Javier Fisac Seco.- El pasado 6 de noviembre el conglomerado de siglas populares y de izquierdas, ese hormiguero, que representa, globalmente, la voluntad popular, decidió no ponerse de acuerdo en torno a un programa y una lista común y renunció a ganar la primera batalla.
Antes aún de que se hubieran celebrado las elecciones. La voluntad popular parte derrotada frente a la derecha. ¿Quiénes son responsables de esta derrota? ¿Quiénes van a rendir cuentas de este grave fracaso ante los ciudadanos?
La Historia nos ha demostrado y la experiencia debería haberlo aprendido que sólo la unidad de la voluntad popular en torno a un programa común tiene alguna posibilidad de ganar electoralmente a la derecha. La experiencia republicana es suficientemente evidente. Sin esa alianza de las izquierdas nunca se hubiera podido derrotar a la derecha. Al principio y al final de la República.
Todas las formaciones de izquierdas y populares, desde el fin del franquismo y durante toda la transición, padecemos de fragmentación, por anteponer el protagonismo político, partidista y personal a los objetivos estratégicos comunes en los que todos pueden coincidir. Parece como si una mano negra, emergente de las cavernas del franquismo, trabajara en las sombras para dividir el movimiento popular que es uno y al mismo tiempo contiene a todos en la pluralidad. Dividirlo en un mosaico de letras para destruir la capacidad de derrotar a la derecha. Parece que estuviéramos dispuestos a brindar el triunfo a la derecha antes que a renunciar a este tipo de protagonismos.
Gracias al actual caldo de letras en el que se cuecen las fuerzas populares y de izquierdas, impidiendo la elaboración de una lista común en torno, no a personalidades ni siglas, sino a un programa común, y gracias a la ley electoral, el triunfo del movimiento popular es imposible que gane por mayoría absoluta. Es una fantasía.
Es más, si todos los votos que reciba cada fragmento político los recibiera una sola coalición, que integrara a esos fragmentos, con los mismos votos se obtendrían un mayor número de actas parlamentarias. Si el millón de votantes fieles que votan a I.U votaran la misma lista que el millón y medio que han votado a Podemos, por poner este ejemplo orientativo, con dos millones y medio votando la misma candidatura se obtendrían más actas que por separado.
O dicho al revés, con millones de votos fragmentados entre multitud de candidaturas, sumando los mismos votos que una coalición, se obtienen muchos menos diputados. De manera que miles de ciudadanos dejan de estar representados en el parlamento porque a quienes han votado nunca estarán en el parlamento. Es desolador ver cómo la fragmentación favorece a la derecha.
Pero, ¿era imposible coincidir en un objetivo estratégico común? Tan imprescindibles se sienten sus señorías o sus partidos, cuando solos no valen para nada, nada más que para presumir de escaño, como los obispos presumen de báculo, y juntos sí podrían valer para mucho? La pregunta es ¿cuál es ese objetivo estratégico que interesa desde el centro derecha al proletariado, desde las clases medias modernas a las clases trabajadoras, pensionistas, parados, jóvenes, sobre todo la esperanza de los jóvenes, funcionarios de la enseñanza, de la sanidad…
La estructura política que es necesario derribar para poder, a continuación, defender los derechos y libertades ciudadanas, los derechos sociales, las conquistas alcanzadas hasta hoy y el Estado/Sociedad de bienestar no es otra que la forma de dominación política creada por el imperialismo durante la “guerra fría”, no sólo en el Estado español sino antes que en éste en toda la Europa liberada: se llama bipartidismo.
Y este es el escenario político real en el que nos encontramos: el derrumbe del bipartidismo. Que sea por los siglos de los siglos o sólo circunstancialmente pude depender de la capacidad de la izquierda para responder correctamente ante esta nueva correlación de fuerzas izquierdas-derechas. Porque el juego de fuerzas del que saldrá una nueva o “vieja” situación sociopolítica dependerá de la fuerza suficiente que saque la izquierda en estas elecciones para que se pueda contar con ella, necesariamente, para que gobierne la izquierda o la derecha. Las combinaciones posibles son varias.
Y la primera batalla la ha perdido la izquierda al presentarse fragmentada. De momento por este afán de protagonismo ya se ha perdido la posibilidad electoral de tener con los mismos votos más diputados. ¿Cómo corregir esta derrota? Formando un pacto parlamentario para que los votos de toda la izquierda bloqueen la capacidad de gobierno de la derecha o para que cualquiera que gobierne que no sea el P.P. lo haga atado de pies y manos por los diputados de la izquierda. Y aprender la lección. Borrando de las listas electorales a los protagonistas de la nada y sustituyéndolos por programas comunes. Los protagonistas que se partan la cara en la calle, en las movilizaciones, en los debates, en los parlamentos. Esa es su función. Y que luego pasen a segundo plano. Que los ciudadanos no son imbéciles.
«…… para que los votos de toda la izquierda bloqueen la capacidad de gobierno de la derecha o para que cualquiera que gobierne que no sea el P.P. lo haga atado de pies y manos por los diputados de la izquierda».
Cuanta democracia hay en estas sabias palabras.
Hasta hace unos años, las izquierdas empezaban en el PSOE y acababan al final de la izquierda. Ya vais sacando al PSOE de esta lista, pues se alinea con la legalidad constituida. Podemos ya no habla de izquierdas ni de derechas, sino que habla de los de arriba y de los de abajo que quieren subir.
Que es la izquierda hoy en día ?? Y que es la derecha ??. Lo que comenzó siendo un término para definir a los representantes de la Asamblea Francesa (un término meramente convencional) ha terminado por carecer de sentido propio.
Deberías emplear otros términos en tu exposición, camarada Fisac, como rompedores vs. mantenedores, anti-sistema vs. legalistas, por poner algunos ejemplos.
Si no sois capaces en poneros de acuerdo en unos nombres, en unas listas, no sé como vais a ser capaces de poneros de acuerdo en un planteamiento de Gobierno para España. España, ese país donde vivimos y que os importa un carajo.