Antonio Fernández Reymonde.- Tengo muchos amigos. A Paco le gustaría hacer teatro, lo mismo que a José Luis. A Nina le gusta bailar sevillanas. A Clemente le gustaría tocar el violín con un grupo. A Sofía le encantan las tertulias literarias. A Jaime le gustaría enseñar juegos malabares, es un maestro. Miguel canta en un coro que está empezando. A Lola quiere mejorar la técnica para hacer fotografías. Jacinto viaja a Madrid cuando puede, para ver exposiciones, como Roberto, para escuchar música contemporánea.Domingo ha aprendido a tocar la batería y le gustaría tocar en público. Violeta quiere aprender a tocar seguidillas con la bandurria. A Rosa le gustan la historia de las ciudades. Fernando es un amante del cine clásico en V.O. subtitulada. Pilar es fan empedernida de J.S. Bach. A Sebas le gustaría contactar con gente para hacer un corto (actores, técnicos…). Alicia baila tango… A mis amigos, les gustan distintas formas de cultura.La lista podría alargarse hasta el infinito.
La cultura, como bien común, no puede estar sólo al alcance de unos pocos, ni entenderse como mero objeto de consumo.La cultura no es un una palabra sacrosanta, no es un hecho reservado a las personas cultivadas; es una palabra que recoge una amplísima variedad de manifestaciones personales, un derecho fundamental recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en la Agenda 21 (no ésta que aparece en la web municipal – ver enlace – sino ésta , igualmente Agenda 21 “de la cultura” –ver enlace). Es una necesidad vital, que está en la mente de las personas, que llena su tiempo de ocio. Está en ti, en mí, en tu entorno, en todos. Una, y otra, y otra, y otra vez – parece mentira – hay que repetir lo mismo. ¡Qué pesadez, qué hartura! ¿Cuándo se entenderá de una vez por todas?
Una cosa es la cultura. Otra cosa es la política cultural ¿qué diferencia hay? Mucha. Uno puede recorrer zonas sin sombra en pleno verano… pero no va plantando en la ciudad los árboles que se la podrían proporcionar. Es tarea del Ayuntamiento hacer que su tránsito sea lo más cómodo posible. No sé si se me entiende. Hay muchísimas formas que se pueden satisfacer con pocos medios, al alcance de todos, pero hay otras que no. Además, no solo se trata de la satisfacción individual, la cultura es una forma de identidad colectiva a la vez que múltiple: Yo me puedo sentir orgulloso de que en mi ciudad haya festivales, aunque no acuda ni a la mitad de ellos. Una sociedad culturalmente sana, aceptable, es aquella en la que se dan los medios para que sea accesible a sus ciudadanos – no solo a unos pocos, insisto – y todas las forma de manifestación son igualmente respetables.
La cultura es una necesidad que se satisface por dos vías, por oferta y por demanda.La acción cultural tiene a su vez tres vías de promoción: pública (de las Administraciones), privada (de las empresas – propiamente culturales o como colaboradoras) y ciudadanas (particulares o colectivas).A la Administración Pública le toca principalmente proveer al ciudadano de los servicios y los medios para el acceso (de oferta y demanda – público, privado o ciudadano) a la cultura. Estructurar y poner medios para la participación ciudadana. Eso es política cultural.
Como seña de identidad, como bien común de todos los ciudadanos, requiere de un compromiso y un amplio consenso social. Ese consenso debe ser inclusivo, pues lo contrario – como sucede hasta la fecha – significa que los sectores con mayor poder fáctico achican la voz de la diversidad. Este consenso no debería solo satisfacer a los sectores interesados, sino a la ciudadanía, en su amplia diversidad; y alcanzar, finalmente, a los estamentos que hacen posible la realización de la política cultura, o sea, los partidos políticos, aquellos que aprueban los presupuestos. Por ese orden. Revirtiendo las fases, se corre el peligro de que haya una instrumentalización política de la cultura, en un sentido u otro. En el extremo opuesto, la falta de implicación de los partidos supone una falta de garantías de continuidad en la acción de la política cultural que demandan los ciudadanos, y dejar la política cultural, como objeto de consumo, a las leyes del mercado – lo que supone el debilitamiento último de la presencia de otras alternativas culturales que en última instancia, no lo olvidemos, siempre han sido el motor de la evolución de nuestra sociedad.
Una política cultural garantista debe ser transparente, racional, basada en un permanente análisis de la situación, en una efectividad de los canales de comunicación y participación, con una planificación de objetivos y disposición de recursos, ejecutada también de forma garantista… Como ven, la política cultural es algo más que hacer una agenda (que también).
¿Y yo, a qué aspiro? A que no tenga que viajar a los pueblos porque se ofrezcan cosas cuando aquí no haya nada, y a que hubiera una oferta accesible, variada y atractiva los fines de semana. Poder ver más exposiciones chulas y escuchar música interesante en directo. Me conformo con poco, ya ven… Y si se tercia, tocar o escuchar mi música – pero eso ya es mucho pedir.