No se puede pedir más: «Prólogos de la Biblioteca de Babel», de Jorge Luis Borges

palabrasmarginalesSe tomaba muy en serio el ilustre Borges eso de prologar libros. El señor era un lector más que un escritor. Eso más o menos venía a decir él: que estaba más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito, lo que no deja de ser una ironía –sutilísima, por cierto– viniendo de uno de los mayores talentos creadores del siglo XX, un hombre al que todavía no me explico cómo no le dieron el Nobel. En este libro se reúnen unas docenas de prólogos más bien cortitos. El ilustre Borges tenía querencia por la condensación. Tal vez por eso nunca escribió una novela. Borges leía novelas pero no las escribía, y algunas las comenta en este tomito editado por Alianza Editorial como todos los de su obra, una de las más complejas y desconcertantes de todos los tiempos. Desconcertantes por su nivel (estratosférico), claro está. Que se le acerquen, más bien, esas personas que conciben la literatura como un placer estético, no solo como una forma de pasar el rato entre un partido de fútbol y otro. prologos-de-la-biblioteca-de-babel-borges-alianza-11020-MLU20038604856_012014-OUna hormigueante sensación de modesta felicidad se obtiene de las agudísimas observaciones de Borges acerca de autores como Stevenson, Voltaire, Arthur Machen, Leopoldo Lugones (uno de los padres de la literatura argentina actual e influencia capital en la obra del propio Borges), Hermann Melville (autor norteamericano que casi constituye una obsesión para Borges: apenas hay ensayo sobre literatura de cierta extensión y escrito por el argentino donde no aparezca su desdichado nombre), Edgar Allan Poe (por supuesto, no podía faltar el creador del género policiaco; por cierto: curiosísimas y poco populares –me temo– las observaciones que Borges realiza sobre la novela –no el cuento– policíaca), Leon Tolstoi (para los entendidos como Javier Marías, Vladimir Nabokov y William Somershet Maughan, el mayor talento literario de todos los tiempos junto con Cervantes y Shakespeare), H.G. Wells (inexplicable, para un servidor, cómo un autor tan justito pudo impresionar tanto a un maestro de maestros como Borges, pero en fin: sobre gustos no hay nada escrito, puede que fuera el contenido y no la forma lo que le atrajera de su obra), Julio Cortázar (uno de los grandes del cuento argentino e hispanoamericano en general, y uno de los autores de relato corto más grandes de todos los tiempos; contemporáneo de Borges, nunca una competencia para él, pues ambos tiraban por lados distintos: Cortázar por la fabulación a veces amable, a veces incómoda, a veces terrorífica; Borges, por la erudición puesta al servicio de la creación de historias de complejidad apabullante, tanto más cuando encima no pasan casi nunca de diez páginas que admiten –literalmente– cientos de lecturas), Franz Kafka (otra de las obsesiones del maestro, esta muy justificada por cierto, pues hablamos de un creador de arquetipos, lo cual es mucho decir en los tiempos inciertos que corren). La lista de autores es larga, el volumen es barato, la prosa de Borges no admite más que comentarios laudatorios. No se puede pedir más, caramba.

Emilio Morote Esquivel
Palabras marginales

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2 COMENTARIOS

  1. Yo aprecio una novela de Wells, «Kipps», traducida como «La mitad de seis peniques»: me divirtió mucho cuando era un chaval de trece años con el carnet 508 de la Biblioteca Pública de C. Real, pero sus novelas de ficción científica se me caían de las manos. En fin, habría tanto que decir sobre Borges, a quien hemos leído en España con codicia (¡yo me había releído ya «Ficciones» a los once años a través de una edición del Círculo de Lectores!) y no me extenderé. Pero sí añadiré que el influjo de Unamuno en él es mucho más determinante de lo que se cree.

    Con frecuencia, como profesor de literatura, me he encontrado a dos tipos distintos de colegas: los devotos de Borges y los devotos de Delibes. Los de Delibes suelen ser excelentes profesores de lengua pero algo cortos en literatura y desprecian a Borges; querría imaginarme que los de Borges, que suelen ser mejores en literatura que en lengua, desprecian a Delibes, pero en realidad, sencillamente, no hablan de él: tal vez no lo han leído, como los de Delibes no han leído a Borges. Pero eso es bastante corriente en España y quizá en otras partes: despreciar al que sabe lo que uno ha querido desconocer por falta de curiosidad. La falta de curiosidad es quizá el peor de los flagelos de nuestra condición humana.

  2. Colin Rowe en ‘Ciudad collage’ hablaba de dos tipos de arquitectos (extensibles a otros tantos creadores): los zorros y los erizos. Los primeros tenían una visión tan amplia de las cosas, que casi no era propiamente suya la idea que exponían; los segundos sólo tenían una idea fija y escasamente intercambiable y la repetían machaconamente.
    Algo así como los profesores de Romera: Borgianos y Delibianos. Pasión por la ficción heteróclita y pasión por el lenguaje aprendido. Incluso lo universal versus lo local. Pero en cualquier caso no dejan de ser clasificaciones de algo que nos interesa por igual.
    Además siempre han existido las disyuntivas entre unos y entre otros.

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