Manuel Valero.- El día de la elección del nuevo pandorgo, Aquilino Valderas, leía el periódico, tocando las palabras con la yema de los dedos, pues tenía tan desarrollado el sentido del tacto que no le hacía falta el sistema Braylle para entregarse al placer de la lectura. Ni siquiera le sorprendió la incomprensible noticia de la puja inicial por el aeropuerto de ninguna parte, por un puñado de euros.
Más bien le parecía un honroso final a un obra que comenzó con compases de opera grande para ir decayendo y deformándose, según los avatares, hasta el compás rancio y pesado de un pasodoble interpretado por músicos del terruño. En realidad, esto era mucho mejor porque inspiraba un cierto sentimiento de angelical ternura en tanto que la gran infraestructura follada y fallida exudaba una antipatía imposible de evadir. Leyó el detalle, no era una venta definitiva, sino un trámite más en la gran mesa de la trilería cósmica. Estaba en ello cuando el azar se le cruzó en la oronda forma de Tesifonte Buitrago.
-Hombre, Aquilino, bonita mañana ¿eh?
-Sí, que la hace sí… Está perfectamente graduada con este airecillo que seca el sudor sin necesidad de abanico.
-Si me permites te acompaño. ¿Una cervecita?
-Que sea –dijo, oliendo el Barón Dandy descatalogado del inminente pandorgo- Y la acompañaremos de una buena tapa. Aquí ponen un pisto que ni el de Cuajarón.
Dicho lo cual, Aquilino abrió los ojos detrás de las gafas de sol. Era un acto reflejo ya que no veía, como saben. Cuando ponía a trabajar todos lo demás sentidos se le ponían los ojos como botones de abrigo. Por el tono de voz notó un cambio repentino en su acompañante y por el bofestón de colonia dedujo que se había puesto a sudar repentinamente. Luego, su contertulio recobró el tono y el termostato natural de su orondez neutralizó la bofetada de perfume. Era la prueba de cargo. Aquilino se puso en guardia sin mover un músculo
-Te gusta el pisto, Tesifonte. ¿SI? ¿Has probado el de Cuajarón? Dicen que es mágico, que tiene propiedades pero yo no me lo creo. Hay que tener inventiva para vender lo nuestro, pero inventiva es una cosa y la patraña, otra.
-Ah, si, si… esto quiero decir que… el pisto es un manjar de dioses.
-Vamos anda, habiendo caviar… ¿Tu has visto a algún ricachón de yate agasajar a sus invitados con un buen pisto?
-Bueno, visto así…
-Sin embargo, hay que reconocer que el de Cuajarón tiene un punto especial, es suave, tal vez un poco dulzón para mi gusto… ¿Lo has probado?
-¿El pisto?
-Sí
-El de Cuajarón…
-Ah, no, ese no.
-Son pocas personas las que dicen que se han apretado sus buenas tapas. Ese canalla de Cuajarón no suelta prenda de la receta-fórmula…
-Ah, vaya… bueno se me hace tarde- dijo Tesifonte-. Esta tarde nos vemos, tengo que ir a recoger el traje.
El casi pandorgo se fue a grandes zancadas y Aquilino se quedó con una sonrisa de pillo manifiesto.
-Ah, granuja…-susurró.
Aquilino comió en la misma terraza: un pincho de tortilla con un poco más de pisto vuigar y un cafetito para pasar la pitanza. Se fumó un purito discreto, al tiempo que ponía en marcha su sonotone, su oído de gato y su nariz al pairo para registrar cada detalle de la vida a su alrededor, aquella que no veía pero que retrataba con una fidelidad prodigiosa.
Las conversaciones eran de lo más fungibles y graciosas. Las personas que plagaban la terraza, bajo una techumbre solida y un ambiente soportable, se entretenían con el comentario frívolo de las cosas. No era ni lugar ni hora para reflexiones profundas.
-Pues el mejor nombre para el aeropuerto debería ser El ave turuta
-Tuluta, tuluta…