Fermín Gassol Peco.- El primer perro que tuve se llamaba Pul; un bóxer que aguantaba todas las “perrerías” que le hacía mi hermano,síndrome de Down, con una “comprensión” y paciencia infinitas; más tarde me regalaron a Tom y Jerry, dos pastores alemanes… a los que solo les faltaba hablar y… a Blanquita, una perra enorme y peluda a la que encontré abandonada en una carretera y con la que de inmediato establecí “amistad”… y compañía varios años, melosa y sobona hasta decir basta.
Fueron animales que compartieron,de esto ya hace años, muchos de mis días pasados en el campo y con los que disfrutaba viéndolos correr felices y sin trabas hasta terminar extenuados. El recuerdo más presente que guardo de ellos,la fidelidad y la viveza en sus miradas.
En estos días ha salido publicada una noticia que se me antoja tremendamente sintomática: en el pasado año, ciento cuarenta mil perros fueron abandonados en España. De este bestiario supongo que formarán parte muchos de aquellos que fueron objeto de regalo en distintas fiestas y celebraciones familiares…como un simpático juguete. Sin embargo supongo también que muy pocos o ninguno de ellos serían antes los acompañantes en la soledad de personas con las que convivían. Muy distinto, pues, el motivo para haberlos tenido, o seguir teniéndolos y por lo tanto, la importancia que en cada caso el perro tiene para su amo.
A tenor de esto, la pregunta quizá pueda ser: ¿Cómo es posible que la gente abandone con tanta frecuencia a estos animales? Y la respuesta la facilita el hecho de que sea un número tan alto: Nos hacemos con un perro para satisfacer un capricho momentáneo, pero pasado un tiempo, el regalito se vuelve enojoso y acabamos hartos de tenerlo.
Casi siempre es la misma dinámica la que desencadena estas acciones. El regalo de un ser vivo, sobre todo si es un perro, siempre despierta una emoción muy distinta a cualquier otro, es cierto, pero el “problema” es que ese obsequio se ha de mantener y no puede ser aparcado, almacenado y olvidado. Quizá sea el abandono animal en el medio urbano, pero también en el rural, un ejemplo más de una sociedad que valora todo a nivel de “cosa”. Y un perro, un gato, un ser vivo, no es una cosa de usar y tirar, no es un juguete…como pueda ser una muñeca o un ordenador.
De recoger a estos animales abandonados se encargan distintas asociaciones y las perreras municipales. Sin embargo me he encontrado más de una vez paseando campo adentro con perros asilvestrados y que me figuro no entrarán en este recuento. La sociedad en general está hoy bastante concienciada hacia este problema y es que uno de los factores que miden el grado de civilización es el trato dispensado a los animales domésticos.
No es de recibo y dice muy poco de nuestro nivel de sensibilidad y mucho de ancestral salvajismo, ahorcar a los galgos después de la época de caza, o para la diversión, quemar a un cachorro como ha sucedido hace poco aquí en Carrión. O salvando la distancia, que a veces no es mucha, aunque se traten de inveteradas reminiscencias culturales, arrancarle la cabeza a un pollo, lanzar a una cabra desde el campanario, matar un toro a lanzadas olas peleas entre animales; todas estas tradiciones se me antojan no solo de mal gusto y falta de sensibilidad sino de auténticas salvajadas, es decir, actos propios de hombres primitivos.
Y hablando de seres civilizados les confieso que salvo en esas comprensibles excepciones más arriba expuestas… a mí me gustan los animales en libertad. Es deplorable que algunos perros estén enjaulados en pisos, disfrutando sólo de los cortos y obligados ratos de paseo amarrados a una correa, fofos y gordos; sobre todo aquellos que por sus grandes dimensiones, casi no caben en las viviendas en las que se encuentran y que además para resultar más dóciles y manejables son castrados.
Y capítulo aparte… la falta de civilización de aquellos propietarios que sacan a pasear a los caninos para que defequen y se meen en cualquier fachada, chaflán, contenedor o quicio de una puerta. Para comprobar lo que digo fíjense por ejemplo en la fachada del antiguo casino de la calle Caballeros. Pero no quiero acabar refiriendo estos hechos porque no es este el motivo que me ha impulsado a escribir este artículo, aunque sea algo que tampoco dice nada a favor de la higiene en nuestras calles y plazas.
Todos los seres vivos tienen una entidad, función y jerarquía que los aleja y distingue fundamentalmente de las cosas pero también del género humano. Los animales existen para servir al hombre, (no al revés, que a algunas personas se les ve camino de hacerlo) y ser tratados con el respeto debido como integrantes que son de la naturaleza junto con los árboles y plantas que también son seres vivos. Sin este respeto… el hombre se vuelve curiosamente en el ser más torpe de la creación. Y es que la inteligencia como tal, nunca puede estar al servicio, ni del capricho, del exceso, ni de la falta de sensibilidad; lo contrario es lo frívolo o brutal.
Una anécdota real. Una profesora fue de viaje de vacaciones a China y vio en una tienda de animales a un hermoso y encantador perro que quiso comprar como mascota. Le dijeron que volviera en cuestión de dos horas. Cuando volvió, le dieron la piel en una bolsa y el perro desmenuzado para consumición en otra.
Diferencias culturales, en suma.