¿Qué fue del No-Me-Conoces?

Manuel Valero.- El Carnaval ya no es lo que era. Ni se asoma siquiera a lo que fue durante la Segunda República ni a los primeros vientos del socialismo ochentón, cuando todo estalló de repente y la permisividad social adquirió la dimensión de un despertar glorioso. No había reglas, ni organización. Ni concursos, ni dinero público para fomentarlo.

ManoloValero3La gente se vestía de máscara, ocultaba el falso yo y dejaba a su libertino criterio el verdadero. Lenguaraz, faltón, transgresor. Y así fueras por la calle que fueras te encontrabas con máscaras de toda laya, en comandita o en solitario, que te encaraban con descaro y te leían enterita la cartilla de tu vida.

Tenía morbo asumir que nunca jamás never reconocerías a aquel ser, a aquella cosa, que sabía de ti más que tú mismo. Ya echaran manos del disfraz más inclasificable o del vestido encargado o hecho para la ocasión, de la careta de molde cinematográfico o de un pedazo de saco con ojos, toda la ciudad era como el vestíbulo mismo del libertinaje sin que a nadie se le cayera la sonrisa de la cara: fuera represiones, arriba culos. Si pasabas a un bareto no había lugar para la gravedad de una caña a cara descubierta y el ambiente se tornaba en el ensueño de una anarquía súbita que liberaba pasiones, presiones y depresiones. Todo era permitido hasta lo permisible y la electricidad de una complicidad cósmica- y cómica- iluminaba las sombras de una etapa sombría. Así, se identificó la llegada del socialismo felipista con una Carnaval regresado con visado para la transgresión y salvoconducto para la diversión, el trasnoche, la jarana , el desdoblamiento y el absentismo laboral. Bonita, simpática bipolaridad.
carna
Por todas partes cundían las máscaras y en todas partes se despachaban con el prójimo. Pedos lúcidos y deslucidos, tolerancia máxima, delirios, canciones, y el ensordecedor guirigay entre las canciones de moda y el no-me-conoces– de toda la vida. Hasta el alba llegaban los personajes creados por el propio viandante anónimo, aquel que quizá el resto del año pasara por un displicente funcionario o un antipático compañero de trabajo. Tocaba catarsis popular, sin oficialidad, control, ni subvenciones. Y el Carnaval elevó el paroxismo hasta donde fue posible.

Pero poco a poco la cosa cambió y fue debilitándose lentamente conforme se asentaba la aburrida democracia y el Carnaval de estos pagos remedó el andalú profundo de las comparsas del sur y el dislocado desmadre indumentario del caluroso Rio De Janeiro. Luego, los gobiernos locales entendieron que financiar el Carnaval era prueba irrefutable de marchosa socialdemocracia y los departamentos de Cultura tomaron la iniciativa y el control. Llegaron los concursos y la competición. Y el Carnaval se hizo oficial, oficioso y aburrido, excepto para quienes lo llevan en la sangre, y la gente comenzó a pasar de él, hasta el punto de reconcéntralo en teatros y recorrido callejero, fuera del cual, la ciudad respiraba la rutina de todos los días. En cierta ocasión a principios de los 90 fui miembros de un Jurado. Una murga que no ganó nos increpó soezmente y una persona estampó contra el suelo la pancarta que los identificaba. Fue la primera vez que noté los primeros síntomas de la decadencia carnavalera.

En Ciudad Real, las murgas participantes en un concurso se sintieron muy dolidas porque no había premios en metálico. En su descargo, hay que señalar el buen humor de participar fuera de concurso, pero es la prueba irrefubale de que el Carnaval ya no es lo que era y que se ha convertido con el tiempo en unos días de simple disfraz desfilante y cantarín con letras de sátira confortable, organizados por el ayuntamiento, y concursos de competición lejos de la masiva afluencia anárquica, sin reglas ni paripés de los primeros tiempos del socialismo carnestolendo reinante. Hace unos días vi a una persona disfrazada, pero a cara descubierta, tomar café en el bar del barrio. Era la única de esa guisa, educada, civilizada, preparada para la oficialidad. Tan fuera de contexto parecía que nadie la tomó en cuenta. Y se marchó ante la indiferencia de la gente. Apenas me costó evocar los años en los que ir de normal era en verdad discordante. Pasado el sarpullido de la prohibición hasta la transgresión se hace monótona. Bueno, siempre nos quedará Venecia. Pero esto es otra historia.

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8 COMENTARIOS

  1. Todo lo que sube, acaba bajando con velocidad variable. Una veces lenta, otras pronunciada. Como todo en la vida, como la vida misma.

  2. Coño, caro me lo fías…ya nos gustaría a muchos pasar la semana de carnavales en Venecia…pero, o eres Senador o diputado o, como mucho, te coges la «Guagua» a Miguelturra…

    Por cierto, me ha encantado lo de que «hasta la transgresión cansa». Una verdad como un templo. Pero, no te olvides, cansa a los que viven la suya de jóvenes, porque los jóvenes de ahora también son transgresores y también se hartarán…el ciclo de la vida…

    Ah, joder, respecto al «a que no me conoces»…yo diría que sigue de moda. Al menos en el carnaval político…pero al revés. Les votas, ganan, se quitan la careta y te dicen: ¿A que no me conoces? Si no, al tanto, cuando juren cargo en Zarzuela…

  3. Este asunto merece, más que un artículo, un estudio sociológico. Es increíble cómo se ha sustituido el carnaval espontáneo, de máscara y callejeo por el desarrollado al más puro estilo gaditano y brasileño a base de traje de diseño, cara destapada y desfile o espectáculo competitivo, organizado y a ser posible subvencionado. ¡Qué forma de destruir tradición y costumbre! Incluso Miguelturra se ha subido a esta especie de Halloween de febrero teniendo un personaje propio que es el Alhigú. Y es que hemos pasado, lamentablemente, del ‘no me conoces’ al ‘mira qué traje llevo’.

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