No es lo mismo, aunque haya oído esa confusión absurda, lo de ‘estar atónitos’, con lo de ‘estar atónicos’.
Aunque en estos días ¿memorables o memoriosos? se pueda estar tanto atónito como atónico.
Lo primero menciona a aquel que tras un suceso o contemplación queda ‘pasmado o espantado’.
Cuanto pasmo, cuanto espanto.
Lo atónito suele acompañar a lo disperso, como cantaba Hilario Camacho en su canción ‘El agua en tus cabellos’.
Sin saber bien por qué el pasmo se junta con la dispersión.
Como en ‘El Rey pasmado‘, que ya era pura dispersión de la realeza. Como ahora.
Cosa diversa es lo de ‘estar atónico’, que es tanto como ‘estar átono’.
Pero ‘estar átono’ no es ‘estar a tono’; esto es ‘estar entonado’.
Cosa ciertamente difícil, la de ‘estar átono’, ya que eso sólo sucede con vocales o con sílabas inacentuadas.
De esta última modalidad puede predecirse el cambio y pérdida de lo que ‘entona y vigoriza’.
Por lo que ‘estar atónicos’, es tanto como haber perdido el vigor.
Cabe la posibilidad de referirse a ‘estar atónicos’, como perder la acentuación tónica. Sin que esa pérdida nos deja atónitos.
Sustituía en su falsa sabiduría, lo de ‘estar atónito’ por ‘estar antoñito’. Y resultaba incomprensible. Incluso para ‘los Camborios’ de Lorca.
Igual ocurre con la voz delirante que alguna vez he oído transformada, con pompa sonora, en ‘deligrante‘.
Mitad delirante, mitad flagrante.
Que ya se sabe que es lo que ‘flagra‘; que no es sino lo que arde y resplandece.
Como si hubiera ‘delirios resplandecientes’ y altamente luminosos, frente a otros delirios apagados e incluso invisibles.
La otra acepción de flagrante, tiene que ver con lo evidente, que no precisa prueba alguna.
Esa falta de pruebas innecesarias es la flagrancia. Sin que esta constituya una suerte de delirio.
Que ya se sabe que delirar es desvariar y cometer despropósitos y disparates.
Como ahora, como ayer, como mañana. Como casi siempre.
José Rivero
Divagario
