Juan José Rubio Guerrero. Catedrático de Hacienda Pública. UCLM. El principal temor que atenaza a los ciudadanos en este inicio del segundo trimestre del año es la perspectiva de que las actuales incertidumbres económicas y políticas acaben afectando a las expectativas de crecimiento de las economías desarrolladas.
La desaceleración de los emergentes y el comportamiento irregular de los precios de petróleo, unida a la tensión geopolítica derivada de la situación en Oriente Medio que se transmite a Occidente en forma de crisis de refugiados procedentes de Siria y riesgo terrorista evidente, como se desprende de los últimos atentados de Bruselas, sin olvidar el referéndum convocado en el Reino Unido sobre la posible salida de la UE, pesan sobre el ánimo de las decisiones de inversión y financiación empresarial y personal no sólo a nivel continental sino a nivel mundial. En definitiva, se mantiene el miedo a que los estos datos se conviertan en un problema de mayor duración y envergadura de la esperada y acaben, a través de las expectativas negativas, afectando a los datos reales.
En cualquier caso, sigue siendo razonable mantener una expectativa de crecimiento para 2016 en USA del 2,3% y para la Eurozona del 1,5%, lo que debe ser suficiente para generar un incremento de beneficios empresariales que se vea reflejado en una creación de empleo razonable aunque no tan elevada como se estimaba en proyecciones precedentes. En el caso de USA, existe un cierto desencuentro entre la FED y el mercado. Mientras que aquella sigue considerando que la economía está fuerte y, por tanto, es previsible ver una continuidad en el proceso gradual de subidas, la economía real se empeña en eliminar esa posibilidad en sus expectativas. Las cifras de menor confianza empresarial de las últimas semanas y cierta ola de escepticismo, aunque los datos del mercado de trabajo siguen siendo buenos, han provocado que las expectativas de subidas de tipos de la FED se vean frenadas. De hecho, algunas analistas no preveen subidas de tipos hasta julio de 2017, lo que solamente sería compatible con un escenario de estancamiento económico y deflación, que no es el caso a nuestro parecer. Conviene, no obstante, señalar que la regularización de tipos de interés en USA va a plantear nuevas complicaciones para Latinoamérica, que en los últimos años ha emitido ingentes cantidades de deuda nominada en dólares.
A la economía europea le está afectando de forma relevante la desaceleración global proveniente de países emergentes y el sentimiento de confianza global sobre un comportamiento menos expansivo de la economía mundial. En todo caso, sin descartar riesgos, la economía europea muestra una buena posición en el entorno actual, con unas estimaciones de crecimiento ya citadas. El claro soporte de una política monetaria ultraexpansiva del BCE, confirmada con las decisiones de Marzo de ampliar la compra de activos a bonos corporativos y deuda regional, y la mejora de los indicadores de confianza empresarial y de consumo, aunque con algún toque de atención en los últimos días, siguen mostrando un patrón de crecimiento en torno al 1,5%, bastante sólido. La evolución del crédito está mostrando tasas de crecimiento positivas para el consumo, empresas no financieras e hipotecas. Adicionalmente, la depreciación del euro desde mediados del 2014 debe continuar dando apoyo a la recuperación vía exportaciones de la zona euro. También un precio de petróleo promedio de 40 dólares por barril debido a la falta de acuerdo de los productores para reducir la producción.
En resumen, las economías desarrolladas van a liderar el crecimiento, impulsadas por la aceleración del ciclo crediticio y la demanda doméstica aunque con alguna prevención en la dinámica. La estabilidad en los precios de las materias primas durante 2016 hará que la inflación sea impulsada por fundamentales locales, como las presiones en el mercado laboral. Sin embargo, los temores a una inflación negativa a medio plazo son exagerados ya que el consumo, salvo acontecimiento inesperados, recobrará cierto dinamismo en Europa.
En España, las previsiones a comienzos de año eran optimistas con un crecimiento en torno a 3% apoyada en factores internos (empleo, consumo privado, baja inflación y política fiscal) pero también externos (condiciones financieras, tipo de cambio y precio del petróleo). Entre los factores de impulso en el corto plazo se encuentran las ganancias de competitividad, el descenso de los costes de financiación, la reducción del IRPF, la caída del precio del petróleo, lo que se traduce en un incremento de la renta disponible de los ciudadanos. Estos datos y las favorables perspectivas que apuntaba la economía española han permitido reducir al Tesoro de forma considerable sus costes de financiación, llevando a las Letras en todos sus plazos a tipos negativos en la últimas susbastas.
El descenso del paro sigue un comportamiento positivo aunque vislumbramos una cierta ralentización con los últimos datos de EPA y paro registrado desestacionalizado, siendo el reto más importante en este ámbito la mejora de la calidad del empleo, reduciendo el temporal y a tiempo parcial y generando mayor empleo fijo. El dinamismo de las exportaciones hace que el déficit comercial se comporte mejor que en otros períodos de ciclo expansivo, pero siegue siendo necesaria la mejora del déficit público. Los últimos datos has supuesto un “jarro de agua fría” a los planes financieros de consolidación fiscal comprometidos con Europa. Se debería haber cerrado 2015 con un déficit del 4,2% y los últimos datos, después de correcciones, técnicas lo sitúan en un 5%. Ocho décimas que se deben particularmente al mal dato del déficit de algunas Comunidades Autónomas que han incumplido su compromiso de cerrar el año con el 0,7%, haciéndolo con el 1,7%. En todo caso, será necesario un ajuste adicional importante de en torno a 8.000 millones de € para llegar al 4,2%, pero se perdería un año en la senda de ajuste ya que en 2016 teníamos comprometido el 2,8% de déficit. Para alcanzar el compromiso asumido en este caso, el ajuste debería ser de unos 20.000 millones de €, lo que resulta del todo imposible en una situación como la actual, sin un Gobierno estable que garantice una política fiscal exigente. Adicionalmente, los analistas siguen señalando que para conseguir una senda estable de crecimiento económico hay que seguir apostando por reformas estructurales de cierto calado, que deben articularse a partir de un cierto consenso social, en materias tan relevantes como la financiación de la Seguridad Social que da muestras alarmantes de agotamiento a pesar de las mejoras en la cotización dada la estructura demográfica española con una población envejecida y de la financiación de las Comunidades Autónomas que necesitan ajustar sus recursos a las competencias asumidas, especialmente en educación y sanidad, que provocan una situación de crónica de déficit difícilmente resoluble sin una revisión integral del sistema.
Los riesgos del escenario a nivel europeo y español vienen por la incertidumbre y el deterioro de las expectativas. Recientemente, el Banco de España ha comenzado a ajustar a la baja las tasas de crecimiento para situarlas más en el entorno del 2,5% que del 3%. Los mercados bursátiles son un indicador adelantado de la percepción ciudadana sobre el comportamiento de la economía real. Al igual que ha ocurrido en todos los momentos de “crack bursátil”, el detonante de las fuertes caídas no es otro que el propio miedo inversor, que acelera y multiplica la sensación de riesgo. El mayor riesgo en el horizonte es que se propague un sentimiento inversor negativo y el deterioro de las expectativas se proyecte a la economía real.
A corto plazo, el comportamiento de los agentes económicos, ante las incertidumbres manifestadas, está marcado por la aversión al riesgo que está contribuyendo a aplazar y poner en el congelador determinadas decisiones de inversión y creación de empleo. Será necesario, a medio plazo, para que nuestra economía no sufra un parón que comprometa la salida de la crisis, varios elementos fundamentales que se resumirían en tres:
• Una Gobierno fuerte, estable y comprometido con una hoja de ruta económica ortodoxa en lo que a política económica tanto coyuntural como estructural se refiere.
• Unas declaraciones contundentes de los bancos centrales para mantener esquemas de liquidez y crédito a la economía de forma generalizada y a medio plazo, y
• Unos datos económicos incontestables que permitan fundamentar una recuperación de la confianza por los agentes económicos.