En 1958, Fernando Seco Hernández decide otorgar el título de ‘Cantor [del Valle] de Alcudia’ al periodista y escritor del régimen Víctor de la Serna. Los meritos para ostentar tal capitanía simbólica, están modelados por algunas consideraciones producidas entre 1953, fecha del viaje serniano que daría salida a la ‘Vía del calatraveño’, y 1955, año en que De la Serna se viste de pregonero de Ferias de Puertollano, para verter la hondura de su verbo volandero, en afirmaciones improbables.
Tales como la de «Si Alcudia se parece un poco a una pradera tejana, a uno de esos espaciosos pecuarios de América«, Puertollano con sus luces rutilantes y sulfúreas no dejaba de ser otra visión parecida al entorno de los campos petrolí
feros de Oklahoma o de la misma Texas. En poco más de dos años, De la Serna había cambiado la visión de las aguas por el espanto afilado de la luces modernas. Y así, Puertollano la otra, la de las ‘aguas dulces y agrias’ de don Víctor de 1953, seguía siendo, a su parecer, una ciudad americana -otra visión hermética y otra nota metafórica- «con los bares más lujosos de La Mancha, con barras de dieciséis metros, con señoritas uniformadas y guapísimas que sirven limonada o naranjada«. La fijación americana, es tal que llega a verificar la relación de Puertollano con Almodóvar, similar a la de Nueva York con Washington. En una obsesiva americana que le devuelve a sus orígenes continentales, aunque ya fueran en Chile.
En 1962, los escritores Fernando Fernández Sanz y Vicente Romano, habían dado comienzo a un viaje por el sur provincial de Ciudad Real. Dando entrada al Valle de Alcudia, por Puertollano y Mestanza, para desplazarse primero al naciente, buscando el río Fresnedas, hasta El Tamaral; y luego, desandando el trecho siguiendo la traza del río Montoro, para avanzar en ruta, zigzagueando por Diógenes-Cabezarrubias- Estación de Alcudia- Brazatortas-Venta de la Inés-La Bienvenida; para morir, pasada la Sierra del Pajonal en Alamillo, al occidente de la extensa llanada de 1.400 kilómetros cuadrados, que además era la localidad natal de Romano, desaparecido el pasado año 2014. Un recorrido lleno de destellos sorprendentes, que van desde el sarcófago romano utilizado como pileta, a las escuelas del Instituto Nacional de Colonización en la Bienvenida, nunca inauguradas; desde el inicio de la imparable despoblación rural que ya se siente y palpa, a la sombra alargada de la Guardia Civil; desde el tono documental de las descripciones al recurso a la segunda persona, para hablar de los mismos escritores como si fueran ellos, unos personajes más incorporados al relato viajero.
El viaje, iniciado en abril de ese año de 1962,habia contado con prolegómenos y preparativos de otro año más, por lo que nos remontaríamos a las Navidades de 1961, con las primeras notas y sugerencias, esbozos y bibliografía, y emociones promovidas por el recuerdo melancólico de Vicente Romano por el territorio de sus orígenes, con el que además se cierra el recuento viajero del Valle. Y había sido finalmente publicado, el resultado del viaje primaveral, en el año 1967 en la editorial Alfaguara, que capitaneaba Camilo José Cela. Y que estaba, por esos años, construyendo una colección viajera importante, bajo la rúbrica de ‘Las botas de siete leguas’, donde aparecerían textos como ‘El viaje a las Hurdes’ de Antonio Ferres y Armando López Salinas en 1958 o el texto del Valle de Alcudia que comentamos en su nueva aparición.
El impulso de la literatura de viajes, lo retomaría el mismo Cela, con el ‘Viaje a la Alcarría‘ en 1948, siguiendo una estela prolífica, que desde 1905 trazara Azorín con ‘La ruta de Don Quijote’. En esa estela del viaje, y retomando el ilustre antecedente de Antonio Ponz y su ‘Viage de España. Cartas en que se da noticia de las cosas más apreciables y dignas de saberse, que hay en ella ’ en diecisiete tomos e iniciada su publicación en 1772, más todo el legado de viajero románticos, se produjeron los viajes de Víctor De la Serna en 1953. Publicados, inicialmente, en el diario madrileño ABC en ese mismo año; crónicas viajeras o ‘Reportajes de viaje por España’ como llegó a subtitularse; de un proyecto global que quiso ser y llamarse ‘Nuevo Viaje de España’ en claro homenaje al viaje previo de Ponz.
Proyecto truncado el de De la Serna, que vería la luz en sendas ediciones de 1959 y 1960; con los títulos de ‘Por tierras de La Mancha’ y ‘La vía del calatraveño’. Proseguirían las aportaciones viajeras, con Juan Goytisolo en 1960 con ‘Campos de Nijar’, luego el ‘Viaje al calor’ de Enrique Laborde en 1961 y repetirían Ferres y López Salinas en 1963, con ‘Un lugar de La Mancha’, para la revista ‘Triunfo’. Las mismas borduras baqueteadas por Romano y Sanz, serían retomadas parcialmente, ya en 1973, por Luís Carandell y Eduardo Barrenechea, en el trabajo ‘La Andalucía de la sierra’, publicado en la colección ‘Los suplementos’ de la editorial ‘Cuadernos para el Dialogo’ con el número 45.
Y ahora 53 años más tarde de la salida andariega, como cuenta Fernando Fernández Sanz en el prólogo de la edición auspiciada por la BAM, de una enorme oportunidad; y 48 años después de su publicación, podemos volver a las andadas, y nunca mejor dicho, para realizar un doble viaje en el espacio y en el tiempo, con los nunca nominados como ‘Cantores del Valle de Alcudia’. Con merecimientos mayores que los que alumbraron a Víctor de la Serna, que recibió el simbólico nombramiento. Para interrogarnos también por los cambios operados, tanto en el Paisaje Natural, como en el Paisaje Literario. Si aún en 1962 había trashumancia y chozos de pastor en el Valle de Alcudia, hoy parece ser más un enclave cinegético, recorrido por las modernas caravanas y contenedores de aluminio refulgente, camino de Andalucía.
De igual forma, el estatuto literario ha desaparecido del mundo de los viajes; ya no interesa viajar para escribir y anotar circunstancias, ahora se viaja para hacerse selfies delante de las pirámides o para retratarse con el cocinero con varias condecoraciones, tipo ‘Estrellas Michelin‘. Presididos como están los viajes, por el mundo virtual: ya por navegadores inteligentes, ya por recomendaciones publicitarias, ya por satélites artificiales, como por el Google Maps. Por eso, lo del viaje en el Espacio y en el Tiempo, que se produce con esta lectura o relectura del texto de Romano y Sanz. En el Espacio, como el movimiento viajero temprano realizado por Sanz y Romano, para indagar la vigencia de la trashumancia y de cierto nervio rural; y ya hoy, en el Tiempo, con ese regreso a un texto inencontrable y excepcional. Del que se ha producido un trabajo actualizado, con inclusión de un ‘Índice onomástico’, el plano del itinerario de los autores y el referido prólogo de Fernando Fernández Sanz.
‘El Valle de Alcudia’. Vicente Romano y Fernando F. Sanz. BAM. Ciudad Real, 2015, 191 páginas.
Periferia sentimental
José Rivero
Hay cuatro lugares en Castilla-La Mancha en los que la naturaleza vence al habitual secarral manchego: los Montes de Toledo, el Desierto de Bolarque, el Valle de Alcudia y los Pinares del Júcar. Por demás, solo añadir que debería tenerse en cuenta más la visión, nada complaciente, que da de la Mancha en el siglo XVIII Eugenio Larruga: una tierra de abusos.
He tenido conocimiento por mi amigo Javier Flores, que el libro de Romano y Sanz se va a presentar en el Aula Magna del Centro Cultural de Puertollano el próximo 23, con la presencia del autor y la viuda e hijas de Romano. Una buena ocasión para acercarse al Valle de Alcudia. Conozco la primera edición y es magnifica sin desperdicio.