Sí, la semana pasada estuvo marcada por la «Exaltación de la Cruz» y por «Nuestra Señora de los Dolores», en esta semana celebraremos a Nuestra Señora de la Merced. En efecto, Jesucristo participó de los sufrimientos de la humanidad y, porque ha resucitado, participa en el tiempo de las tremendas realidades que siguen acosando la vida de los humanos. Nuestra Señora está en primera fila de una Iglesia que está acompañando «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren».
El Concilio Vaticano II continúa diciendo que «son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia».
Sí, estas fechas son fechas de misericordia en el sentido de que los cristianos nos sentimos solidarios de los que, por una u otra razón, sufren la enfermedad, la injusticia, el paro, la opresión, la falta de futuro, la privación de libertad (en mobile casino el caso de los presos y su patrona Nuestra Señora de la Merced). Poner el corazón de Dios en las miserias humanas, no fue un acto de generosidad altruista de un ser supremo que no le va en nada la realidad de la gente, sino que Dios Padre envió a su propio Hijo, nuestro Señor Jesucristo, a participar de esa realidad que ha sido, es y será hostil al género humano por nuestros propios méritos. Ahí sentimos fuertemente la llamada los hombres y mujeres de fe, a dejar de ser los que van de buenos por la vida y pasar a implicarnos en esa encarnación de Jesucristo que nos lleva a sentir como propios los sufrimientos humanos aunque no hayamos sido causantes de ellos.
Necesitamos para entenderlo un giro radical que nos cambie la mentalidad. Quisiera explicarme con claridad: La sociedad no es esa realidad dura y amenazante que me reduce a ser un individuo que busca defenderse, zafarse, o buscar ventaja sobre los demás para salir airoso de la aventura escalando puestos de privilegio. No, hay otra manera de situarse ante la sociedad y es la noción de bien común. Así la define el papa Francisco: «El bien común presupone el respeto a la persona humana en cuanto tal, con derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral. También reclama el bienestar social y el desarrollo de los diversos grupos intermedios, aplicando el principio de la subsidiariedad. Entre ellos destaca especialmente la familia, como la célula básica de la sociedad. Finalmente, el bien común requiere la paz social, es decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se produce sin una atención particular a la justicia distributiva, cuya violación siempre genera violencia. Toda la sociedad –y en ella, de manera especial el Estado– tiene la obligación de defender y promover el bien común» (Laudato si, 157.)
La misericordia lleva dentro de sí esa capacidad que nos da Dios de aportar toda mi persona al logro de ese bien común, que no entiende a los demás más que como personas a las que solo se debe el reconocimiento de su dignidad, que necesitan lo que yo tengo. Pongamos nuestro corazón, el que hemos recibido de Dios, en las miserias de quien más necesita de nuestra comprensión y nuestra ayuda. Hagamos de la vida diaria fechas de misericordia y de solidaridad con todos.
Vuestro obispo,
† Antonio.