Manuel Valero.- Hace 70 años, un suspiro, en la Historia, el hombre experimentó por primera vez sobre el terreno su inmensa capacidad de destrucción segando en un soplo más de 80.000 vidas humanas y condenando a la tortura de las heridas y la enfermedad a otros cientos de miles. La escusa, muy «razonable» sobre el mapa de operaciones, era acelerar la rendición de Japón y evitar así la continuidad de la guerra y ahorrar con ello costos humanos y materiales. Pero “admitiendo”, si hay razón humana para ello, que ése fuera el verdadero objetivo, no cabe duda tampoco que el Tío Sam, desenfundó en Hiroshima y luego en Nagasaki, para sentar sus reales imperiales y decirle al mundo quien mandaba en el mundo. Sin embargo ocurrió que el mundo después de la II Guerra Mundial se bipolarizó en dos gigantes enfrentados, en dos imperios prestos a toparse la cuerna como bueyes almizcleros. Y así ambos imperios-sistema se entregaron a una alocada carrera de armamento que garantizase la destrucción del enemigo a costa de la propia destrucción. Entre los dos colosos, los llamados Países No Alineados, y repartidos por ahí, como menudillo, las colonias y los parias de la tierra, que como los océanos, eran, son, dos tercios de la humanidad toda.
La experiencia, imborrable, indescriptible, humanamente inasumible, filosóficamente inexplicable -¿o sí?-religiosamente intolerable y ateamente incomprensible… no sirvió para cerrar las puertas al infierno. Por el contrario, algunos estados, ricos o a medio hacer, no escatimaron recursos para adquirir la ojiva del diablo, capaz de borrar una ciudad de la faz de la tierra con un solo clic. En plena guerra fría cuando los misiles USA apuntaban a los misiles URSS que a su vez apuntaban a los misiles USA, se estableció una disensión armada consistente en garantizar que en caso de guerra nuclear, el contendiente que sobreviviera haría un afortunado al mismísimo Pirro. Toda una generación creció en ese escenario de potencialidad terrorífica: si volem pacem para bellum.
La carrera por tener el petardo letal está plagada de asuntos tenebrosos y de sucesos oscuros como el hundimiento de uno de los barcos de Greenpeace, el Rainbow Warrior por los servicios secretos franceses, en el atolón de Mururoa que le costó la vida al activista Fernando Pereria. En los No-Do de la época asistíamos con estupor a los ensayos franceses y norteamericanos en el Pacífico (tiene guasa la paradoja) que sembraban de champiñones atómicos aquella paradisíaca región marítima. El Planeta siguió girando sobre sí mismo y desplazando su polo magnético, que dicen los entendidos, como venganza, al tiempo que los USA y sus amigos occidentales lo colonizaban de otro modo, descolonizándolo al uso del antiguo régimen, dejando sátrapas de verbena al frente del nuevo país libre, y la URSS haciendo lo propio con el catecismo marxista debajo del kalasnikov .Cuando algún pigmeo osaba plantar cara al emperador, le caía sobre la cabeza una descomunal bota militar con misiles de punta como clavos. Así en el Occidente blanco como en el Oriente rojo, en la Asia amarilla, en la Jerusalén rodeada, y en la India de las castas.
La época de los hippies, que eran pijos con pasta, del nacimiento de los cantautores en la voz de un mozalbete de pelo revuelto llamado Robert Allen Zimmerman, de las películas de James Bond que eran trasunto de la guerra de espías, del movimiento beat, al mismo tiempo que surgían otros revolucionarios empoderados por Moscú, tuvo su momento álgido en la crisis de los misiles. La Cuba liberada de las manos trileras y casinas de EEUU, se fue con su primo zumosolsky y le abrió la selva para que los camaradas del frío construyeran una base de lanzamiento de petardos, a un tiro de honda de los cayos y la costa de Florida. Fue, dicen, los historiadores, la primera vez después de la horrorosa primera vez, que un presidente tuvo más tiempo sobre su regazo el famoso maletín. Y eso que era católico.
Pese a los tratados de desarme y la moratoria resultante de lo que se llamó la guerra de las galaxias, el hombre tiene en los arsenales del mundo suficiente munición para dejar el globo peor que una tostada olvidada en la tostadora, y todavía, hay estados que sueñan con el pistolón de la muerte, y los nuevos aspirantes a califa con una lechuga sucia, como si hubiera bombas limpias.
Es inaudito constatar que lo que ocurrió en aquellas dos ciudades, también imperiales, no sirvió para encarcelar el átomo malo y utilizarlo sólo con fines pacíficos, sino que la pulsión del hombre por destruirlo todo, el temor innato a ser atacado y dominado por otros congéneres, su afán de conquista, la seguridad y garantía de una situación de dominio sobre el lomo de un arsenal apocalíptico, el papel preponderante en la imperialización cultural, económica y política del mundo… viene trabado en el ADN de la especie.
Pensar en un mundo desarmado de ojivas y de todas las armas, en confraternidad global y cósmica, racional en la explotación de los recursos, hermanado en un solo Estado Terrenal , o ni siquiera, administrado por un gran parlamento mestizo y plural, sin sombras de pobreza e ignorancia, de seres humanos felices y pacíficos sin necesidad de llevar flores en el pelo… pensar en todo eso es una quimera tan grande como el agujero negro que respira en el centro de la galaxia. De lo cual se deduce que un mundo loco, con el clima loco, atestado de gobernantes espúreos, tocado de movimientos medievales emergentes, de terrorismos de todo cuño, de corruptos e iluminados… no sólo no es una quimera sino que constituye el armazón de nuestra tenebrosa realidad. Y en consecuencia, que las malditas primeras bombas obedecieron a la espantosa lógica y simple condición humana. En días como el de hoy, uno se lo pasa escuchando Imagine de John Lennon. No sirve de nada pero reconforta la conciencia. Nuestra propia enanez personal nos deja a salvo de la culpa colectiva, porque ¿quién es capaz de detener la ciega evolución del mamífero más inteligente de la creación? Imagina que no hay posesiones, me pregunto si puedes, ninguna necesidad de codicia o hambre, una hermandad del hombre, imagina a toda la gente compartiendo todo el mundo… Guau. ¿Si hasta lo mataron!
Me parece que esa «escusa» está mal utilizada.
Y me parece que era más que una excusa. Japón hubiera aguantado bastante más y los bombardeos que ya arrasaban las casitas de madera hubieran provocado más muertos. Y no entro en si hubiera habido desembarco vistas Okinawa, Iwo Jima, …
Saludos
Excuse moi