José Rivero Serrano.- Hubo un tiempo no tan lejano, algo así como 1972, en que las revistas solventes y competentes, como ‘Triunfo‘ o como ‘Cuadernos para el diálogo’solían bajar de su pedestal de papel, para hacer una suerte de diagnóstico meritorio sobre ‘El estado de la cultura en España‘, o simplemente eso, sobre ‘La cultura en España’. Pretendiendo ofrecer al lector atento, un estado de la cuestión cultural o una radiografía de ese asunto espinoso. Que era tanto como hacer un parte del estado de la cuestión de la cultura, en los ribazos del último franquismo. Donde curiosamente, y pese a su carácter totalitario en lo político, beato en lo religioso y ñoño en lo cultural -censura incluida-, no pudo evitar ni ocultar unas aportaciones que, vistas desde hoy, parecieran excepcionales y raras. Y a los nombres me remito.
Puede que desde esa superioridad que confiere el pasado, pasado y vencido, pudiera hablarse con propiedad de ambos términos de la denominación citada. Esto es, de Cultura y de España. Hoy intentos similares estarían condenados de antemano al doble fracaso. En primer lugar, porque no existen equivalentes de pensamiento crítico colectivo, como el que se dieron en aquellas revistas del recuerdo. Y en segundo lugar, porque los dos términos del enunciado a revisar están en crisis de identidad o en crisis de legitimidad.
Por lo visto, hoy ese concepto histórico-político de carácter unitario, llamado España, esta desplazado por las preferencias provinciales y provincianas del Regionalismo Nacionalista, que prefiere hablar de lo propio, antes que tener que hacerlo del vecino. Incluso esas características de lo vernacular y de lo autóctono, como piedra angular de una identidad exclusiva, se ha incrementado con la estructura del Estado de las Autonomías.
Estado de las Autonomías que ha consentido y propiciado, un buen ramillete de aportaciones florales propias. Aportaciones claramente subvencionadas y subvencionables, ‘a mayor gloria patria’; en un empeño por hacer visible la identidad de los pueblos agrupados en los límites del territorio comunitario. Por lo que buena parte de la singladura cultural, producida desde la Constitución de 1978, cuenta con esas instrumentalidades, muy golosas para los dirigentes políticos de turno. La proliferación de Museos de Arte Contemporáneos, sostenibles o no, da igual, como síntoma de la multiplicación de sus presencia; la extensión incontable de Premios Regionales de cualquier naturaleza y formato; la exponencialidad de Distinciones de Honor a los Hijos Legítimos e Ilustres, son otras cuantas muestras y pistas del concepto y de la materialidad de esa Cultura Subvencionada y/o Instrumentalizada. Habiendo confundido la creación abierta que precisa sea apoyada y valorada, con el dirigismo cultural; habiendo confundido la Gestión de Recursos en nuevas instalaciones, con la solvencia del valor inmaterial de la cultura.
La segunda de las dificultades que limitarían el empeño reflexivo, tendrían que ver con la mutación advertida en las concepciones culturales actuales, tras las invasiones de esos Nuevos Bárbaros de la Era Digital; de forma que los saltos epistemológicos de la cultura, pasarían de la Galaxia Gutenberg a la televisión hertziana (Mcluahn dixit), y de ésta ‘Universidad globalizada’ a la redes abiertas más globalizadas y a lo digital hermético y propedéutico. Nuevos Barbaros, que han introducido, como en una Nueva Caída de Roma, no sólo la instantaneidad y la multiplicidad acelerada en nuestras vidas, sino la extinción de formas culturales anteriores, pasadas a la cacharrería de la historia. Y que están produciendo transformaciones significativas en las relaciones de intercambio de saberes y de conocimientos. No sé, si también en la conquista de nuevos saberes adaptados a esos nuevos formatos; en una mostración de cómo la función crea el órgano.
Incluso, se están alterando viejos equilibrios en las fórmulas tradicionales de Emisión/Recepción, por mediación de la Multiplicidad, de la Levedad y de la Instantaneidad. Algunas de ellas posiblemente conectadas con ‘Las seis cuestiones para el próximo milenio‘, planteadas por Italo Calvino. De tal forma que vemos alterarse no sólo los soportes tradicionales sino los canales convencionales de difusión. Y por qué no, veremos a los mismos autores/actores/protagonistas reciclados y siliconados de bits.
De todo ello, ya se dio cuenta temprana en el trabajo colectivo ‘Una cultura portátil. Cultura y sociedad en la España de hoy‘, que coordinara Rafael Conte en 1989, y que fija ya la brevedad de lo portátil como calificativo de las nuevas formas culturales. Como hiciera años antes en 1985, y referido a la literatura, Enrique Vila-Matas, con su‘Historia abreviada de la literatura portátil’; para fijar ambos, tanto Conte como Vila-Matas, el nuevo carácter de las formas culturales que predican ya tanto la Brevedad como la Portabilidad, por oposición a la Duración y a la Inmovilidad de la Cultura precedente. Y esa ‘cultura portátil‘ es un modelo de reflexiones colectivas antes de la llegada del universo digital o del advenimiento del mono informático. Reflexiones que abre el citado Conte en su texto ‘El mono y el barro’, que se inicia con una afirmación de rigor y peso: “Cuando oigo la palabra cultura saco la tarjeta de crédito“. Para cerrar la presentación del texto con un apocalíptico interrogante: “¿Cómo encontrar un orden cultural libre, riguroso, de calidad, espontáneo, que coloque cada cosa en su sitio y en el que juego y conocimiento, deseo y razón se fundan en armonía? Somos monos danzando en el barro, pero luego llega la obra y nos conduce al paraíso“. Hoy, en la reescritura posible de ese barro, Conte diría que “Cuando oigo la palabra cultura te mando un whatsApp”.
Hoy se puede rivalizar con los canales de transmisión cultural pre-digitales de forma competitiva; pero además esa movilidad electrónica propicia nuevas formas de enfrentarse a la creación, desde la mirada de la ‘reproductibilidad técnica‘ que ya advirtiera Walter Benjamin, aunque no llegara a apreciar el fulgor del flúor electrónico. Es decir, no sólo es la presencia pasmosa del libro digital, sino que hay que anotar plataformas de recepción audiovisual, desde Instagram a Pinterest, desde Spotify a Facebook. que uno verifica en casa de forma privada, como si estuviera en nuevas sedes de museos virtuales y de aulas globales. Invirtiendo el anterior carácter colectivo de las viejas prácticas presenciales, por un ejercicio cercano a la confesión privada y no sé si a la ‘Automoribundia‘.
Frente la creencia sostenida por Debord y los Situacionistas, de la cultura como mera espectacularización y mera proyección subliminal del capitalismo final, habría que añadir a ese deriva situacionista, la nueva autopista de peaje de los medios electrónicos, de las realidades virtuales y del universo en 3-D. ¿Espectáculo o electrónica? Y mientras tanto seguimos contando con Ministerios, Consejerías y Concejalías que se mueve al paso de dinosaurios en extinción, con programaciones anticuadas y fuera del foco de lo contemporáneo. Buena parte de los programas ‘culturales‘ oficiales adolecen de esa premonición de lo futuro y de ese entumecimiento del pasado. Como si siguiéramos en el barro.