«Todas las familias felices, se parecen«, decía Tolstoi, viendo reír desde el samovar al grupo familiar unido y animado. Viendo la similitud repetitiva de las fiestas populares, nosotros podemos decir que «Todos los pueblos felices y festivos, también se parecen«. Y mucho.
Baste ver las salutaciones oficiales y protocolarias en los Programas de Feria y Fiestas. Clones del pasado estéril y anticipo estéril del futuro plano y hueco.
Como si en la fiesta celebrativa hubiera algo profundo y atávico, que hermanara a los pueblos. Ya sea el ruido sordo de la cohetería, ya las guirnaldas multicolores, ya la pachanga ruidosa, ya la devoción al santo o a la santa, o ya el olor persistente a la fritanga del perol.
Por más tecnología que se quiera aplicar a esos programas festivos en voces, formatos y colores, siempre emerge un aroma tan lejano como rancio. Tan sutil como pesado.
Toda programación festiva quiere ser una recapitulación fundamental del Pasado. Una síntesis virtuosa y acertada de lo Sacro y de lo Profano. De lo Divino y de lo Humano A Dios lo que es de Dios, y al Cesar lo suyo. Que no es poco.
Si la Programación Festiva es una visión del Pasado en diorama coloreado, el Presente sólo cuenta como una Programación Productiva Monocroma, o PPM. Que no es un cine club ni el error del PMM.
Resulta incomprensible, en esas Fiestas citadas, el notable afán de muchos por disfrazarse con trajes del pasado.
La Fiesta como Guardarropía y como Attrezzo de una película invisible. E imposible.
Trajes del Pasado y menudillos idos, para dar cuenta de una captura igualmente pasada. Reviviendo batallas, recreando conquistas, rememorando oficios, merendando sopa-boba y reconstruyendo bailes quietos.
Todo lo festivo como ‘Re-paración’ consecuente de lo Desaparecido. Como un Taller Universal de Reparaciones Imposibles.
Y es que en las Fiestas el Tiempo se para. Y a veces, muere a manos del Concejal de Festejos.
José Rivero
Divagario
Exacto