Si no se puede consentir la pérdida de un acta del siglo XVII o de un legajo medieval, ¿cual serán las razones que permitan aceptar la pérdida de un artesonado del XVI o de un convento del XVII, sin mayores problemas?
Aquí late, o bien, un problema de ópticas y de perspectivas de la Historia y sus sentidos, o bien, una connivencia cruda con las apuestas productivas del suelo y sus rendimientos económicos, que no precisan más aval que la bendición administrativa.
Ese conglomerado de fuerzas político-administrativas, de intereses económicos y de bendiciones y parabienes del Sanedrín Cultural de la ciudad, componen el magma preciso sobre el que ha cabalgado la nueva ciudad y las imágenes que de ella se han ido generando.
¿Cómo entender los elogios recibidos en los medios de comunicación, por edificaciones banales y zafias, que sólo aportan el brillo de su carácter de construcción reciente, frente al silencio cómplice ante tanta destrucción de piezas significativas? ¿Cómo aceptar, sin sonrojo, esas declamaciones enfáticas de ‘Metrópoli del espíritu’[1] y de todas las producciones ideológicas del sentimentalismo urbano? Dicha posición conceptual, del sentimentalismo urbano, está cruzada por una sombra visible y tremendamente nítida de su responsabilidad social y cultural, a la luz del presente.
Los que alaban las transformaciones de la ciudad provinciana en la ciudad urbana actualizada, trataron de introducir un factor de corrección, ante el pavor que lo urbano implica para todo el pensamiento conservador; no en balde “el aire de la ciudad hacía libres a las gentes” y de aquí, el entroncado aserto guevariano del “menosprecio de la corte y alabanza de la aldea”. Lo urbano contemporáneo introduce elementos de abstracción, de masificación, de democratismo y de impersonalidad, que los ‘apologetas del sentimentalismo urbano’ captan, y por ello tratan de limar la rudeza de sus formas, con ciertos tópicos frecuentes que apuntan y apuntalan en la permanencia de, los así llamados, aspectos tradicionales[2].
La ciudad moderna es democrática, populosa, innovadora, industrial y laica; valores todos ellos de difícil encaje en el entramado ideológico del Movimiento Nacional y del Nacionalcatolicismo triunfante en esos primeros años setenta. Por ello es más convincente como argumento, la aldea jerarquizada, rústica, despoblada, conservadora, folklórica, agrícola y religiosa. De aquí el énfasis del ‘Ruralismo militante’ del primer franquismo, heredado del más hondo Falangismo ideológico que fue fuertemente ruralizante y antiurbano; y el consecuente menosprecio hacia la ciudad, semillero de conflictos y antesala de la execrable ‘Lucha de clases’ que tanto incomoda y daña. Ocurre que dicho argumento –que como emblema es perfecto– no es compatible con las determinaciones económicas puestas en marcha, hacia 1959, con la salida de la Autarquía, el Plan de Estabilización y las nacientes obsesiones por la Industrialización a todo costa.
La búsqueda de los equilibrios entre lo antiguo y lo moderno, con esas hipótesis de fragmentos conservados como si fueran las viejas joyas familiares dispuestas en el joyero forrado, es el exorcismo realizado ante la voracidad visual y abstracta de la ciudad moderna; es la ofrenda mortuoria ante la modernidad temida y es el gesto sacrificial del pasado. Y es esa la única tutela y defensa del Patrimonio edificado: su valor canjeable, como un talismán capaz de frenar las iras abstractas y democratizadoras de la ciudad moderna. Es ese el citado equilibrio entre lo antiguo y lo moderno[3]: “una ciudad ponderada, que sin perder su rango –mediante la necesaria evolución, no-revolución– llegue a coronar esa armonía que merece la capital de la Mancha”[4].
[1] J. Mª. Martínez Val. Ciudad Real. Metrópoli del espíritu, Boletín de Ferias, 1958.
[2] D. Ramírez Morales, La Arquitectura de ayer y de hoy en la Mancha, Hoja del lunes, 4 enero1971.
[3] D. Ramírez Morales. Ciudad Real, equilibrio entre lo antiguo y lo moderno, Lanza, 25 mayo 1967.
[4] D. Ramírez Morales, Ciudad Real. Rango y evolución de la capital de la Mancha. Hoja del Lunes, 8 mayo 1967.
Periferia sentimental
José Rivero