José Antonio Casado.- La crisis económica llevó al cierre de numerosas cabeceras periodísticas en la región; lo relató no hace mucho Isidro Sánchez en un interesante artículo. Algunos de los periodistas -buenos profesionales- que se quedaron sin trabajo pusieron en marcha periódicos digitales que compiten en el mercado libre y que están teniendo suerte dispar.
Por encima de ideologías y tendencias, el factor que les une es que necesitan una infraestructura mucho menos cara que los periódicos de papel, que malviven por causa de los recortes en publicidad.
La semana pasada un periódico nacional, El País, se pasó a lo digital con armas y bagajes porque, al decir de su director, “el trasvase de lectores del papel al digital es constante” y el hábito de comprar el periódico en el quiosco “ha quedado reducido a una minoría”.
Si eso dice el director, el adjunto a la dirección ha aclarado que esta reestructuración no supone renunciar al papel sino que todos trabajen para el digital y luego se cierre la edición en papel con un grupo amplio de editores. Insiste Javier Ayuso en que es lo que ha hecho “The new Yor Times” y en que es la senda que van a seguir todos.
El argumento no es ni necesariamente válido ni incondicionalmente cierto, y menos cuando el fundador de Amazon compró no hace mucho el “The Washington Post” y en Francia magnates de la comunicación salvaron a “Le Monde” y “Liberation”.
Julia Cagé, una economista experta en medios de comunicación, decía con ocasión de la publicación de un libro suyo –“Salvar los medios de comunicación”- que “el dinero ha vuelto a la prensa tradicional. De entrada porque muchas cabeceras están en venta… [pero sobre todo porque] poseer un diario se sigue percibiendo como una forma de tener influencia política”.
Que entre dinero fresco en la prensa es interesante para la economista francesa, siempre que esas adquisiciones no tengan un coste en la independencia de los medios. Y va más allá: los medios producen información de interés general que debería ser considerada un bien público y tendríamos que protegerla como se protege la educación.
A los forofos de la prensa de papel –los que aprecian la belleza de un página en su conjunto; quienes saben que no es lo mismo poner una noticia en la página de la izquierda que en la derecha; los que se enfadan cuando captan que una noticia titulada a una columna debería ir a tres o a cuatro; quienes perciben el producto como una rejilla bien estructurada en secciones que permite narrar con soltura la historia de un día; los amantes de la fragmentación del discurso lineal del libro ( ver McLuhan) y la horizontalidad del papel frente a la verticalidad de la pantalla… e così via, que es más dulce y sonoro que el bronco etcétera- seguro que no les ha pasado desapercibida la afirmación de Cagé de que un periódico se sigue percibiendo como una forma de tener influencia en la sociedad, máxime influencia política.
Volvamos a nuestro entorno. Lanza, el medio de comunicación mas antiguo de la provincia, hace tiempo que se ha pasado con armas y bagajes al digital. Lo ha hecho forzado por la falta de publicidad y, también, porque una política empresarial torpe les ha obligado a ello. Por no reparar a tiempo una rotativa que, con personal adecuado para sustituir al antiguo jefe de máquinas, podía haber durado bastantes años más, cuando tuvo que hacerlo no disponía de dinero en efectivo y, por tanto, hubo de contratar la impresión a una empresa externa. “Externalizar” es una palabra que suena bien en un mundo marcadamente neoliberal que muchos dirigentes han internalizado hasta los tuétanos; y también se ha convertido en un bálsamo de Fierabrás para curar bastantes despropósitos.
A caballo entre el papel y el digital, Lanza vive sobre todo porque es un medio de influencia política. José Antonio Casado en su libro “Lanza, 50 años de empresa informativa” (http://publicaciones.dipucr.es/tripaslanza50yearsbis.pdf), dedica un largo capítulo titulado “Privatizaciones fallidas: Entre los ciento veinte millones de partida a los no más de quince de llegada” a los procesos de privatización que no llegaron a buen puerto. Uno de ellos sí llegó; el consejo de administración adjudicó el periódico a una empresa privada, pero cuatro días después la adjudicación fue declara inválida por un defecto de forma. No existía.
Lo que había habido (lo supo a raíz de la publicación del libro) fue una reunión de los máximos responsables del PSOE en la región y en la provincia con un mandamás del PP de Tomelloso en la estación del AVE para vetar la privatización amenazando con una batería de recursos que haría saltar por los aires cualquier plazo habido o por haber. Hoy por ti mañana por mí, parece que se vinieron a decir. Lo importante era mantener en sus manos ese medio de influencia política. Hubo después otros intentos de privatización cuando el PP llegó a la Diputación. O ignoraban el pacto o tenían necesidad de hacer postureo (si Fernando Lázaro Carreter levantara la cabeza podríamos disfrutar de dardos a placer).
En definitiva, que por estos lares el problema no es digital o papel. Los partidos políticos quieren un periódico para tener influencia. Pero sin invertir en su mejora como hacen los magnates franceses.
P.D. Este hecho y otros relacionados con los medios de comunicación, desde el fallido intento de regionalización de Lanza, la llegada y el asentamiento de La Tribuna y la aparición de un semanario efímero que algunos emplearon para ajustar cuentas, no se comprenderán del todo si no se tienen en cuenta los equilibrios internos del PSOE en la década de los noventa.
¿Horizontalidad del papel versus verticalidad de la pantalla? Da para mucho, casi tanto como los macluhanianos medios fríos y medios calientes. Aunque haya lecturas de papel verticales, a la japonesa. ¿Pacto del AVE o del ferrobus? Mejor que hubieran cogido el tren sin billete de vuelta.