Resulta muy probable que sea Javier Marías uno de los pocos escritores de alto coturno que nos quedan en España. Una prueba de ello es el relativo anonimato de su obra. Frente a otros literatos del marchamo ibérico que son traducidos a docenas de idiomas y venden libros por doquier, Javier Marías –a pesar de estar traducido también a varias lenguas y de ser él mismo vendedor de casi cinco millones de libros– se mantiene en un discreto segundo plano de popularidad. Esta situación quizá le resulte muy cómoda. Nuestro hombre disfruta del semirretiro intelectual para ir creando una obra con altibajos pero al fin y al cabo de una calidad que queda muy por encima de la escuálida media nacional. No es Javier Marías un escritor que se lleve premios, o por lo menos no tantos como otra gente. Pero a la chita callando ha creado una interesantísima bibliografía de novelas donde es más la forma que el fondo. En efecto, aunque las historias de Marías tienen siempre argumento (nunca ha caído este hombre que yo sepa en la calamitosa moda de la novela experimental), este se diluye en unas construcciones sintácticas larguísimas, con frases dentro de frases dentro de frases. Su estilo es ágil, y eso es tal vez lo único que le salva de caer en el denostado saco de los escritores aburridos. Puede parecer, la agilidad, una característica banal, sin importancia o muy común. Pero no nos engañemos. El sentido del ritmo innato de que goza Marías es algo que no todo el mundo tiene. Los escritores de best seller lo consiguen, sí; pero sacrificando la calidad literaria de unas obras que nos meten por la boca con un cucharón, cual papilla para lectores desdentados. Javier Marías, no. Javier Marías alcanza el entretenimiento con una anécdota mínima y con ella arrastra al lector durante trescientas o cuatrocientas páginas sólo gracias al brillantísimo ejercicio de estilo en que se convierte su mayor cualidad: la cadencia ralentizada de su obra. Algo que en otros sería un padrastro en él se transforma en marca de la casa. Y en principal atracción, de paso. Mañana en la batalla piensa en mí es un ejemplo claro de lo que venimos contando: una novela con un argumento etéreo, bien narrada, dotada en sus mejores momentos de un ritmo endiablado (endiabladamente lento, queremos decir), pero a la vez cargada de tintes ominosos que nos hacen pensar que en cualquier instante traspasaremos la linde de la rectitud y de la cordura para caer en el reverso del poliedro, esto es, en el caos y el pánico. Javier Marías sabe cómo se cuenta una peripecia.
Emilio Morote Esquivel
Palabras marginales
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