Jesús Arévalo Lorido, licenciado en Bellas Artes por la universidad complutense de Madrid y profesor de pintura en el Museo Municipal Manuel López – Villaseñor.- Para acercarnos a la obra de Villaseñor, hay que hacerlo libres de todo prejuicio. Cuando escucho comentarios de personas que lo trataron de cerca, que lo conocieron de forma personal, resaltan que fue alguien de difícil trato y de fuerte personalidad. Pero quedarnos ahí, sólo seria permanecer en la superficie sin traspasar la cáscara, cegándonos sin poder vislumbrar al artista y al hombre que realmente fue.
Todos actuamos de una forma ante la gente, los hechos y las cosas de puertas hacia fuera y todos somos distintos de puertas hacia adentro. Cuando Villaseñor cerraba la puerta del aula en la Facultad de Bellas Artes de Madrid, no entraba el Catedrático, aunque lo fuera, entraba el hombre, el humanista de extraordinaria capacidad intelectual y humana, poniéndola al servicio de los alumnos con un magisterio excepcional.
Para poder conocer y entender algo o a alguien, hay que tener interés por ese algo o ese alguien. Para llegar al fondo del asunto, hay que dedicar tiempo, observar despacio y asimilar pausadamente, hay que tratar de llegar al ORIGEN.
Con esta exposición se intenta partir de ese origen, para dar a conocer ese comienzo del artista y seguir su evolución hasta llegar al resultado final y entender y comprender al artista en su plenitud y madurez.
Comienza la exposición con una serie de dibujos realizados en su época de formación. Son dibujos pertenecientes a la década de los años cuarenta, cuando Manuel López-Villaseñor ingresa en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid desde 1942 hasta 1947. Se trata de dibujos realizados al carboncillo sobre papel continuo o de estraza. Donde se ven representadas estatuas de escayola y modelos que posaban desnudos en las aulas de la Escuela para realizar ejercicios del natural. En estos dibujos se puede percibir ya, cómo Villaseñor se aproxima al modelo, no de una manera superficial o desinteresada. No se limita únicamente a trabajar la anatomía sin más y quedarse solamente en el parecido de los modelos. Sino que trata de captar un momento, un instante en concreto en la vida de la persona retratada, quedando congelada en el tiempo.
Seguiremos viendo obras de ese período de formación, un período de entrenamiento que irá forjando al hombre y al artista que está aun por eclosionar. Mucho dista aún entre el bodegón de “Alegoría de la Música de 1947” y su “Retrato de Cosas de 1987”. En el primero vemos únicamente una forma de ordenar varios elementos tratando de diferenciar texturas y formas para poder identificarlos. Aún no hay nada de mágico y trascendental, aún son elementos carentes de “alma”. Pero que nos sirve para contemplar al primer Villaseñor, interesado en aproximarse a los objetos que lo rodean y dedicarles tiempo para observarlos y aprender de ellos.
Contemplaremos también algunos autorretratos realizados en estos primeros años de formación y que cromáticamente recuerdan a la Escuela Española del Barroco, con Zurbarán, Velazquez y Ribera.
Nos pararemos también ante algunas obras realizadas en su ampliación de estudios en Italia, gracias al haber conseguido después de seis meses de oposición, una de las codiciadas plazas, para el “Gran pensionado en Roma”. Se trata del mayor galardón que aún hoy en día se otorga a artistas Licenciados en Bellas Artes y que supone la estancia durante cuatro años en la Academia de Bellas Artes de España en Roma. Como el mismo Villaseñor diría:
“Mi gran trallazo es Italia. Giotto, Gaddi. El grandísimo Masaccio, que es como una isla, o una llamarada cortísima. Rotos mis esquemas anteriores, descubrí a Piero Della Francesca. Piero me enseñó algo que no había valorado hasta entonces; la ordenación del espacio con rigor y poesía, lo que también descubrí en Paolo Ucello”.
En estas palabras advertimos algunos de los orígenes que le valdrán como motor en obras posteriores. Y que seguirán presentes en sus obras hasta el final, son la poesía, la música y la literatura. De hecho realiza varios “Homenajes” entre 1961 y 1989 a personajes relevantes para él en el mundo cultural y artístico, siendo pilares de inspiración de algunas de sus obras. Donde aparece en sus cuadros un artista totalmente maduro mostrando otra de las cosas que en pintura más le obsesionará desde siempre, “la presencia de las cosas, realismo y realidad”, esto será lo verdaderamente importante para el.
“Al fondo, una habitación vacía” e “Historia de una vida”, entre otras, son algunas de las obras pertenecientes a “Documentos Humanos”. En las que podremos contemplar sus orígenes creativos, por parte de Villaseñor, gracias a los bocetos preparatorios que se conservan y que aquí se exponen. Pudiendo apreciar la forma de componer, analizar y disponer los distintos elementos o figuras a representar en el espacio. Viendo que para Villaseñor nada es gratuito y formando todo, parte de un doloroso proceso de meditación y exploración antes de decantarse por algún resultado final. Como él mismo comentará en distintas entrevistas y catálogos:
“Las cosas deben estar ordenadas, sometidas a un orden abstracto, pero esto no se debe ver. La estructura, el armazón están dentro. El cuadro es una superficie plana, bidimensional, en la cual hay que proyectar una serie de cosas, luces, manchas, formas, etc. Y se trata de componer armónicamente esa superficie. Eso es un cuadro, nada más”.
La exposición finaliza con algunas de sus obras a mi juicio más personales y más asombrosas de Manuel López – Villaseñor. Son las pertenecientes a los “no bodegones”, a sus “Retratos de cosas” y que abarca desde los años setenta hasta casi el final de su vida. Son en estas composiciones donde vemos las intenciones artísticas de Villaseñor. Sus obsesiones, su interés por acercarse más y más a los objetos en sí “Humanizándolos y dotándolos de vida”, con todo lo dramático que ello conlleva. Son objetos que forman parte de su vida desde que tiene uso de razón, son cosas sencillas que le rodean y en las que el descubre su belleza, su soledad y su heroísmo. Como el mismo explicará en estas palabras:
“Creo que cualquier cosa que ha tocado el hombre, que ha estado en contacto con él, de alguna manera se ha impregnado de cierta magia, de cierta mística. En cada una de esas cosas subyace esa especie de magia. Es cuestión de enfrentarse a esa realidad que está ahí, como tirada, abandonada, y ver qué pasa dentro, no en la superficie. Todo eso es mi mundo inexplorado, y en él estoy trabajando desde hace tiempo, de espalda a otras cosas que nos están obnubilando: los ismos, las modas…”.
Para Villaseñor la luz y el tiempo formarán un orden que regirá su quehacer pictórico. En sus cuadros se pasará de advertir la luz de un verano o de un invierno, a una luz transcendental y atemporal, formando en cada cuadro un microuniverso con entidad propia.
Para comprender el origen de ese amor por los objetos, hasta dotarlos de humanidad, termina la exposición con una pequeña recreación de su estudio, con los objetos originales que guardaba en su casa – estudio de Torrelodones en Madrid. Resulta imposible no sentir estremecimiento, sorpresa y admiración, al reconocer aquellos objetos que en algún momento el artista tocó, acarició y trato de entender en su totalidad. Y como por arte de magia se nos presentan ante nuestros ojos, habiendo sobrevivido al drama del tiempo que los hace envejecer.
Ahora, hace veinte años del fallecimiento del hombre que fuera Villaseñor y sus “hijos” yacen en silencio, sin la voz profunda del artista, sin sus manos que los acaricien. Somos conscientes entonces amargamente, que han sobrevivido al tiempo, pero se encuentran huérfanos de la creatividad del artista que los amó, que los comprendió y hurgo en sus miserias y soledades, dotándolos de sentido y haciéndolos renacer en sus lienzos una y otra vez.
Todo esto lo hizo Manuel López – Villaseñor para darnos su última gran lección, la más amarga, la que nadie quiere escuchar y que todos conocemos. El sentimiento y la angustia que deriva de la expectativa ante la muerte de la carne. Pero también nos abre una luz de esperanza y es la pervivencia en el tiempo de la dimensión intelectual, humana y creativa, reflejadas en sus obras. Esa es la luz que debemos dejar todos reflejadas en los actos de cada día, si queremos realmente perdurar en el tiempo, para volver al origen de todo. Porque solo regresando al ORIGEN, se comprende todo.
—
Puedes ver todos los cuadros de Manuel López-Villaseñor publicados en esta serie a través de [este enlace]
Y quién no es capaz de llegar a nuestro gran artista López Villaseñor , con la explicación de otro artista como es Jesus Arévalo Lorido ?. Sus comentarios impregnados de arte y pasión» hacia el arte», penetra profundamente comprendiendo mejor sus obras y haciéndonos sentir aún mas admiración y orgullo de nuestro paisano
Buen artículo.