Manuel Valero.- La Pandorga no levanta pasiones en los churreros dice el titular de este diario digital obviado por Emiliano García-Page en el primer gran cenáculo con los medios (¿Se habrá enterado el arbotante podémico en el que apoya su pie izquierdo?) Pelillos al Tajo, a lo nuestro.
Que no, que hay churrerías que no aguardarán al pueblo sobreviviente en la idílica alborada capitalina con el chocolate desatasca gin-tonics y con los churros de raza que es el alimento que mejor atasca la combustión animal por muy animal que se haya sido. Y ya no será la Pandorga lo que era como ninguna congregación festiva llega al cierre de la perfección sin ese último buche de cacao ardiente y ese pedazo de churro que se embadurna y se lleva a la boca con delectación. Para nuestra tranquilidad habrá churrerías que sí cumplirán con el ritual, pero otras, no. Y así se empieza, con un amago de deserción para acabar con todas las tradiciones. ¡Traidores! ¡Maldita modernidad que hasta con el churro se atreve!
En cierta ocasión, durante un desayuno con una chica inglesa, completamos la primera comida del día con una bandeja nada despreciable de porras que son los churros machos como todo el mundo sabe frente al churrito cursi que parece pasta dentífrica tostada, o la rosca, modalidad extinta que en la niñez devorábamos hasta el goterón postrero sin decir palabra. No comió en todo el día. I am full, creo que dijo señalándose las tripas. Explicación muy didáctica ya que no volvió a probar la masa de agua, harina, almidón y levadura frita a la temperatura del infierno durante los días que pasó por estos pagos.
Confieso que no ha habido titular que me haya amargado el domingo, ya de por sí jornada odiosa y tediosa en esencia original. No puede ser. Si hay churrerías que desertan en las bulliciosas fiestas pandorguiles es síntoma de que la crisis no es crisis, es decadencia. Los demás titulares del día no me respingaron del asiento: ni el curioso articulo de Alberto Muñoz sobre la cruz flamígera de San Pedro, ni el cónclave socuellamino de la izquierda antipaulina… Todo es baladí frente a un amanecer sin churros. Ni el tremendo churro del Aeropuerto que cuando todos pensábamos que iba a caer en las manos comunistas de los chinos capitalistas después de un alucinante viaje (léase el artículo de José Antonio Casado) resulta que son chinos de cuento. Afortunadamente cualquier cosa relacionada con ese gran churro ya ha perdido el ingrediente del asombro y más SE asemeja a los tristes churros que quedan arrumbados en la mesa después de que los comensales de la noche se retiran a sus casas a acabar la vomitera.
No puede ser. La Pandorga exige churros y el pandorgo bien podría sacar afuera su incontestable influencia social para exigir a los churreros todos de la capital que de producirse deserción alguna sería entendido como cierre patronal espúreo, y por ende,retiradas de inmediato todas las subvenciones. Ah, ¿que los churreros no están subvencionados? Bueno, pues con el boicot popular, como si fueran La Caixa de después de la insularidad catalana. Hasta dónde vamos a llegar. Pase que los tiempos estén cambiando sin que sepamos todavía si para bien, para mal o para regular pero que haya churrerías que le hagan una pedorreta a la raíz misma del genoma culipardo es intolerable. Uno ya estaba preparando la agenda para acudir a la gran cita del vino tinto y las camisetas mojadas que las chicas lucen con erótico donaire pero para qué… Se corre el riesgo de asistir a la gran parranda y todo para que al final no haya churro que mojar. Estamos perdidos.
La pandorga (o «panduerga», como la escribe Lope de Vega) no merece tanta glosa, como no la merecería una merienda de negros o un congreso provincial de gilipollas con más o menos pintoresco atavío, que la gente de hace cien años identificaba no precisamente con los jóvenes, sino con los más carcundas vejestorios. José Gutiérrez Solana, en su «La España negra» (1920), habla de los fósiles humanos manchegos que se encontró en Oropesa ataviados a la manchega:
«Estos viejos […] nunca dejan en casa la faja ni las polainas de paño, muy apretadas a sus vientres y canillas, y llevan atado a la frente, con un nudo por debajo del sombrero, el pañuelo grande de hierbas, para que el sol no les dé en la nuca, que es lo que tienen ellos más cuidado.
En España, entre la gente de pueblo, el pañuelo de color a la cabeza tiene una gran importancia en toda Castilla y en la Mancha, pues suelen ser gente con grandes calvas con brillo, como el suero de los quesos de la tierra, y de frentes muy duras, pero peladas y llenas de arrugas. Los más viejos tienen en la calva muchas costras, como esas que les salen a los niños de teta en la cabeza».
Buenísimo.
Amigo Angel, todo por un churro, incluso una glosa.
Gracias Manolo. Propongo que los que escribimos en esta sección no nos echemos flores los unos a los otros. Podemos terminar como esos grupos de poetas que se leen y se critican a sí mismos y terminan en una banda de bombos mutuos
Hombre, José Antonio la diferencia entre poetas endogámicos y ombligueros y las citas en las que os aludo tanto a ti como a Alberto se diferencian en la frecuencia y en la baba. Y en la sinceridad. Ni frecuento la loa ni exudo humores peloteros, en cambio sí me creo sincero con cuanto escribo.Y además por que me ha dado la real (o republicana) gana. Yo no tengo la culpa del nivel de mis compadres en esta sala hipóstila de MICR.
Esto parece una competición para ver quién la tiene más grande?, me refiero a la egolatría.
Reme, sin algo de exhibicionismo y paranoia es poco menos que imposible escribir.
Bueno, Ángel, a La Reme no le falta un poquito de razón. Pero se agradece que ciertos egos se exhiban y nos cuenten sus paranoias por aquí. Ya que, de otra manera, solo habría exabruptos, y pone mucho más leer a los egos desde la sala hípetra…es que la hipóstila me da mucho respeto. Jejeje.
Dicho lo cual, sigo con el café y los churritos.
que no falten, esos churritos
ea, que diría un conquense