Las torres gemelas

Manuel Valero.- Sí, no queda otra que mirar la caída de la torre sevillana desde la espontánea emergencia de las imágenes que acuden solitas del tiempo en que se construyó. Más que nada porque estaba en la frontera de los pinos y el arroyo Cañaíllas que era adonde íbamos cuando los pinos apenas nos sobrepasaban la cabeza.
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Pero los pinos eran un buen lugar, el pulmón de Puertollano, nuestra modesta Amazonia que se tragaba el aire impuro de la contaminación sin reglas, y un bosque incipiente donde perderse a cantar canciones que arreglaban el mundo o pasear con tu chica a hacer lo mínimo. Íbamos andando. Nada de autobuses. La SUA, Servicio Urbano de Autobuses, hacía pocos años que ya enlazaba la distintas barriadas de la ciudad creciente, pero vete a tu a ponerle líneas de transporte público a los zapatos imberbes. Autobuses urbanos con cobrador y todo, sentado al fondo con gesto grave, y los almacenes Simago confirieron a Puertollano un aire cosmopolita, que hacía que sacáramos pecho ante la capitaleja, funcionarial y pija.
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Cuando pasábamos al lado, por la carretera, veíamos cómo la torre avanzaba en altura y nos quedábamos boquiabiertos cuando, más o menos en el centro, comenzaba a ensancharse en forma de diábolo. Desde nuestro absoluto desconocimiento de la arquitectura cruzábamos opiniones de lo más peregrinas . Cuando años después contemplamos la lluvia que caía de su interior nos pareció un espectáculo inenarrable. No teníamos móviles y la cámara de fotografía era un lujo al alcance de unos pocos. Pero nos quedó la memoria.

El otro día asistí a la voladura y pensé en la torre gemela de Elcogas, al este del Valle. Y fue entonces cuando irremediablemente le dí un significado simbólico al acontecimiento que reunió en torno a la zona cero a un buen número de paisanos con todo el cargamento necesario para perpetuar la secuencia de unos segundos: móviles, cámaras, prismáticos, sillas… Era como si la ciudad industrial que fue, y de algún modo sigue siendo, comenzara un descascaramiento paulatino. ¿Si Elcogas acaba echando el cerrojo definitivo correrá la misma suerte que la refrigeradora chimenea hermana?
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Todo depende de la política energética que se aplique en un futuro, la apuesta por las renovables y acciones decididas a evitar la decadencia. El Valle, el hermoso e inspirador Valle minero de Puertollano es hoy un silente testimonio de ruinas que atestiguan un pasado laborioso que nos moldearon tal y como somos hoy. Había minas, trabajo, actividad, conflictividad… como era inevitable, pero la ciudad no hacía otra cosa que crecer: la Sevillana, la Refinería, la Petroquimica, Butano, Montoro, Elcogás… Luego en la Nava, la revolución energética verde de triste final.

Hoy la vía peatonal se interna en la Dehesa Boyal y pasa apor las mismas puertas de la central térmica, se bifurca en varias direcciones y caminos que enlazan los pueblos cercanos del Villar, Mestanza, Hinojosas… y desde el sendero todavía queda en pie algún castillete de los tiempos del carbón. Unicamente la Sevillana seguía activa hasta hace unos años inmersa en la maraña del mercado energético. Sobre el terreno no quedan más que los escombros de la gran chimenea, otrora visible desde cualquier bloque de pisos al sur de la ciudad y desde otras atalayas naturales del Puertollano eterno.

Los pinos han crecido hasta la madurez de un bosque envidiable que ofrece su mayor esplendor en la primavera si el año ha sido generoso de lluvias. Hace poco el arroyo Cañaíllas corría montaraz y el mismo Ojailén enseñaba sus cartas de presentación como río identitario. Pero ya no dibuja su silueta de diábolo la torre de la Sevillana. Y me pregunto si mi repentina tristeza lo por es una industrialización decadente o por el regreso de una ruralidad sobrevenida. No lo sé. Hubo un intento de recogida de firmas sin éxito. Lo cierto es que cuando sales a la calle compruebas que la gente ya lleva años interiorizando el incómodo poso y peso de una indeseada cuenta atrás. Y todos miran hacia la otra torre gemela superviviente… de momento.

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3 COMENTARIOS

  1. La melancolía de cuando fuisteis grandes. No solo los buses urbanos resplandecientes, Simago-Prisunic y el Calvo Sotelo del mítico Grupo XIV. Recuerdo haber ido tanto al Cerrú a ver un encuentro afilado Calvo Sotelo versus Manchego, como haber viajado a conocer las vitrinas luminosas de Simago. Tus notas memorísticas y memorialisticas son como decía Stendahl de los diarios «una especie de suicidio». Aunque aquí hay ya muchos suicidas, que levitan pero no gravitan.

  2. Lamento ser tan prosaico, pero conozco bien la torre dinamitada. Tenía un costurón tremendo que se veía desde la carretera perfectamente y estaba en continua vigilancia por especialistas.

    Te aseguro que ha sido un alivio quitar eso de enmedio. Era un peligro mantenerla y absolutamente imposible asegurar su estabilidad en los años venideros.

    La que no hay que dejar que se caiga es la de Elcogás. Pero ese es otro cantar…más prosaico aún.

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