Antonio Machado, afirmaba aquello tan sabido de que «La poesía era palabra en el tiempo«; que no es lo mismo que el tiempo que anida y late, en las palabras.
El tiempo emperador y el tiempo destructor, como quería Margarite Yourcenar.
¡Ah el tiempo imparable!
De aquí que en los años setenta, la editorial Lumen como un homenaje cruzado al tiempo y a las palabras, denominara a una de sus colecciones como ‘Palabra en el tiempo’.
No ‘Palabra en el tiempo’, sino mejor ahora ‘Palabra en el viento y por el viento’.
Pese a que exista la afirmación dudosa de «las palabras que se lleva el viento«, para dar a entender justamente, lo que se dice y se enuncia para ser olvidado o para ser incumplido.
Pasto del tiempo en que se predica y se propone. Pasto que se extingue y se desvanece.
‘Palabra en el viento’, en época electoral de propuestas sabias de futuro necio, para contraponer a la máxima machadiana: ‘Palabra en el tiempo’.
‘Palabra en el tiempo’, que quedará como un rastro indeleble.
Un reguero y una huella marcada del paso por la vida del que formula la palabra, la compone, la escribe, la recita e incluso la lamenta.
Por eso lo afirmado y repetido por Blas de Otero, al componer:
«Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra«.
«Me queda la palabra«, aunque haya veces que se la lleve el viento huracanado de la historia.
Y por ello, se confunda el aire, el viento, el vacio y la palabra.
Decía Eduardo Galeano, que «las únicas palabras que merecen existir son las que mejoran el silencio«.
En caso de que lo dicho no mejore el silencio precedente, mejor callar y mejor flotar en el silencio cómplice.
Algo parecido a lo afirmado por Wittgenstein: «de lo que no se puede hablar, mejor callarse«.
Y no son ambos consejos frecuentes y seguidos por tantos tertulianos, voceros, charlistas, portavoces, altoparlantes, prologuistas y recitadores.
Un silencio que en 1947, René Clair llevó al cine bajo la forma de ‘El silencio es oro’, y que una canción de los años sesenta del grupo inglés ‘The Tremeloes’ remachó el aserto con la melodía ‘Silence is golden’.
Por ello, si el silencio es oro, se afirma consecuentemente, que las palabras son plata.
Para subrayar el valor incalculable de quedarse callado y mudo como este metal que refulge.
Aunque la verdad verdadera, por lo que vemos, es que ‘El silencio es oro’, ‘La palabra es plata’ y ‘El viento es platino’.
Si «las únicas palabras que merecen existir son las que mejoran el silencio«, podríamos decir, que «la única energía que merece existir, es la que mejora el viento«.
Aunque luego, se lea y se descubra que el viento todo lo puede y todo lo olvida.
José Rivero
Divagario
Antonio Machado es un poeta verbal, porque el el verbo reside no solo el tiempo en que se ubica la acción, sino el tiempo interior de esta o aspecto. «El adjetivo y el nombre, / remansos del agua limpia, / son accidentes del verbo / en la gramática lírica, / del Hoy que será Mañana, / y el Ayer que es Todavía». Aún lo condensaba más en un octosílabo: «Hoy es siempre todavía».
Pero entonces vino el pesimismo cósmico de Aleixandre y trajo los tres adverbios frustrantes de tiempo: «O tarde, o pronto, o nunca» en sus «Poemas de la consumación». Y remacha Octavio Paz en un endecasílabo: «El tiempo que nos hizo, nos deshace».
En cuanto a las palabras que se lleva el viento, también se las lleva el agua. Lo dice Catulo: «Dicit: sed mulier cupido quod dicit amanti, / in vento et rápida scribere oportet aqua». («Eso dice: pero lo que la mujer enamorada dice a un amante / conviene escribirlo en el viento y en el agua rápida». Catulo en realidad citaba a un poeta lírico griego arcaico del que no me acuerdo. Catulo dice que escribir poesía es «hablar a la ceniza», porque la tinta en esa época se hacía de hollín. Quevedo y sus brasas «entendidas» deben «encenderse» así.
Anotaciones perfectas.
Precioso A.R.
Me apunto la cita de Catulo para escribirla en la papeleta que tiraré a la urna en Junio…