Un leve punto de no retorno

Manuel Valero.– Supongo que a estas alturas los comentarios escritos, hablados, articulados sobre Cataluña son ya tan incontables como inútiles. Sólo encuentro un punto levemente positivo en este maremágnum inhóspito en el que se funden y confunden el absurdo, la trapacería,  el sentimentalismo manipulable de pertenencia a un pueblo distinto y el ardor revanchista de quienes son independentistas como el último intento de acabar con el régimen del 78 ManoloValero3que al fin y al cabo es heredad de una clase dirigente que decidió ponerse a consensuar y ensayar un modelo democrático a la muerte del dictador, con todas sus imperfecciones, antes que optar por la ruptura y la violenta jarana: la cuestión ha llegado a un punto sin retorno y la Historia, con mayúscula, ha venido para quedarse. Ese punto leve de claridad es que esa Historia que no es sino un aburrido devenir jalonado por grandes acontecimientos y grandes hombres, se tiene reservado el derecho de admisión,  la exigencia, sin más, del texto original que la escribe, una vez manoseado los borradores hasta la saciedad, la suciedad y el hastío. Y ese momento parece llegado. Pero hay un aspecto que conviene dejar apartado ya que actúa sobre la gente como esa especie de viscosidad que una vez que la pisas no te deja avanzar. Y es el axioma recurrente que separa a quienes defienden la unidad de España calificándoles de fachas o más sibilinamente de nacionalistas españoles  de los que defienden la independencia de Cataluña con el marchamo de rebeldes  izquierdosos  o más sibilinamente progres demócratas de salón porque juguetean eufemísticamente con el asunto hablando de federalismo, de estado asociado o simplemente, de ahormar en una Constitución reformada, la singularidad asfixiantemente plural de la sociedad catalana con un fin, el de privilegiar ese territorio sobre el resto para que no se vayan.

Aparentemente  no hay punto de retorno: la fractura social catalana es un hecho. Entre unionistas y separatistas hay una zanja de desafecto tan profunda como las Marianas. Personalmente, como individuo insignificante que se llama Manuel y nació en España me apetece un referéndum definitivo cuyo resultado sea contundente en un sentido o en otro: si es que si, que se independicen de una vez para no tener Cataluña hasta en los posos del café y si es que no, pues a pasar página y a caminar, juntitos y de la manita Pepeluí. En ocasiones veo a catalanes independizados  a bordo de una balsa pétrea que ha decidido anclar junto a la isla de Pascua hasta el final de los tiempos, dejando al antiguo reino que los poseyó con impagables vistas al Mare Nostrum . El alivio que eso me comporta es impagable.

Aunque por un lado parece haber llegado la cosa a ese punto sin retorno, la verdadera pesadilla es que estamos exactamente y paradójicamente en el mismo punto de partida, como en un interminable día de la marmota, lo cual produce una insoportable sensación de estancamiento perpetuo. ¿Que cosa es sino unas elecciones plebiscitarias que pierden los plebiscitarios y ganan los unionistas o unas elecciones autonómicas que ganan los plebiscitarios y pierden los unionistas? El absurdo político que es el estadio superior al que se llega cuando las estrategias generan extrañísimos compañeros de cama ha logrado en Cataluña una distorsión de la realidad que ha convertido el caso catalán en un gran fresco daliniano al ensopar revueltos y juntos a izquierdosos, derechistas, corruptos, trabucaires, antisistema, comunistas, meapilas, modernos de discoteca,  con el único fin de romper territorialmente un estado del que reclaman ¡¡poder mantener la nacionalidad del Estado despechado!!?

Si hubiera salido el en un 80 por ciento; o el no, en el mismo porcentaje habríamos despertado de la pesadilla coñazo . Pero no, ha salido casi mitad y mitad, que es la divisoria que hace imposible una solución razonable y fraternal en un sentido o en otro ya que no puedes separar a la mitad del pueblo contra la otra mitad o mantener el mismo status quo de una permanencia que no desea la mitad de ese mismo pueblo.

En la Historia cuando llega la hora de la verdad se necesitan personas dirigentes que estén a la altura de las circunstancias, que acaben con el quiste y normalicen intelectualmente una situación política absurda que de perseverante se ha vuelto  irrespirable. Y con los actuales mimbres sólo se me ocurren dos cosas: o aplicar las leyes vigentes con toda su crudeza e implacabilidad o activar contrarreloj un mecanismo que dentro de la legalidad desemboque en un referéndum claro con una pregunta clara. Y sí, únicamente para el territorio catalán. Porque si el referéndum es para todo el Estado,  Manuel, que nació en España,  votaría un SI tan grande como la Sagrada Familia. Más que nada, porque llegados aquí, simple y llanamente no los soporto. Se trata de un sentimiento seboso de hastío pero es lo que me invade apenas veo a Mas y la compaña hablando en nombre de Cataluña toda cuando plebiscitariamente han perdido. Cuando un joven catalán dentro de 50 años le pregunte a su abuelo que le hable de la legendaria  Cataluña y que le relate las hazañas de sus héroes, sólo le podrá contestar  que el nacionalismo catalán criado a los pechos del régimen el 78 se alimentó luego de una urdimbre mafiosa familar, de una casta política que hizo del nacionalismo un modus vivendi y que no hay nombre alguno que tuviera la grandeza de un héroe mínimo. “Somos los hijos de los Pujol, una familia capaz de competir con los Corleone ”

Hay, finalmente, otra vía que los unionistas, hartos ya, salgan a la calle de una vez con caras de pocos amigos y la líen en serio. Es duro decirlo, pero los grandes problemas históricos se han resuelto previo pago de una indeseable factura.

Y para colmo, la gran contradicción de todas, la peor: vivimos un momento histórico, tal vez el más serio desde la Transición, tenemos una cita con la Historia con mayúsculas, pero está, ay,  gestiona por mindundis.

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4 COMENTARIOS

  1. Lo verdaderamente imperdonable no es la deslealtad, sino las divisiones y los odios que ha engendrado la cuestión independentista, dentro de las familias y entre las amistades.

    Ese es el más alto precio que la sociedad catalana está pagando, y de la que pocos hablaran.

    Cuando viví en Gerona había una pacífica rivalidad (todo en ese ambiente de dictadura blanca programada por Tarradellas con un incesante goteo de discordia que desde hace 20 años permea las convicciones regionalistas y no independentistas de la mayoría de los catalanes, y que obviamente ha dado su fruto).

    La situación se ha hecho tan tensa que en las familias, entre compañeros de trabajo y amigos, se han producido diferencias muy difíciles de reconciliar.

    Muy Bueno, Arturo, eres un auténtico fill de puta, como se nota que tuviste buen maestro en los Pujol.

    Así que poco me importa el enfrentamiento institucional, porque el verdadero y real daño ya está hecho.

  2. Uno de los factores que ha contribuido a la situación y que ya apunta el autor es que el prusés lo está gestionando una serie de mindundis que no son sólo mediocres, sino auténticos delincuentes que se han lucrado pinguamente a costa de la discordia que han sembrado.

    Otro de los factores que apuntaría, es que existe, como en el resto de España, una completa ausencia de Autoridad moral. La Iglesia catalana esta alienada a la causa independentista y ello ha deteriorado mucho su prestigio en las zonas rurales, porque los catalanes han abrazo al nacionalismo como una religión.

    Decía en la Transición Josep Pla que a los catalanes en relación con su creencia en una Cataluña independiente, les pasaba al contrario que con la religión, se cree en la religión, pero no se interesa el creyente por ella. Tras la dictadura emergió con fuerza el nacionalismo, pero solo a lo largo del tiempo han creido en el, sin duda debido al machaconeo ininterrumpido y la presión mediática.

    Tras 35 años de Democracia y ese incesante goteo de discordia y condicionamiento para la integración de los que se sentían españoles en la asunción de postulados independentistas, y después de lo pasado el domingo, creo que los catalanes empezarán a volver a dar la razón al genial escritor ampurdanes, comenzarán a desinteresarse por la independencia pese a no perder la creencia en ella, sera una mera cuestión de fe.

    Y es que entre querer y poder…ni tienen a Moises ni tendrán a Yaveh.

  3. Un dilema irresoluble. Desde tiempos de Ortega y su España inveterada, de Maciá, con su Estat y exércit Catalá, y escamots, de Compayns y Tarradellas, luego Colom y Carod-Rovira, ni ahora con Junqueras, Mas y Forcadell. No hay mas salida q la factura con fractura, en ese fresco daliniano, de Miró o quizás, más claro, de Tapies. Como esa Sagrada Familia Gaudiniana, igual de irresoluble, eternamente inacabada, o de una Caixa, q da una de cal, otra de arena, tira la piedra y esconde la mano. Una independencia, q es más una pendencia, de enfrentamiento, riña y altercado, cada vez más cruel, y menos soterrado, donde hermanos con hermanos dirimen por un destino ya roto, desgajado, deslumbrado, oscuro, y despiadado… Difícil tarea va a ser reconstruir los lazos de hermandad, pese a todo, secular, donde juntos pel si, sí, pero de la unión, si se quiere, confederal. El tiempo será el árbitro de las 2 posturas enfrentadas q tan claramente has postulado. Buen artículo… y complejo horizonte…

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