmar una película en el tiempo real de las ocho horas que dura un sueño, como el ‘Sleeping’ de Andy Warhol. O contar un asunto en el tiempo real de la representación misma, como hiciera Hichtcock en ‘La soga’, y años después repitiera Richard Linklater en su trilogía amorosa. Por ello es posible que en el formato temporal de la película pueda albergarse una historia que dura cien años, o que dura apenas los noventa minutos del metraje. Para, mostrar la artificiosidad de la representación, como clave de estos desplazamientos temporales, recuerdo aquella publicidad lejana de ‘Barrabás’ que decía “una película que comienza donde las demás terminan”; como si lo filmable fuera un continuo que puedo desplazar a conveniencia.
Un trabajo que visto desde fuera del Espacio y del Tiempo, es decir visto desde el punto de vista de Lector (y no del que escribe) y visto desde el momento presente (y no desde el momento primitivo de su redacción) invoca múltiples similitudes, queridas unas e involuntarias otras, que pueden iluminar tanto como ensombrecer. Los Articuentos de Millás; los Pecios y la Abeceína de Ferlosio; los Aerolitos de Ory; las Greguerias de Ramón; las Flechas de Nietzsche; los Picotazos de Malaparte; los Escolios de Gómez Dávila; los Aflorismos de Castilla del Pino; los Cachivaches de Benedetti; los Decires de Antonio Machado; los Pensares de Juan de Mairena; la ‘Mise au point’ de Le Corbusier y los Aforismos, Máximas, Sentencias, de tantos y tantos otros. Como las últimas, y próximas, Kiricadas de Fernando Kirico, o las más lejanas Santiaguinas de Santiago Bernabéu. Toda una agregación de materiales diversos que van desde la Miscelánea a la Silva, desde la Floresta a la Poliantea.
Hay unas posibilidades de lectura del ciclo geográfico, como las ya comentadas por Alfonso González Calero como “Placer del pensamiento”, “Cartografía de sentimientos” o “Acumulación de fragmentos”; por la alusión de Amador Palacios, como “La realidad sobre el mundo”, o como la fijada por Antonio Martínez Sarrión de “Literatura en píldoras”. Otras posibilidades son las señaladas por mí, como primer lector, al fijar aspectos del ciclo como “los aforismos [son] como fotografías”; la suerte del minimalismo rampante y miesiano del “Menos es más”, la perplejidad de “movimiento incesante y de la escritura inconclusa” o la evidencia de la “motricidad de Tiempo y Espacio en su escritura”.
En esa senda de visiones, lecturas y advocaciones Carmela Fischer, y a propósito de ‘Geografía personal. Grado elemental’, formulaba en su presentación que: “Somos lo que leemos”. Para dar cuenta de esa génesis fundamental y nutricia de lo narrativo. Génesis dietética que fundamenta la nutrición, al modificar el “Somos lo que comemos” por el “Somos lo que leemos”. Sin saber qué tipo de nutrientes llevan los libros, y que sabores duermen en sus tapas y guardas. Aunque también estamos hechos, como decía Shakespeare, del mismo material que los sueños. Por ello, la lectura como sueño y cómo nos alimentan las lecturas. O más aún, cómo nos hacen los libros. Por tanto, la escritura y la lectura como alimento vital de esa ensoñación.
La otra posibilidad de la lectura exploratoria y recreativa del ‘Ciclo de las Geografías’ tiene que ver con los dispositivos de orientación geográfica, tipo GPS o Global Positioning System, que no deja en su significado de acoplarse al acrónimo del ‘Grado superior’. Toda vez que éste es ya visible como GP (GS), o como un buscador y localizador geográfico del pasado. Con un GPS, el usuario trata de no perderse o de llegar al destino en su conducción.
No sé si estas finalidades instrumentales sobre el camino debido y sobre la ruta deseada, podrán predicarse del ‘Ciclo de las Geografías’; esto es leer y escribir para no perderse y para llegar a término. Sin saber aún ¿qué termino y qué fin? Aunque la lectura del GPS se componga de un complejo de textos, imágenes, indicaciones y sonidos que tratan de apaciguar la incertidumbre de la carretera, merced a esa suerte de Cartografía Virtual que son los reflejos y trazos de la vida misma que vamos dejando al pasar, y que sólo vemos ya desde la mirada del retrovisor. Un retrovisor como espejo retrospectivo de lo ido y de lo ausente y no como reflejo del presente doble y doblado. Algo parecido al GPGS, ya sin voces y efectos acústicos.
Y es que hay dos tipos de cuestiones fundamentales en la vida y en la escritura misma, entendida ésta como una forma muy particular de vida. Y son, a saber: Las Preguntas y las Respuestas. Que más o menos vendrían a ser algo parecido a lo que sabemos y a lo que olvidamos y por eso desconocemos. Las Preguntas, son las típicas cuestiones que nos hacemos antes de ponernos a escribir; mientras que las Respuestas son las cuestiones que surgen tras el acto de la escritura. Pero, a veces las cosas ocurren al revés: esto es escribimos con las Respuestas, para acabar una vez finalizado el proceso haciéndonos Preguntas. Para eludir, decía Rafael Conte, “el silencio anterior a las palabras, las preguntas que anteceden al discurso y lo originan”.
Sean las Preguntas anteriores o posteriores, básicamente, suelen ser dos los tipos de interrogantes. ¿Por qué se escribe? y ¿Para qué se hace? Que participan de las preguntas realizadas por Carmen Martín Gaite en ‘El cuento de nunca acabar’: ¿Quién es el narrador?; ¿A quién se dirige?; ¿Por qué cuenta?; ¿Dónde cuenta?; ¿Cuándo cuenta?; ¿Cómo cuenta? Y ¿Qué cuenta?
Preguntas ambas, que de momento dejo sin respuesta o la aplazo, porque bien merecen otras preguntas. Y otras respuestas, como hiciera Calvino en ‘Mundo escrito y mundo no escrito’: “En cierto sentido, creo que siempre escribimos de cosas que ignoramos: escribimos para hacer posible que el mundo no escrito se exprese a través de nosotros. En el momento en que mi atención se para en las reglas escritas y sigue la complejidad móvil que ninguna frase puede contener o expresar, me siento próximo a entender que al otro lado de las palabras, hay cosas que tratan de escapar del silencio, de significar a través del lenguaje, como golpeando los muros de una prisión”.i. Nel momento in cui la mia attenzione si sposta dall’ordine regolare delle righe scritte e segue la mobile complessità che nessuna frase può contenere o esaurire, mi sento vicino a capire che dall’altro lato delle parole c’è qualcosa che cerca d’uscire dal silenzio, di significare attraverso il linguaggio, come battendo colpi su un muro di prigione».
Periferia sentimental
José Rivero
Joder, colega, ¡te has superado!
Un articulazo de tres pares de kilómetros para contar… ¡NADA!
Acabas de subir al Olimpo de la intrascendencia, pero ten cuidado que el cíclope Romera habita por esos lares y es muy celoso de la investigación que, una vez investigada, no aporta un ardite al entendimiento humano.
Hombre, Juan Vigil, reapareces tras largos meses de ausencia con nuevo alias , el mismo verbo florido y viscoso e idénticas ganas de zaherir. MUy mal.
Tú móntate las conspiranoias que te plazcan. El artículo es un COÑAZO.