Director: Luis Estrada. El humor puede disfrazar la amargura, pero no consigue apartarla de nuestro corazón cuando terminamos de ver esta película. El director no se hace ilusiones.
A diferencia del señor Tim Burton en la película Harry y la fábrica de chocolate (basada en un cuento de Roal Dahl), queda claro que el mejicano Luis Estrada tiene una visión de la pobreza mucho más realista de esa otra más bien ñoña o estúpida que nos quieren transmitir los dos anglosajones señalados. Para Tim Burton y para Roal Dahl, ser pobre es algo así como una enseñanza divertida de cómo tomarse las cosas con paciencia. 
Para Estrada, por el contrario, la pobreza es solo el caldo de cultivo de la miseria, la desolación y la muerte sufragada por el Estado para quitarse los ricos de en medio a los pobres, que molestan. Luis Estrada nos cuenta una fábula (que es en realidad un cuento realista, pero dejémoslo así) sobre el Méjico actual: corrupción, robo, expolio; y al paisanaje de pobre para abajo que le den por donde amargan los pepinos. El humor, que es negro como el sobaco de un grillo, atempera en ocasiones la molesta impresión de que nos están mostrando nuestro propio futuro, el porvenir de los que una vez fueron clase media y ahora deambulan por las calles en busca de un cartón de leche que no esté demasiado pasado de fecha o de unos tomates en el cubo de la basura del súper que no estén demasiado comidos por las hormigas (y, bueno, unas cuantas hormigas de postre tampoco harán mucho daño, sobre todo cuando se tiene suficiente hambre). En este mundo maravilloso los pobres están prohibidos, o sea que se tienen que esconder bajo tierra; los sacerdotes apalean a los pedigüeños, la televisión se enriquece con las historias de los miserables; los periódicos hinchan sus ventas con las peripecias mortales de los atorrantes. Aquí no le dejan a uno ni respirar. Estas no son maneras.
Cineteca
Emilio Morote Esquivel
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¿No era Venezuela el único lugar maldito de Latinoamérica. Pensaba yo que el resto era una arcadia maravillosa, donde los pobres eran felices y comían poco porque se alimentan de libertad… para morirse de hambre.
La verdad, y citando al gran Pepe Persona, no sé qué tienen que ver los cojones para comer trigo. De todos modos, gracias por leerme.