Ahora que se eleva la efervescencia localista y que se desempolvan los símbolos del tradicionalismo inveterado, .., ahora que algunos son más ciudadrealeños que nunca (esto es, ciudadrealitas hasta las partículas subatómicas), y ahora que se mide el grado de ciudadrealismo por la capacidad de indumentarse conforme al canon ortodoxo, de vitorear las soflamas establecidas y de marcarse las venas de las sienes y del cuello al son de algún «Viva» o de algún «mi pueblo cantará»…,ahora que es la hora del máximo exponente de lo simbólico, de lo intangible, de lo inmaterial, de lo inaprehensible, de todo eso que por ser aire y símbolo no supone excesivo esfuerzo airear y arrojar al otro…, ahora, digo, en este instante, volvamos la vista a la materia. A la triste materia.
En la Calle del Progreso (curioso nombre para una calle en esta ciudad) se mantiene aún en pie la que fuera casa del padre inspirador del folklorismo local: Mazantini.
Casa de suerte incierta, probablemente condenada a la piqueta implacable. Algo que resulta especialmente llamativo en una época como ésta, en la que existe un fervor desmedido por el patrimonio histórico. Yo diría por el patrimonio histórico en pintura, es decir, todo aquél que figura en fotos añejas, y que nos permite comprobar cómo fue la ciudad hace décadas y un siglo. Esta afición patrimonialista es bastante cómoda. Sólo exige añorar, quejarse virtualmente, pero impide ver los desmanes actuales y probablemente futuros. Porque verlos supone una implicación activa que exige un esfuerzo y un compromiso diferente a aquel mero disfrute virtual. No creo que la voluntad popular movilizada salve la casa de la piqueta. Para ello haría falta una cultura que no existe y, principalmente, un principio motor que animase a hacer este tipo de cosas.
Nuestra cibersociedad se ha instalado en la cándida añoranza del patrimonio pasado, sin que ello haya inflamado su indignación y afán de protección del patrimonio presente. Esta afición patrimonial se conforma con compartir fotos pasadas, con gozar de libros llenos de bonitas estampas, con rediseñar tabernas y demás comercios con fotos antiguas.., o un sinfín de otras cándidas manifestaciones. Esta añoranza virtual pone de manifiesto lo necesario que es para los pueblos construir elementosidentitarios y aglutinadores, pero la incapacidad como sociedad unida y cohesionada para salir en defensa de lo que nos queda. Localismo evanescente o sociedad líquida, como dice Baumann.
Dentro de 50 años, cuando la casa de Mazantini ya no exista y sólo se conserven sus fotos en color, los ciudadrealitas de entonces se preguntarán por qué no se hizo nada por salvarla; igual que lo hacen muchos ahora, cuando se asombran y sorprenden al ver fotos con edificios espectaculares que fueron derribados (o que «desaparecieron», en el cándido y eufemístico lenguaje habitual). Apunto dos razones para esa inacción. Una de ellas ya la he mencionado. La falta de ánimo o de principio motor. Si esta sociedad no es capaz de manifestarse por indignidades cotidianas mayores que afectan a su persona y patrimonio, cómo va a manifestarse por el patrimonio ajeno.., por cuatro piedras viejas. Y ahí estaría la segunda razón, la falta de aprecio por las cosas. Una casa vieja vista en una foto en blanco y negro tiene el valor de ya no estar, de evocar un pasado rústico-romántico que nos retrotrae a un pasado de abuelos y de vida sencilla (¿sencilla?). La casa vieja o la casa noble de la foto, de algún modo, representan una proyección personal, una insatisfacción, por una sociedad acelerada, alejada de ese ideal de lo antiguo, donde todo era tan diferente a cómo es la realidad que hoy nos atenaza. Una realidad que atenazaba a otros, pero no a nosotros. Una realidad tan abúlica y simple como la de hoy. Y si nuestros antepasados no salieron a la calle para protestar por el derribo de la casa vieja o de la casa noble era porque para ellos aquellos edificios eran eso…, edificios, cosas cotidianas, deterioradas, no fotos añejas. Y así, nosotros, no saldremos a defender las piedras, porque nos quedan las fotos, más fáciles de ver, manejar, compartir, .., y nos dan una excusa para dolernos, para protestar contra el político, ya que no le protestamos por otros asuntos más sangrantes. Ahí reside la utilidad del patrimonio histórico como comodín. Siempre conviene tener un edificio en ruinas que restaurar, aunque nunca se restaure, porque en la promesa de hacerlo reside la justificación de esa labor política, evocando para ello los sentimientos más comunes y afectivos de la gente. ¿Quién no quiere que se rehabilite la Casa de la Cruz Roja o la Ferroviaria? Es un valor seguro en el programa electoral de cualquier partido político. ¿Pero qué hará ese partido cuando la casa esté rehabilitada o cuando no haya sido posible rehabilitarla? ¿Qué promesa etérea y visceral nos hará entonces? Conviene no rehabilitarlo todo, para que siempre quede algo de lo que echar mano en el programa electoral siguiente, acudiendo a la parte más visceral y afectiva de una gran porción de ciudadanos.
En fin, y en esta batalla por la recuperación de una casa tan típica y simbólica como la de Mazantini, ¿qué tendrán que decir los grupos más fervorosos de los valores locales? Aquéllos para quienes el deterioro de esta casa y su probable destrucción será toda una afrenta, una ofensa, una provocación del progreso contra su misión conservadora, a veces, conservera.¿Cómo gestionarán esta afrenta y cómo reaccionarán ante este oprobio los grupos tradicionalistas, folkloristas, pandorguitas, y demás sociedades y organizaciones patrióticas de nuestro terruño? Ésas que se espantan cuando “sus” tradiciones son alteradas, cuando alguien no sigue su canon de fervor local, ésas que defienden a ultranza todo lo que sea de Ciudad Real, menos Ciudad Real,todo lo nuestro o mejor dicho, lo que ellos consideran que es nuestro, más bien, dijéramos lo suyo. ¿Veremos a estas organizaciones patrióticas rasgándose las vestiduras?¿encadenándose a las rejas de la casa?, ¿poner denuncias ante patrimonio¿, ¿iniciar una campaña de sensibilización en los medioso utilizar a estos mismos medios para denunciar la acción e inacción de los poderes públicos? Quizás la misión conservera de estas organizaciones sea mantener, recrear o inventar mitos y rituales que favorezcan la creación de un relato local que poco o nada tiene que ver con la historia real y material de la ciudad, o con cómo la viven personal y colectivamente el conjunto de sus vecinos. Quizás sea que existe un vínculo funcional entre tradicionalismo, dominación y control social. Pero sólo es una hipótesis. ¡Viva la pandorga!
Alberto Muñoz
Con los ojos bien abiertos
Buen articulo!!
Chapeau, chapeau y chapeau. No, no espera. Otro chapeau. No lo pude evitar José Antonio
No hombre, Alberto. Que viva la Pandorga, no. Que muera. Que mueran los pañuelos de hierbas y las chambras cazurras. Que mueran las faldas de telas gruesas, los calzones de pana y todas esa indumentaria que parece concebida más para alimentar a toda una fauna de bichitos depredadores que para honrar el buen gusto. Que mueran esas letras que parecen salidas de una mente beoda y esas músicas compuestas por hipoacúsicos. Que mueran, en fin, esos bailes manchegos que parecen coreografiados por reumáticos. Por último, que vivan un siglo todos los que nos bombardean con la palabra mágica tradición para acusarnos airadamente de bichos raros. Cuando todos sabemos que muchas de esas tradiciones solo son inventos recientes.
Magnífico y valiente artículo.
Por qué lo llaman tradición cuando quieren decir caspa?
korchhunters.com
Progreso en conserva – MiCiudadReal.es